LA ARGENTINA, UN EJEMPLO DE PAZ ANTE LOS LLAMAMIENTOS DE GUERRA. Por Joshua Lentulus

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“El soñar es propio de las utopías que aspiran al bien de toda la humanidad, ahora bien, ¿cómo se definiría un sueño que es la propiedad utópica exclusiva de un solo pueblo? En Estados Unidos se le llamó “el destino manifiesto”, en Alemania fue el “lebensraum” ¿y en Israel? la “milchemet mitzvah”, ¿que tienen en común? la justificación de una política de expansión y de exterminio basada en la búsqueda del espacio vital.”

Por Joshua Lentulus

La tradición de neutralidad del país ante los grandes conflictos mundiales es uno de los rasgos de continuidad más característicos de la Política Exterior Argentina (PEA) en el siglo XX, en esta tradición se combinan factores ideológicos y materiales (en especial los vínculos entre los grupos dirigentes y sus nexos comerciales con Europa atados al modelo agroexportador). No obstante, existen dos hechos en la historia de ese convulsionado siglo en las que el pueblo argentino expresó su posición sobre la guerra. El primer hecho de relevancia fue la guerra de Corea en 1950 y el segundo el plebiscito que puso fin al histórico conflicto en el canal del Beagle, situación que en 1978 puso al borde de la guerra a ambas naciones.  

La guerra fría se torna caliente en la península coreana

En el año 1950 se tuvo ante la invasión del ejército norcoreano hacia el resto de la península un pronto alineamiento político de parte del gobierno de Juan Domingo Perón con los Estados Unidos. Sobre este evento ocurre un proceso de sobrehistoricismos al interpretar desde una posición ideológica este alineamiento, están quienes lo ven desde el peronismo como un acto no de contradicción sino de oportunismo internacional, y por el lado de la izquierda nacionalista como la confirmación del alineamiento hacia el imperialismo yanqui del gobierno de Perón. 

La realidad es que había varios factores que favorecían ese alineamiento, siendo la sequía sufrida el año anterior, el declive del imperio británico de posguerra, al que provechosamente se le había comprado los ferrocarriles a un precio favorable, ahora había prohibido la convertibilidad de la libra esterlina, siendo la moneda británica en su momento el “dólar” del que dependía nuestro comercio exterior, y también el giro del centro del poder económico acontecido en la posguerra de Londres hacia New York, en un momento en el que Perón se encontraba negociando un paquete de asistencia financiera de unos 125 millones de dólares del Eximbank de Estados Unidos. A su vez el gobierno apresura al congreso la ratificación del TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) en julio de 1950, confirmando una defensa mutua ante el avance del comunismo soviético y buscar evitar un apartamiento de Argentina del comercio con los Estados Unidos. Pero además, desde una dimensión  ideológica, es necesario recordar que pese a que el gobierno justicialista había inaugurado la “tercera posición” como forma de inserción internacional más autónoma, la misma no negaba la pertenencia occidental de la argentina, en este sentido el propio Perón creía en la inevitabilidad de otra conflagración mundial en la cual no se discutiría la alineación argentina con occidente, aunque la misma no era automática y solo se limitaba a este supuesto extremo de una nueva guerra mundial. En este sentido es importante tener en cuenta el clima de época, donde en el marco de la guerra fría muchos vieron en la guerra de Corea la antesala de un nuevo enfrentamiento mundial entre el este y el oeste 1.

El icónico paralelo 38 donde se estableció la frontera entre las coreas en base a un precario armisticio que perdura hasta nuestros días.

Todo ello generó como reacción un repudio generalizado, motivado por gremios comunistas y por la bancada radical presidida por Arturo Frondizi, contra la posibilidad del envío de tropas hacia Corea, a lo que Perón declina y confirma únicamente el envío de alimentos, apelando a la voluntad del pueblo en su negación de involucrarse en una guerra que veía como ajena y lejana, en dicho contexto el líder justicialista pronuncio un discurso donde afirmo que “haría lo que el pueblo quisiese” y en tal sentido agregó: “ni una gota de sangre de jóvenes argentinos será derramada en Corea” 2,. Si bien de este hecho se puede analizar la intervención del PC argentino al favorecer geopoliticamente a Moscú en su intención de no asistencia militar a las fuerzas armadas de la ONU, tampoco las manifestaciones del 18 de julio por parte de los trabajadores ferroviarios, molineros y de otras ramas productivas en Rosario tuvieron un repudio del pueblo en favor de alinearse a los intereses geopolíticos del gobierno de Perón.

Conflicto del Beagle

En el caso del litigio en torno al canal del Beagle se trató de un conflicto limítrofe irresuelto por parte de la administraciones chilena y argentina de varios años, su punto de máxima tensión se dió con el laudo arbitral de la corona británica del año 1977, este fallo previsiblemente negativo para los intereses argentinos, fue declarado “insanablemente nulo” por parte de gobierno militar argentino, lo que derivó en peligrosa crisis y una inmediata escalada de la misma que tuvo su clímax en diciembre de 1978, con la movilización de 25.000 efectivos por parte del ejército argentino y la movilización de la flota de mar hacia la zona en disputa, en el caso de que la intermediación del Vaticano, presidido por el Papa Juan Pablo II y la recordada misión del cardenal Samoré, fracase en la búsqueda de la paz. El 21 de diciembre se encontraba preparada la invasión de los territorios insulares en disputa (Evout, Bernevelt y Hornos) por parte de la Armada Argentina, la cual se encontraba soportando un fuerte temporal propio de aquellas latitudes australes que le impidió efectuar las operaciones militares previstas, este suceso de connotación milagrosa posibilitó una ventana de tiempo suficiente para iniciar las negociaciones 3. En ese momento se optó por parte de Pinochet aguardar 24 horas antes de responder a la potencial hostilidad notificada, significando esas 24 horas el tiempo suficiente, en el que se envió a Roma el consenso de Videla y Pinochet de aceptar la mediación del Papa, y quien el mismo respondió al día siguiente invitando a ambos gobiernos a la paz, poniendo fin a una escalada del conflicto. Si bien la mediación Papal fue reconocida, no puso fin al conflicto en sí, al cual recién en el año 1984 bajo un gobierno democrático se legitimó la propuesta papal llamando a consulta popular, resultando en el 82% de votos a favor de la paz. En este caso nos encontramos en una situación distinta al de la guerra de Corea, porque ya no se trataba de un conflicto ajeno contra un pueblo de distinta raza, idioma y fe, sino contra uno que hablaba nuestro mismo idioma y sostenía la misma fe, siendo un referente moral, el Papa, antes que político, el rey de España, quien mediara entre ambas partes, pero que a su vez hiciese de representación espiritual de ambos pueblos, manifestado en el lado argentino en 1984.

Ambas potenciales guerras encontraron en nuestro pueblo un rechazo propio de una indiferencia de la que no se le puede exigir otro argumento moral que el de su propio contexto, uno atravesado por la ambición de purgar sus propias heridas, antes de buscar la unión en la excusa de enfrentarse a un enemigo externo. Y siendo en 1950 el comunismo una amenaza “atea”, y por ende, para los valores del pueblo, como siendo a su vez Videla en 1978 un defensor del cristianismo occidental 4 y en consecuencia un genuino representante  del pueblo por estos valores, no termina de encontrarse en ambos contextos un alineamiento del pueblo hacia el accionar bélico. Tal vez sea por la ausencia de un aparato de propaganda semejante al de los Estados Unidos, pero este significó, y lo sigue siendo, la excusa con el que la intelectualidad disculpa al pueblo norteamericano por causa de su propia ignorancia. La fe en ambas circunstancias no fue la excusa con la que iniciar una guerra, sino la persuasión para evitarla, al partir del lineamiento de la justicia social con el de la soberanía política, contemplando esta última la voluntad del pueblo.

Al mencionar los dos, de los tres fundamentos doctrinales del peronismo, pasó a interpretar cuales son estos valores espirituales que nuestro pueblo debería de elevar como luz de claridad en un mundo de oscuros sofismas de odio. 

Las extensas y despobladas llanuras de nuestra patria fue el hogar de numerosos extranjeros a quienes se los recibieron sin importar de sus regiones los prejuicios y rencores de los que huían, y que hasta inclusive se terminaban por reencontrar en los extranjeros que rivalizaban en una fábrica o en un conventillo. Algunos perpetuaron esos rencores, mientras que muchos otros encontraron en el ser argentino una nueva identidad que les permitiera un nuevo comienzo, conflictivo, pero siempre aspirando la justicia en la dignidad. 

Esto se entiende al ser los autonomismos, como los de la mítica república popular de La Boca, un débil soplo de lejanos métodos con los que los pueblos buscaban defender su subsistencia en el orgullo cultural. El ser argentino se trató no de un autonomismo defensivo, sino un “imperio” pampeano del que despojarse de aquellas cargas de prejuicios culturales, que, garantizando un justificado respeto mutuo a los valores de los otros, poder uno echar raíces en la dignidad de su trabajo. 

Esta dignidad entiende, como una subconsciencia, que no hay razones para una guerra cuando la fe en lo que se pierde es mayor que lo que factiblemente está amenazado. El comunismo será ofensivo en sus valores ateos, los republicanos y franquistas podrán tirotearse en la avenida de Mayo y los judíos habrán sufrido un violento y asesino acoso, pero todo ello nunca motivo de parte de nuestro pueblo un alineamiento de simpatía hacia esas mismas causas consolidadas en sus países de origen. Aquí el eco de las convulsiones rompen en una voluntaria cultura de la paz en base al trabajo, y del trabajo la búsqueda de la justicia basada en la dignidad y su manifestación desprovista de proclamas supremacistas.

Ahora bien, cuando es la fe lo que persuade a la sangre y la sangre lo que legitima la posesión de una tierra, el resultado será, por el mismo accionar imaginario de autopercepcion, la negación y cosificación del otro, tomándolo como un desafío y no como un enemigo, ¿cuál es la diferencia? con un enemigo se puede negociar, dialogar y evitar esas diferencias, como las que se evitó con Chile en una potencial guerra en 1978, en cambio un desafío en su destrucción es el recurso que legitima y confirma la propia fe en beneficio de quien la porta, e invita a otros a ser cómplices de esa misma identidad, fundada, una vez asentado el polvo de la guerra, sobre miles de cadáveres. Hay quienes buscan equiparar, y ahora si es necesario mencionar los hechos actuales, la ocupación israelí en Palestina con la conquista del desierto, para hacer germinar los mismos rencores y desconocimientos de nuestro estado nacional, pero aquí se cae en una mediocre mentira, esa Argentina que desconocen es la misma que integró y asimilo a decenas de pueblos bajo los mismos valores de convivencia, compartiendo hasta el día de hoy un indígena los mismos derechos que un porteño, y por ende ser el estado argentino, con todos sus defectos, quién debe ser garante de esta igualdad. Ello no lo vuelve imaginario cuando su acción se legitima en la defensa de la justicia de los individuos, es decir, de quienes buscan el trabajo en nuestra tierra.

Esta sangre persuadida por la fe también encuentra otro tipo de negación del Estado argentino en la potencial binacionalidad de algunos ciudadanos. Esto ha sido un derecho de todo hijo de extranjero, al cual no se le puede negar el retorno a su patria, ahora bien ¿cómo definirías una patria? El llamado estado de Israel se justifica a partir de una lógica colonialista racional del siglo diecinueve y del sentimiento religioso de una comunidad cosmopolita, vinculados ambos por medio del fenómeno político del sionismo ( inicialmente de pretensión secular pero que hoy apela al mito bíblico para justificar su política colonial y de gendarme regional). Las historias de la expulsión del pueblo hebreo y judío, que cabe aclarar no son sinónimos en los relatos bíblicos y del Corán, se han perpetuado en varias comunidades judías a lo largo del tiempo y del espacio, pero es cierto que estos relatos pierden intensidad verídica cuando las generaciones que prosiguen se asientan y echan sus propias raíces en otros territorios, así nos encontramos con el reino de los jázaros o el de las llanuras ucranianas donde existieron reinos de fe judía en la mayoría de su población. Luego lo que prosigue a esas historias es la tragedia de la persecución y las masacres, pero la interpretación que se hace de estas es una fijada en el origen de la expulsión de la tierra prometida por Moisés, donde imposible es encontrar una diferencia entre las vivencias históricas con el relato de un pueblo esclavizado al que por voluntad de Dios y de su líder es liberado y conducido hacia su propio territorio, una conducción que puede tomarse tras las diásporas en un alargamiento de los cuarenta años iniciales, hasta más de mil años de ausencia de este territorio literario. Aquí la fe en persuasión de la sangre pasa a persuadir el derecho de la posesión de la tierra, esto no es algo exclusivo del sionismo, las cruzadas por parte de la iglesia o la yihad islámica dieron ejemplo en la interpretación religiosa de la fuerza para favorecer una campaña de conquista, pero el caso israelí es distinto, porque mientras las cruzadas y la yihad tratan de actos expansionistas de purificación y autodefensa, que parten de la iniciativa de la población de un territorio, el caso israelí parte a la inversa, en el derecho de un pueblo a retornar a un mismo territorio gestionado exclusivamente por ellos, y esto producto de identidades que no fueron asimiladas en sus actuales territorios por las persecuciones ya mencionadas.

A su vez, mientras nuestra patria y la de muchos extranjeros fueron producto de guerras de defensa y conquista, y estas efectuadas por regímenes mas o menos legítimos bajo consenso o rebelión de los pueblos gobernados, la “patria” israelí parte del artificio imaginario de la organización sionista quien en el siglo diecinueve realizan una interpretación religiosa de la tierra prometida como el fundamento del accionar racional de concretar un territorio netamente judío, ¿en donde? la propuesta delata el fundamento de una época, en Argentina, Palestina, Uganda o Siberia 5, es decir, el fundamento de una época en donde las potencias europeas se repartieron al continente africano y los territorios de China como si de extensiones deshabitadas se tratasen, volviendo factible la voluntad de cualquier emprendimiento de colonización basado en la sangre y la fe, comparable con los principios de superioridad racial y civilizatoria de Europa y los Estados Unidos.

Con la creación de una “patria” y la persistencia de los relatos que incentivan el derecho del judío de habitarlo, con todas las dificultades culturales que eso conlleva, se termina por generar una confusión identitaria entre el ser nacional y la fe, otorgando un mayor peso a la aspiración de la fe, que a la realidad de los derechos obtenidos en el actual territorio en el que se nace, proyectando en una patria imaginaria la concreción de todas las aspiraciones que uno siente frustrado y cree tener la oportunidad privilegiada de lograrlo en la libertad de elegir otra patria, una suerte de “meritocracia” identitaria. Pero así como estos son los sueños de muchos, también se convierten en la pesadilla de otros. 

El soñar es propio de las utopías que aspiran al bien a toda la humanidad, ahora bien, ¿cómo se definiría un sueño que es la propiedad utópica exclusiva de un solo pueblo? En Estados Unidos se le llamó “el destino manifiesto”, en Alemania fue el “lebensraum” ¿y en Israel? la “milchemet mitzvah” 6, ¿que tienen en común? la justificación de una política de expansión y de exterminio basada en la búsqueda del espacio vital. Ahora bien, en la actualidad persisten guerras o potenciales conflictos territoriales que no despiertan la lectura de estos conceptos, porque los actuales conflictos como los de China y Taiwán, Armenia y Azerbaiyán, Serbia y Croacia o Rusia y Ucrania son producto de la no resolución pacífica y diplomática de anteriores conflictos históricos que algunos fueron resueltos en autonomismos defensivos. Estos casos incentivan el conflicto por el interés político y económico del país que disputa los territorios, pero estos comparten algunas coincidencias con el potencial conflicto entre Chile y Argentina, al ser este evitado con la apelación de la voluntad del pueblo, por sobre cualquier autoridad política, partidaria o religiosa. Pero cuando la voluntad que se apela forma y difunde la justificación de la guerra y la muerte, siendo lo último algo evitado por todos los conflictos mencionados, ¿cuál puede ser el medio de pacificación?.

Sobre el conflicto palestino-israelí se frecuenta la siguiente palabra, “guerra”, una que nos remite al potencial acto de ambas partes de un conflicto de llamar a la paz y evitar una escalada, pero ello no se aplica a la realidad del conflicto que no brota del enfrentamiento político de dos estados, sino de la colonización de un pueblo en un territorio bajo el argumento identitario de una religión, compartido por varias comunidades de aquella región y que a su vez generan como reacción solidaridades defensivas y ofensivas en base a la fe segregada, la islámica, de los pueblos en conflicto. Ellos apelan a distintas opciones de parte de las diversas comunidades, sea un estado binacional, la independencia de palestina o la expulsión del sionismo de la región. Todas apelan a la misma interpretación de justicia que se dan los propios pueblos legítimos en sus territorios, en donde las diferencias no desencadenan como solución el exterminio del otro para apropiarse de su tierra, una diferencia importante con nuestra patria ya mencionada, en la cual por más que se desarrollara el conflicto entre distintas colectividades extranjeras nunca se tuvo un alineamiento entre una u otra, porque la tierra no es del rencoroso sino del digno trabajador. Ello significó una apuesta prometedora de parte del socialismo judío en los inicios de la creación del estado israelí por voluntad e interés político británico-sionista, pero que las invasiones efectuadas por los países árabes, en respuesta a los progromos y la posterior expulsión de miles de palestinos de sus tierras, terminó por asentar justificar la política fundacional sionista en desmedro del sueño socialista de convivencia. Aquí podemos afirmar una complicidad en la formación de los distintos radicalismos, que hasta el día de hoy se siguen alimentando, pero la solución no puede surgir, como se pretende dar, en la maltusiana idea de eliminar o expulsar a dos millones de personas  en base a la racionalidad de la eficiencia social de favorecer a un pueblo autopercibido moderno en su posesión territorial, cambiando la apelación de la fe por el de la razón.

Frecuente es el mensaje de pacificación apelando a la inocencia de las víctimas de una guerra, cuando las víctimas son el enemigo en esta guerra. Al ser la víctima, el civil, el no combatiente el objetivo, ello se fundamenta en la excusa del orgullo ofendido. Como alguna vez fue el orgullo nacionalista lo que se apelaba para atacar y acosar a una minoria etnica o religiosa, el orgullo del sobreviviente de la diaspora y la shoa legitima el odio y asesinato a gran escala. Del otro lado se desenvuelve una reacción vengativa por la humillación, el acoso y la muerte recibida de este orgullo, escalando al desconocimiento de toda humanidad de quien promueve la ofensa. Ahora bien, lejano se vuelven las causas originarias de todo conflicto, dejando de ser una justificación para pasar a ser una excusa sostenida en el orgullo y la fe, ambas retroalimentadas en el “trabajo” mental y físico que significa cosificar al otro, y por lo tanto, tomarlo como un desafío al que se aspira su destrucción, ya solo como un fin en sí mismo. Por lo que no hay origen al que apelar, ni futuro al que aspirar, ya que la excusa es el presente permanente de la destrucción, y es en ese mismo presente en donde encontrar la solución, ¿como?, en el ejemplo argentino.

 Un territorio, un gobierno y un pueblo distante puede significar para muchos un ambiente hostil en donde el país anfitrión en su autoridad puede acosar al visitante, nuestra hospitalidad ha demostrado ser la excepción a la regla. Por lo que el traslado masivo de una población traumatizada por estos estigmas a una tierra benigna lo curara de toda humanidad. Esto rompe con la interpretación lucrativa e individual del trabajo y reivindica la dignidad del trabajador al ascender el labor a un nivel espiritual y comunitario por sobre el material. La humanización es algo que no puede enseñarse sino demostrarse, persuadirse y no obligarse, por lo que contrario a los llamamientos morales, la dignificación del refugiado supone la conservación de su comunidad en la dignidad de su trabajo y por lo tanto, su humanización. La propuesta de trasladar masivamente a la población palestina-israelí a nuestro territorio puede resultar amenazante y desmesurada, pero un riesgo que encuentra como escalada la potencialidad de la paz antes que el de la guerra, ya que en la neutralidad de un territorio y cultura, sumado a mecanismos sociales de integración, pueden hacer fructífero el trabajo de colonización y expansión de la frontera agrícola pampeana y patagónica, mientras que el territorio palestino no estaría deshabitado, sino que seria reconstruido por trabajadores extranjeros provenientes de regiones alejadas de medio oriente, que como si se tratase de una torre de babel invertida, sera la diversidad de los extranjeros quienes construyan toda la infraestructura necesaria para honrar a Dios en la paz del pueblo que lo habite. Para que este pueblo sea digno de habitarlo debe de justificar su emigración, y por ende, cumplir con una cuota de trabajo, y de ganancia del mismo con el que financiar la reconstrucción, para que a medida que paulatinamente vayan emigrando al territorio palestino, las colonias dejadas sean dadas a los locales.

Es fácil ante la lejanía de la tragedia llamar a la paz, apelando a la buena voluntad de quienes combaten, pero lo realmente significativo es apelar a la propia voluntad pacífica del pueblo para ofrecer en el ejemplo la solución definitiva, no en la destrucción, sino en el nacimiento de un hombre nuevo, digno, justo y libre.

Bibliografia

  1. http://163.10.30.35/congresos/jdsunlp/x-jornadas/actas/KABAT_pon_mesa22.pdf ↩︎
  2. Lanús, A (1986) De Chapultepec al Beagle. Biblioteca Argentina de Historia y Política. Cap1. Hyspamerica. Buenos Aires. ↩︎
  3. https://www.infobae.com/sociedad/2021/09/05/el-dia-que-argentina-y-chile-estuvieron-a-un-paso-de-la-guerra-y-como-fue-la-negociacion-secreta-que-llevo-al-tratado-de-paz/ ↩︎
  4. Archivo Prisma (s/f) Videla: derechos humanos y bloqueo a la URSS, 1980. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=tfESiQI_cYA ↩︎
  5. https://israeled.org/la-cuestion-judia-el-estado-judio-theodor-herzl-1896/ ↩︎
  6. https://espacioestrategico.blogspot.com/2023/10/han-vuelto-las-guerras-de-religion.html?fbclid=IwAR2HrTeJaRRF5_b-jhQbhpurg4UP4LN9SZFyZVebHEYauchoLvvJj-nYtVU ↩︎

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