SACAROFOBIA.  Historias de la industria azucarera del Tucumán. Por Delfina Terán Cossio y Romina Saldeño

0

Se dijo que se cerraron ingenios por falta de eficiencia y modernización, afirmaciones fácilmente falseadas, la industria azucarera tucumana fue de las pocas industrias argentinas que continuamente invirtió en mantenimiento, renovación y modernización

Por Delfina Terán Cossio y Romina Saldeño

La historia de los ingenios azucareros tucumanos es un vasto océano poco explorado en el que cada tema que intentamos abarcar puede llevarnos a escribir y leer por años. Es necesario llenar ese vacío de alguna forma, por ello consideramos pertinente hacer un breve recorrido por los proyectos de sociedad planteados en Tucumán y su relación con el poder central de Buenos Aires.

            Se ha repetido hasta el hartazgo a lo largo de más de 150 años que Tucumán era y es una provincia subsidiada, de industria innatural e ineficaz, un feudo atrasado empecinado en el “monocultivo”. Esto es lo que se ha denominado “el problema de Tucumán”, una espina en el costado del poder central de Buenos Aires, que era necesario arrancar por el bien de la Nación. 

            En la vereda de enfrente, estaban los industriales azucareros, los cañeros, los obreros de los ingenios, entre otros. Estos grupos, enfrentados por naturaleza, se unían sin embargo en el deseo de la continuada existencia de la industria azucarera, su fuente de sustento y su forma de vida. Aquella que volvía a Tucumán una provincia próspera, y le daba autonomía frente a Buenos Aires.

            A lo largo de la historia de Tucumán sus habitantes han tenido muchas aspiraciones para ella. La oligarquía azucarera imaginó una sociedad pujante y opulenta, que creciera a partir de la riqueza generada por el azúcar. La FOTIA y los obreros peronistas imaginaban una donde reinara la justicia social, y los factores de la producción estuvieran en verdadero equilibrio. Los marxistas, como el PRT-ERP, soñaban con una utopía socialista, soñaban con acabar con la opresión del hombre por hombre desde los cerros tucumanos.

            Nos proponemos indagar brevemente en estos proyectos, y en su lamentable fracaso. Para ello, en primer lugar, consideramos pertinente retomar la categoría “sacarofobia” de Pucci en su libro “Historia de la destrucción de una provincia: Tucumán, 1966” explorando su historia y su increíble prosa para desarrollar y destacar la disputa de los ejes Tucumán- Buenos Aires.

En segundo lugar se desarrolla el cierre de los 11 ingenios azucareros denominado históricamente como el “Cerrojazo”, entendiendo cómo se llega a ese suceso y las consecuencias sociales, políticas y económicas que desata sobre la población tucumana. Además, se comentará el particular éxodo de los habitantes tucumanos pos-cerrojazo. 

En tercer lugar, trataremos de abordar el desenvolvimiento del movimiento obrero azucarero desde su inicio, pasando por el cierre de la principal fuente de trabajo de la provincia y las posteriores repercusiones sociales contemplando a los principales actores de dicho movimiento y sus perspectivas.

En cuarto lugar, se hará una breve mención del pensamiento de Mario Roberto Santucho y su visión revolucionaria de los obreros azucareros, teniendo en cuenta algunas perspectivas de su vida. 

En quinto, y último lugar, se dará una breve conclusión del trabajo realizado.

Trabajadores del ingenio Bella Vista bloqueados por la policía cuando se movilizan a la capital provincial. 12 de diciembre de 1970. Fuente: Archivo del diario La Gaceta.

SACAROFOBIA

Roberto Pucci en su libro de 2007 “Historia de la destrucción de una provincia: Tucumán, 1966” acuña el concepto “sacarofobia” para describir la mitología creada por Buenos Aires para demonizar a Tucumán y su industria azucarera, “fobia” que habría de extenderse a todo el país. 

Pucci dice que:

“[…] la sacarofobia es la representación de todo lo que tiene que ver con el mundo azucarero de Tucumán como un compendio del mal encarnado en la historia: el mal en un sentido moral, porque sus propietarios habrían sido -hasta hoy- unos malvados explotadores, ricos ausentistas y ladrones del fisco; el mal en un sentido físico o material, porque los sacarófobos imaginan que los ingenios tucumanos no son más que chatarra obsoleta; el mal en un sentido histórico, en fin, porque la sola palaba “azúcar” evoca a unos industriales presuntamente incompetentes que impusieron un modelo de sociedad retrógrada, edificado sobre la injusticia social.” (Pucci, 2007:32)

La razón dada para esta hostilidad es el desafío que implicaba esa industria mediterránea para el modelo agro-exportador pampeano, que pregonaba una Argentina vendedora de granos y carnes, y compradora de productos manufacturados. La existencia de una industria azucarera ponía en jaque a aquel modelo, en tanto la producción de azúcar exige medidas proteccionistas para asegurar las ganancias y el retorno de la inversión. Además, la prosperidad de dicha industria mediterránea otorgaba un poder a la provincia de Tucumán que disgustaba a Buenos Aires. 

El azúcar es un bien costoso de producir, pero que implica grandes ganancias, más aún a fines del siglo XIX cuando comenzó a crecer la industria azucarera en Tucumán. Por eso, en los países productores de azúcar más diversos, desde Cuba, pasando por Brasil, a Rusia y la Europa del Este remolachera, las medidas estatales para proteger la industria del azúcar fueron casi uniformes. Se sancionó normativa para garantizar la creación de ingenios, cuando no se recurrió a la instalación de ingenios directamente por el Estado. Se dictaron leyes para regular la producción, comercialización y exportación de azúcar; se aseguraron subsidios a la producción y exportación, préstamos subvencionados y precios sostén para el azúcar y las materias primas; el Estado se ocupó de crear mecanismos de arbitraje entre los diferentes factores de la producción y adoptó altas barreras aduaneras a la importación de azúcar, cuando no la prohibió directamente. 

Sin embargo, un rápido repaso por la legislación argentina en materia azucarera nos permitirá ver que nada, o casi nada, de las leyes azucareras antes mencionadas fueron aplicadas en nuestro país. Aunque sí se sancionó amplia normativa para favorecer la producción y exportación de granos, y sobre todo, de carne en la zona pampeana.

De hecho, como indica Pucci, en Argentina se promulgaron leyes que perjudicaban a la industria azucarera tucumana y la ponían en una severa desventaja frente al mercado internacional. Esta industria creció, a diferencia de la economía pampeana y en contradicción con los mitos porteños sobre Tucumán, sin ningún tipo de ayuda del Estado Nacional, alimentada solamente por el capital de los industriales privados tucumanos. No solo no se alentó la exportación de los excedentes, sino que fue prohibida en varias ocasiones. Las primas para exportación, práctica común para asegurar la ganancia de los productores y por lo tanto la continuidad de la producción, no fueron aplicadas para el azúcar. Lo que sí fue aplicado, sin embargo, fue un precio máximo interno para el azúcar, establecido primero en 1904 pero perpetuado en el tiempo. Este precio máximo establecido por el gobierno nacional constituyó una clara estrategia de sabotaje, en tanto este caía generalmente por debajo de los costos de producción, descapitalizando a la industria azucarera tucumana y poniendo en riesgo su existencia. También, el Estado Nacional importó azúcar siempre que lo consideró conveniente, siempre en perjuicio de Tucumán. 

Como dijimos, la economía pampeana creció de la mano del Estado Nacional. Esta fue beneficiada con una “completa política proteccionista” que incluía precios mínimos y precios sostén; y la creación de instituciones independientes que protegía las ganancias de los agropecuarios pampeanos como lo fueron las Juntas Nacionales de Granos y de Carnes. La Junta Nacional de Carnes incluso invirtió buena parte de su presupuesto en campañas publicitarias internacionales que contaban las “virtudes de las carnes argentinas”. Se creó, si, una Junta Nacional del Azúcar, que luego pasó a ser la Dirección Nacional del Azúcar durante los años peronistas. Estas instituciones para Pucci: 

“[…] no eran otra cosa que un aparato burocrático estrictamente controlado por el poder central, con sede en el puerto y conducido y poblado por porteños, donde no podía encontrarse ni por casualidad, no digamos un industrial azucarero o un productor cañero, sino ni siquiera un tucumano”. (Pucci, 2007:47)

La función de estas instituciones, dice Pucci, era vigilar de cerca la industria azucarera tucumana, para sabotearla mejor.

La última gran estrategia de sabotaje empleada por el poder central contra Tucumán fue la de la “temporoterapia”, término acuñado por la revista Análisis. Esta consistió en postergar sistemática el dictado de normas de financiación hasta después de iniciada la zafra, “[…] estrangulando deliberadamente la marcha de la actividad y logrando así que cada molienda se iniciase en un clima de perpetuo conflicto entre industriales, cañero y obreros.” (Pucci, 2007:49). Por su parte, la Dirección Nacional del Azúcar contribuía a esta “terapia del caos”, en palabras de Pucci, negándose a ajustar los precios del azúcar y de la caña de acuerdo a la inflación registrada desde la molienda anterior -lo que implicaba grandes pérdidas para la industria tucumana- y retrasando la contratación de inspectores encargados de controlar la calidad de la caña de azúcar. 

La temporoterapia, los precios máximos, la prohibición de la exportación de excedentes, la falta de crédito y el mito condensado en la sacarofobia constituyeron en conjunto una gran bota sobre el proverbial cuello de la industria azucarera tucumana, que recibió el golpe final en agosto de 1966.

Onganía recorriendo los ingenios tucumanos que va a cerrar

EL CERROJAZO: SOLUCIÓN FINAL AL PROBLEMA TUCUMANO

Para junio del ‘66, cuando acaeció la Revolución Argentina y con ella el quinto gobierno militar de Argentina, Tucumán se encontraba en una situación de crisis, alcanzando altos grados de violencia social. Esta crisis, como todo fenómeno social, tuvo múltiples causas. Entre ellas destacan la violencia y malestar vividos a nivel nacional, por los años de crisis económicas y políticas que caracterizaron a los gobiernos radicales de la proscripción, y también, los años de estrangulamiento a los que había sido sometida la provincia desde el poder central de Buenos Aires. 

Estos dos fenómenos se combinaron en numerosas y violentas tomas de ingenios, enmarcadas en el “plan de lucha” que llevaba a cabo el sindicalismo peronista contra el presidente Illia, pero que tuvieron fuertes motivaciones endógenas a Tucumán, como meses de sueldos impagos, causados en parte no menor por la asfixia crediticia que Buenos Aires había impuesto. Tucumán en el ‘66 era para Pucci una “casa dividida” donde los diferentes actores de la industria azucarera, -industriales, cañeros, obreros permanentes, jornaleros y zafreros- se encontraban enfrentados y se adjudicaban mutuamente culpas por la situación miserable de la provincia. 

Dada esta vorágine, fue fácil para el gobierno de facto justificar frente a la sociedad la intervención y cierre forzoso de 7 ingenios tucumanos, número que luego trepó a 11, con la excusa de que se iniciaba una operación de “saneamiento” de la economía tucumana. Se enarbolaron acusaciones patologizantes contra la industria azucarera tucumana y la provincia toda, acusándola de ser un cáncer para la República, un tumor que era necesario extirpar.

 La prensa de la city porteña no solo acompañó este relato, sino que se regocijó en él. Clarín decía “La filosofía que mueve la acción oficial es bien clara en sus objetivos: suplantar una economía típicamente subdesarrollada, una economía de miseria y caos social crónica, por una estructura moderna y tecnificada”. Por su parte, La Nación titulaba “Extínguense 8 ingenios tucumanos”, como si se tratara de la muerte de una familia de Tigres de Sumatra y no de la intervención violenta en una economía provincial, violando la propiedad privada que la dictadura “liberal” decía defender. Sin embargo, este mismo diario, abandonando las pretensiones de comunicación objetiva, congratuló a los militares por haber, finalmente, aplicado la “solución final para el problema tucumano”. 

Se dijo que se cerraron ingenios por falta de eficiencia y modernización, afirmaciones fácilmente falseadas, la industria azucarera tucumana fue de las pocas industrias argentinas que continuamente invirtió en mantenimiento, renovación y modernización de capital fijo; los dos años anteriores al cerrojazo fueron, de hecho, años de gran modernización. Luego, se dijo que los ingenios debían cerrarse por un mal manejo de los fondos, por falta de capital operativo, pero se omitía groseramente que el otorgamiento de créditos del Banco Nación, entre otros, a los azucareros tucumanos había sido prohibido por el gobierno nacional. 

El cerrojazo no fue una simple operación de saneamiento, fue la culminación de un ataque sistemático, de carácter material y simbólico, del poder central de Buenos Aires a la provincia de Tucumán y su principal industria. Implicó el triunfo de un proyecto económico centrado en la Pampa y en Buenos Aires, sobre un proyecto mediterráneo y partidario del proteccionismo. Y si la Revolución Argentina “racionalizó” la economía del país, lo hizo imponiendo la racionalidad económica porteña, aplastando los proyectos de sociedad del interior del país.

Imagen. La Gaceta de Tucumán

MISERIA Y ÉXODO: TUCUMÁN POS CERROJAZO

El cierre forzoso de los ingenios, que implicó la desaparición del 40% del parque industrial tucumano, significó un éxodo de las masas trabajadoras de la provincia hacia otras partes de la Argentina. Existen diferentes estimaciones en cuanto a las cifras, algunos autores estiman que van de 150 mil a 250 mil personas, quienes terminaron hacinados en las villas miseria de la capital provincial y de la ciudad de Buenos Aires.

El cerrojazo implicó, verdaderamente, “la destrucción” de Tucumán. No solo quedaron desempleados los obreros de los ingenios, sino también los zafreros y jornaleros que trabajaban en los cañaverales; muchos cañeros fueron despojados de sus tierras, y a otros tantos se los obligó a cambiar de cultivo; perdieron su fuente de sustento aquellos comerciantes y trabajadores que se dedicaban a rubros indirectamente relacionados a la industria; murieron pueblos enteros, y con ellos todas las actividades económicas necesarias para mantenerlos funcionando. 

Las opciones para esa masa que había sido despojada de la vida que había construido eran escasas: primero, emigrar, ya sea a la Ciudad, a San Miguel, o emigrar a la Gran Ciudad, a la CABA. Segundo, quedarse en el campo, trabajando de lo que encontrarán, quizás ocuparse del desmantelamiento de los ingenios ordenados por la dictadura en su política de tierra arrasada. El gobierno de Onganía solo ofreció como solución que los ex obreros sean empleados en limpiar cunetas y canales.

Una provincia que en épocas de crisis económicas prolongadas a nivel nacional contaba con un sistema económico articulado y eficiente (por y para sí), que era capaz de producir increíbles ganancias, que era próspera y un verdadero polo cultural para el norte argentino, fue borrada de un plumazo por el decreto-ley 16.926. En su lugar emergió una sombra, que conservó la violencia y el caos de esos años 60’s, pero no sus virtudes. Tucumán se desplomó, y aún no puede levantarse.

EL MOVIMIENTO OBRERO AZUCARERO TUCUMANO 

Antes de los cerrojazos y antes de los éxodos, el movimiento obrero azucarero fue un actor muy dinámico e influyente en la sociedad y en la política de todo el norte del país, especialmente en la Provincia de Tucumán. Históricamente los obreros de los ingenios azucareros se encontraban en situaciones laborales paupérrimas donde la explotación y la violencia reinaba por parte de los patrones y sus secuaces. A principios del Siglo XX se registraron las primeras huelgas, en ellas se reclamaba, entre otras cosas, la abolición del pago con vales para la proveeduría. A pesar de esto, fue recién en la década del ‘30 la formación de los primeros agrupamientos gremiales del rubro. 

Aun así, nobleza obliga reconocer la fuerza de los obreros azucareros incluso antes de su sindicalización, en tanto consiguieron a través de su lucha la sanción y reconocimiento de sus derechos laborales en el temprano año de 1919, con la reforma de la Constitución provincial, aunque tuvieron que esperar al empuje dado por el poder central en los años peronistas para que estos derechos conquistados se conviertan en prácticas institucionalizadas.

El principal actor del movimiento obrero azucarero nació en 1944, conformado por La Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA), que hasta el día de hoy agrupa a los sindicatos de obreros de fábrica y de surco. Esta Federación, desde sus inicios, tuvo un importante vínculo con el peronismo y específicamente con Juan Domingo Perón, cuando era Secretario de Trabajo y Previsión. La figura de Perón impactó tanto en las masas trabajadoras de los ingenios azucareros del Tucumán que, por un lado, los sindicatos de la FOTIA se unieron a la huelga masiva que exigía su libertad en el año 1945, culminando en la jornada del 17 de octubre. Por otro lado, también fueron partícipes activos de la primera campaña a presidente de Perón, siendo la clave para el triunfo del peronismo en el norte del país. 

Según Gutman (2012) el movimiento peronista fue el impacto para resquebrajar el poder político y económico de la oligarquía azucarera en Tucumán. Desde ese momento histórico, según el autor, por primera vez en su historia, tuvieron una mejora sensible a las difíciles condiciones de los trabajadores azucareros: “[…] En Tucumán hubo gente que se puso por primera vez en su vida un par de zapatos cuando llegó Perón”, me contó el hijo de Atilio Santillán […]” (Gutman, 2012:23).

Es importante destacar que aunque la FOTIA predominantemente era peronista, en el año 1946, en el primer gobierno “justicialista”,  realizaron la primera gran huelga que duró cuarenta y siete días y terminó con represión, el sindicato intervenido y gran parte de sus dirigentes detenidos. La represión policial se llevó la vida de un dirigente gastronómico comunista, Carlos Aguirre, que encabezaba el movimiento de solidaridad con los huelguistas. Según Gutman, esas jornadas fueron un momento fundacional para quienes querían exaltar la combatividad de los trabajadores azucareros.

También cabe destacar la creación en 1945 de la Unión de Cañeros Independientes de Tucumán (UCIT) que agrupa hasta el día de hoy a los pequeños productores campesinos, actor muy importante en la industria azucarera tucumana, en tanto el cultivo de caña de azúcar en Tucumán no estaba integrado por grandes propietarios, sino principalmente por medianos y pequeños cañeros, asemejando este régimen de propiedad de la tierra mucho más al modelo “farmer” de EEUU que al latifundio pampeano.

A partir de los dos periodos peronistas, teniendo en cuenta las leyes y derechos laborales adquiridos por los trabajadores de todo el país, se logró una homogeneización de la lucha obrera, constituyéndose un movimiento obrero unificado con gran poder de coerción en la lucha por sus derechos. En consecuencia, esto creó una alarma grande para las castas oligárquicas de todo el país y especialmente en el norte, que creó el panorama al golpe de Estado de 1955. Luego del derrocamiento, la FOTIA realizó cuantiosos paros y sabotajes, tal era la importancia de ellos que condujeron a la Revolución Libertadora a intervenir el gremio y empujar al exilio a algunos de sus máximos referentes. 

Los conflictos siguieron durante la presidencia de Frondizi. Tras el excedente de la industria azucarera y la depresión de los precios internos, sumado a la prohibición de exportar insumos por parte del gobierno central, se realizaron innumerables paros y movilizaciones por el atraso de pagos. 

En ese momento Mario Roberto Santucho, futuro dirigente guerrillero del Ejército  Revolucionario del Pueblo (ERP), se encontraba fundando el Movimiento Independiente de Estudiantes de Ciencias Económicas (MIECE), siendo ésta una agrupación de izquierda, crítica a los partidos tradicionales. Se podría suponer que el MIECE partía desde la mirada de la teoría de la dependencia, predominante en esos años ya que:

“En su declaración de principios, la agrupación afirmó que el atraso latinoamericano se debía a la dominación imperialista, que tenía sus cómplices en las “castas explotadoras” locales y sus encubridores en los partidos políticos, y que la revolución cubana merecía “la más absoluta solidaridad de los patriotas latinoamericanos.””(Gutman, 2012:25)

El MIECE tuvo un gran acercamiento a los obreros azucareros, ya que ellos tenían en mente que los estudiantes universitarios debían involucrarse en los asuntos territoriales. En este sentido, se hicieron conferencias y debates en los que participaban los movimientos obreros y estudiantiles.

Tras un nuevo golpe de Estado, la intervención y cierre de 11 ingenios azucareros y el asesinato de Hilda Guerrero de Molina, militante de la FOTIA, durante las manifestaciones y concentraciones en la lucha en contra de los cierres dispuestos por la dictadura militar, se creó una coyuntura de movilización y lucha obrera de los gremios azucareros. Sin embargo la dictadura de Onganía no dio lugar alguno a sus reclamos.

A partir de allí, se abrieron, de lo que pudimos recopilar, dos grandes vertientes dentro de la masa obrera azucarera. Por un lado la visión de Santucho, entendiendo que el proletariado azucarero tucumano tenía las posibilidades esenciales para dar el paso a la revolución socialista.

María Seone en su libro “Todo o nada” extrae las palabras escritas por Santucho en la Introducción a las resoluciones del V Congreso del PRT en 1973:

El planteo de la lucha armada irrumpe en el PRT, no a través de estudiantes e intelectuales revolucionarios influidos por la experiencia a otros países. Surge de la experiencia directa de las masas obreras argentinas y es incorporado al partido por su vanguardia, que ha recorrido previamente el camino de la lucha pacífica, que ha comenzado por huelgas corrientes, por la participación en elecciones, que ha pasado a la ocupación de fábricas por rehenes, a las manifestaciones callejeras violentas, hasta que, cerradas todas las posibilidades legales con la asunción de Ongania, se orienta correctamente hacia la guerra revolucionaria.” (Seaone, 1991:98)

Por otro lado y en contraposición a la visión y relato de Santucho, se encuentra el testimonio y visión de los sindicalistas peronistas. En el libro “Sangre en el Monte, la increíble aventura del ERP en los montes tucumanos”, Gutman recopila dos testimonios. El primero es el de Julio Lescano, un viejo sindicalista peronista y adversario del PRT, que dijo: “Lo que nos diferenciaba del PRT era que nosotros luchábamos por la defensa de nuestros puestos de trabajo” (p.38). Lescano marcó límites, también, en contra de los “métodos violentos” del Partido Revolucionario de los Trabajadores.

El segundo testimonio es de un hijo de Santillán, un fresador del Ingenio Bella Vista, elegido varias veces secretario general de la FOTIA, alegando que en ese momento los trabajadores azucareros querían una revolución pacífica y que la radicalización de los ‘70 nunca tuvo un sustento verdadero: 

“Lo que pasó en Tucumán fue que la situación de opresión e indigencia era tan grande que los trabajadores reaccionaron. Acá las carnicerías sólo vendían achuras, porque la gente no tenía plata para comprar carne. Y los obreros, que tenían diez hijos o más en esa época, tuvieron que salir a jugarse la vida para darles de comer. Pero de ninguna manera eran marxistas. Los del PRT eran deshonestos, no venían de frente, porque sabían que acá casi todo el mundo era peronista. La gente nunca los quiso”. (Gutman, 2012:38-39).

Más allá de las diferencia políticas y estratégicas, tanto marxistas como peronistas bregaban por la construcción de una sociedad más justa para el proletariado de la industria azucarera, proyecto que fue truncado por Onganía primero, y por el Operativo Independencia y el Terrorismo de Estado después.

Huelga de la FOTIA

SANTUCHO Y EL OBRERO AZUCARERO COMO HOMBRE REVOLUCIONARIO

La historia del movimiento obrero tucumano está indisolublemente ligada a la formación del PRT-ERP y con ella a la figura de uno de sus principales fundadores, Mario Roberto Santucho. Robi, como lo llamaban sus cercanos, fue el séptimo hijo varón de una familia de clase media acomodada de Santiago del Estero, caracterizada por la actividad social y política en cada uno de sus miembros. 

Santucho empezó su militancia desde muy temprana edad y choca con la realidad de los ingenios azucareros cuando es estudiante de Contador Público en la Universidad Nacional de Tucuman (UNT). Allí, como antes mencionamos, fue uno de los fundadores del MIECE. Ese momento fue su primera aproximación a los obreros azucareros. Él planteaba la imprescindibilidad de la formación de las militancias universitarias en la industria azucarera, pensando que los universitarios tucumanos debían entender y aprender la propia realidad tucumana, la de los obreros de los ingenios azucareros.

La segunda aproximación a la industria azucarera fue trabajando en la contaduría del sindicato del Ingenio San José. Este ingenio, era muy importante dentro de Tucumán, siendo uno de los primeros en llegar a la provincia. Paradójicamente, fue fundado en 1836 por José Frías y Araujo, al volver de su exilio en Potosí y Cochabamba, después de ser derrotado por las fuerzas federales, al mando de Facundo Quiroga en la batalla de Ciudadela.

A partir de allí, Santucho no solo se volvió un militante activo por un mundo sin opresiones, sino también, un pensador. La hipótesis de que el proletariado rural, con su vanguardia, el proletariado azucarero, era la clave para la Revolución ya se podía encontrar en los Congresos del FRIP en 1964, y posteriormente el PRT la tomaría como propia. El desarrollo de esta hipótesis, partía por un lado, de una lectura leninista del Noroeste argentino, es decir, que se consideraba a este el eslabón más débil de la cadena, “[…] el nudo que habrá de romper el FRIP, poniendo a las masas en combate, haciendo funcionar el motor humano de la revolución” (Gutman, 2012:36). 

Por otro lado, desde una lectura más territorial, se pensaba a los obreros azucareros tucumanos como importantes sujetos revolucionarios potenciales por sus óptimas  condiciones demográficas, geográficas, políticas y sociales. La primera de ellas, por la concentración de todos o la gran mayoría de los obreros de un ingenio en un pueblo ubicado al lado de éste, como era tradicional. La geográfica, ya que a partir de la revolución cubana se pensaba que los montes tucumanos podrían llegar a ser un equivalente a la Sierra Maestra. En tercer lugar, las condiciones políticas eran óptimas debido al alto grado de politización de los habitantes tucumanos ante la desigualdad y la opresión. Por último, las condiciones sociales por la gran capacidad de organización, movilización y combatividad reinante en esa época, dentro y fuera de los ingenios. 

En este sentido, para la mirada de Santucho, el sector de vanguardia indiscutido de la clase obrera eran los obreros azucareros tucumanos, ellos serían los que llevarían a la clase obrera Argentina a una lucha abierta contra el régimen dictatorial de Onganía e instaurarían un nuevo poder socialista, que a partir de mediados de los ‘70 va a llamar “doble poder”. 

Después de su detención y posterior fuga de la cárcel de Trelew con destino final a Cuba, Santucho diseñó un proceso revolucionario pensando en el movimiento obrero azucarero que había conocido en el Tucumán de los 60’s. Cuando vuelve al país, sin embargo, ese mítico obrero revolucionario, combativo y aguerrido, no estaba allí. En su lugar solo había pueblos fantasmas, y los fantasmas no hacen revoluciones.

CONCLUSIÓN

En la historia no hay inocentes, y mucho menos en ésta. Ni el gobierno nacional fue un terrible villano, ni Tucumán y sus habitantes fueron pobres víctimas. De hecho, muchos tucumanos fueron cómplices en el sabotaje de la industria provincial y del mismísimo cerrojazo. Pero la vocación de poder es una constante en la historia de la humanidad, y el poder se mueve por la posesión y el control material y simbólico. Consecuentemente, Buenos Aires y Tucumán se vieron envueltos en un conflicto a partir de dos grandes proyectos de sociedad enfrentados. Como en toda guerra, alguien gana y alguien pierde, y el poder del puerto finalmente logró imponer su racionalidad a lo largo y ancho del país. Conquistó las fábricas, pero sobre todo conquistó las mentes. La sacarofobia penetró hasta en el mismísimo Tucumán, perpetrando un odio por la propia historia en sus habitantes que perdura hasta hoy. 

Los hombres crean mundos en sus mentes todos los días, pero pocas veces estos se vuelven realidad. En Tucumán se logró, efímero y brillante como un cometa surcando los cielos. Esos ingenios que siguen activos, aún siendo una sombra de lo que fueron, y esos gigantes de hierro abandonados a su suerte, habitados solo por espectros, nos recuerdan que una vez existió en el noroeste argentino una pujante y moderna sociedad, donde florecía el arte y el conocimiento, todo motorizado por una industria provincial propia, de capital tucumano y conducción tucumana.

BIBLIOGRAFÍA

  • Gutman, D. (2012) “Sangre en el monte. La increíble aventura del ERP en los cerros tucumanos”. Sudamericana.
  • Mattini. L. (2007) “Hombres y mujeres del PRT-ERP. De Tucumán a La Tablada”. La Plata. De la Campana.
  • Pucci, R. (2007) “Historia de la destrucción de una provincia: Tucumán, 1966”. Buenos Aires. Ediciones del Pago Chico. 
  • Seoane, M. (1991) “Todo o nada. La historia secreta y la historia pública del jefe guerrillero Mario Roberto Satucho”. Buenos Aires. Editorial Planeta. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *