MUJERES EN MALVINAS. Por Camila Luján Castillo

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Fuente: Diario El Cordillerano: A 40 años de la guerra

A las excombatientes las negaron doblemente, por lo que sabían, y por ser mujeres. Fueron omitidas en la construcción colectiva de la guerra. Hay aquí una deuda de honor y lealtad hacia el 
género

Camila Luján Castillo

INTRODUCCIÓN

A lo largo de los años, nuestra propia historia argentina nos ha dado a conocer los distintos acontecimientos desafortunados debido al rol que ocuparon las mujeres, ya que han quedado relegadas a la sombra y quedado en el olvido. El conflicto bélico de la guerra en Malvinas no ha sido una excepción.

Las Islas Malvinas es un tema que nos interpela como ciudadanos argentinos, habitantes del territorio, pero sobre todo como mujeres. Poder pensar nuestras Islas Malvinas desde una perspectiva de género e incluyendo la historia de las mujeres que estuvieron presentes y cuál fue su rol en la guerra contra Gran Bretaña es una cuestión fundamental. De esta manera no sólo se reivindica el papel que cumplieron en aquellos meses de 1982, sino también como quedan posicionadas en el pensamiento argentino y en la sociedad como excombatientes, como ciudadanas, como mujeres. Resulta interesante observar que siempre que se habla de excombatientes o se los entrevista para relatar sus experiencias vividas durante el conflicto bélico, se habla de hombres. ¿Y la mujer? ¿Qué rol ocupó? Es tiempo de darle espacio y voz a las mujeres que estuvieron presentes en aquel conflicto.

ANTECEDENTES: LAS MUJERES EN LA GUERRA

El 2 de abril de 1982 las Fuerzas Armadas argentinas desembarcaron en las Islas Malvinas en pos de la recuperación del territorio ocupado por las fuerzas británicas en el año 1833. Con un grupo de hombres prácticamente desarmados ante la fuerza inglesa y sin preparación física ni psíquica, la guerra dejó como saldo 650 soldados argentinos muertos y más de mil heridos. En este punto es importante destacar que dichos hombres fueron comandados por una dictadura genocida y entreguista generando una herida que aún hoy en día permanece abierta.  Esta historia que hace 40 años se desató en Malvinas, se extendió por 74 días eternos de dolor, miedo y agonía. Los ex combatientes han sufrido el destrato y el silenciamiento por parte de diferentes gobiernos. Y si los veteranos de guerra han pasado por esas situaciones, las mujeres que fueron parte de la guerra de Malvinas fueron silenciadas totalmente, durante la guerra y posteriormente: nadie les proporcionó asistencia médica o psicológica, se les prohibió que pudieran hablar del tema -haciendo que firmen documentos y recibiendo amenazas-.

Anteriormente, la ley argentina sostenía que para cumplir el rol de “veterano de guerra” la persona debió haber estado dentro del perímetro de las islas, por lo tanto, las mujeres que participaron de la contienda no fueron consideradas dentro de esa categoría. Ellas, civiles y militares, fueron enfermeras, instrumentadoras, diplomáticas, técnicas, estudiantes de salud y menores de edad. Muchas dedicadas a cumplir funciones de asistencia médica, no solo curaron a los heridos, sino que también les brindaron contención afectiva y emocional. Sin embargo, su rol activo en Malvinas fue borrado de la memoria colectiva. Mujeres de temprana edad que vivieron desde muy jóvenes el horror de la guerra y la violencia, y guardaron para siempre el recuerdo del dolor. Mujeres que hicieron historia, protagonistas destacadas pero opacadas por sesgos de género. Estas mujeres que pusieron el cuerpo y el corazón al servicio de la patria , como tantas otras en la historia argentina, fueron silenciadas e invisibilizadas.

Las mujeres que participaron de la guerra fueron distribuidas tanto en tierra como en mar. El buque hospital más grande que tuvo Argentina fue el ARA Almirante Irízar el cual contó con siete enfermeras civiles voluntarias que se embarcaron el 4 de junio y que estuvieron presentes en la zona y trece ubicadas en el Hospital Reubicable de Comodoro Rivadavia. Ellas tenían entre 21 y 24 años. Éstas últimas pertenecían a la Fuerza Aérea y recibían a alrededor de treinta soldados por día, trasladados en barcos y en aviones.

Su tarea consistía en recibir a los soldados que llegaban en grupos de 30 o 40 y retirar y tratar heridas de bala, fracturas expuestas y pies de “trinchera”, congelados por las bajas temperaturas (entre los -5° y -15°). Más allá de las tareas curativas, las enfermeras hacían todo lo posible por aplacar los llantos, gritos y lamentos.

Durante el conflicto bélico, hubo lo que se denominó “la visibilización de las mujeres en la guerra”, es decir, el maltrato y el acoso que sufrieron por parte de los hombres en los puestos de trabajo. Las trabajadoras del Irízar, por ejemplo, fueron aisladas en un principio porque se creía que “las mujeres a bordo traen mala suerte”. Las pertenecientes a la Fuerza Aérea fueron las que más sufrieron abuso verbal: “En un traslado de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia, el comandante tuvo que llevar en la cabina a cinco mujeres de la Fuerza Aérea, porque no cesaban de gritarles improperios machistas y subidos de tono. No querían que ellas estén ahí”. En el hospital tampoco la pasaron bien ya que no estaban muy informadas de lo que estaba sucediendo. 

El silenciamiento del rol de las mujeres fue inmediato. En ningún momento se les proporcionó atención médica o psicológica, ni se les permitió comunicarse con sus familias durante unos días. Pero además – y como sucedió durante mucho tiempo después – se les prohibió que hablaran sobre el tema, principalmente porque habían visto las condiciones en las que volvían los soldados, mientras que los medios de comunicación, en complicidad con la dictadura cívico-militar habían construido una imagen distorsionada de los hechos. 

Estas mujeres, que vivieron también el horror y la crudeza de la guerra, fueron omitidas en la reconstrucción colectiva sobre uno de los episodios más tristes de nuestra historia reciente. En la actualidad, de las más de 24 mil pensiones de veteranos de guerra que paga el Estado, no son más de diez las mujeres que la reciben y que se encuentran contempladas en la legislación. Lo único que habían recibido fue una medalla que se envió a sus casas.

Muchas comenzaron a hablar del tema más de dos décadas después: había quienes descreían de su experiencia, producto de tantos años de silenciamiento y del machismo que desvaloriza la palabra de la mujer. Tuvo que pasar muchos años para que finalmente se reconociera la presencia de veteranas que tuvieron una participación activa en la guerra de Malvinas y que fueron excluidas de la memoria colectiva. Si bien estas mujeres no estuvieron en zonas de combate, pudieron sentir los bombardeos, las explosiones de artillería y vivir las experiencias del campo de batalla a través de las heridas y los ojos de los combatientes.

TESTIMONIOS DE LAS PROTAGONISTAS 

Los años posteriores a la guerra de Malvinas los ex combatientes no tuvieron el reconocimiento ni la contención merecida y necesaria, provocando en algunos casos el suicidio. Si pensamos en las mujeres de Malvinas esto se multiplicó, su participación, sus historias fueron silenciadas, al punto que ellas mismas han llegado a no contar su participación en la guerra.

Silvia Barrera es una de las enfermeras que estuvo en Malvinas como voluntaria durante la guerra. Junto a Susana Maza, María Marta Leme, Norma Etel Navarro, María Cecilia Ricchieri y María Angélica Sendes fueron las primeras mujeres reconocidas como veteranas por el Estado argentino en 1983.

En 1982, las seis tenían entre 20 y 25 años y acababan de recibirse de “instrumentadoras quirúrgicas” cuando se dieron cuenta de que su deber era ayudar a los heridos en combate. Durante diez días, estuvieron en el Buque ARA “Almirante Irízar”, un rompehielos que, transformado, funcionó como buque hospital en Malvinas. Ellas cuentan que lo volverían a hacer. 

A ellas les surgió la oportunidad de ir a Malvinas cuando el 9 de junio de 1982 el Director del Hospital Militar Central solicitó “instrumentadoras quirúrgicas” y enfermeras para ayudar en el Hospital Militar Malvinas, en Puerto Argentino. Es que tras la recuperación de las islas Malvinas durante la operación Rosario en la madrugada del 2 de abril de 1982, el Ejército Argentino montó un hospital de campaña en Puerto Argentino cuyos quirófanos no disponían de instrumentadoras, tarea exclusiva de mujeres hasta 1985 cuando se aceptaron los primeros estudiantes varones de esa especialidad en Argentina. Ninguna autoridad pareció haber reparado en ese faltante hasta el comienzo de las hostilidades con los bombardeos del 1 de mayo de 1982 cuando la falta de instrumentadoras dificultó la atención de los heridos que necesitaban cirugía. Ninguna de ellas dudó en aceptar.

Barrera contó en diálogo con Télam que “cuando empezó la exposición estábamos 32 chicas en el salón, y en la medida en la que nos iban poniendo al tanto de cómo estaba la situación y cuáles eran los riesgos primero se empezaron a retirar las que tenían hijos, después las casadas o las que tenían a los padres a su cargo, y al final quedamos sólo cinco voluntarias; como éramos menos que las necesarias se hizo una convocatoria similar a las chicas del Hospital de Campo de Mayo y de allá se sumó una más”.

“Cuando le avisé a mi novio que me iba a Malvinas me dijo que no podía ser posible que siendo yo instrumentadora, civil y mujer sea desplegada y que a él que era médico, militar y hombre no lo llamen; que yo de ninguna manera podía aceptar. En ese mismo momento y antes de armar el bolso corté la relación”. 

“Lo más difícil fue convencer a nuestros padres”. Pero la mayoría de nosotras venimos de familias de militares y lo entendieron enseguida,” recuerda Silvia Barrera. A las seis de la mañana del 10 de junio de 1982, seis mujeres vestidas con uniforme de combate, camuflado verde, se subieron a un avión de línea en el Aeroparque Jorge Newbery en Buenos Aires para ir a Río Gallegos, bien en el Sur argentino. Luego irían hasta el puerto marítimo de “Punta Quilla” en un helicóptero Bell 212 del Ejército, y desde allí, en otro helicóptero sanitario SH-3 “Sea King”, de la Armada, hasta el Buque Hospital ARA “Almirante Irízar” que navegaba en alta mar. En ese momento, “el sur del país, desde Comodoro Rivadavia, el país era otro: estaba militarizado. Nosotras veníamos de Buenos Aires, donde si bien hablabas de la guerra, no la veías. En el Sur, todos especulaban con un ataque al continente: había camiones militares durante el día y oscurecimiento por la noche. A los autos les ponían una cinta adhesiva que sólo permitía una luz mortecina para iluminar la ruta.”, dijo Silvia Barrera. Para muchas de nosotras, aquel era el primer viaje en avión. Ninguna había pisado el Sur y el único barco que conocíamos era el bote de remos. Tuvimos que aprender muchas cosas. Por ejemplo, a ponernos los borceguíes.

Era de noche cuando el helicóptero las dejó en el buque hospital. Hacía frío y, si había estrellas, no se veían: los destellos que provocaban los bombardeos en Puerto Argentino eran muy potentes. Y fue entonces cuando llegó la primera decepción: por decisión del Comandante del Irizar, Capitán de Fragata Luis Prado, las seis mujeres no bajarían a tierra para reforzar la dotación del Hospital Militar Malvinas, en cambio reforzarían el hospital flotante. Es que para junio de 1982 los combates habían recrudecido en Puerto Argentino, el bombardeo naval inglés caía en cercanías del hospital y corrían serios peligros. 


La instrumentadora señaló que “el primer encuentro con la tripulación del Irízar fue muy tenso, a ellos no le habían dicho que las instrumentadoras eran mujeres y los marineros son muy supersticiosos sobre la presencia femenina en los buques, hacía muy poquito los ingleses habían hundido el crucero General Belgrano y el jefe de cubierta del rompehielos, que era un machista recalcitrante, empezó a gritar que nos iban a hundir porque estábamos nosotras a bordo”.

Las seis instrumentadoras trabajaron durante toda la noche de ese 8 de junio en el armado de los quirófanos del rompehielos, tarea que no tenían asignada y les habían pedido como favor. El plan era que ellas desembarcasen al día siguiente en Puerto Argentino pero mientras estaban ahí el buque recibió una inspección de Cruz Roja y Naciones Unidas que registró formalmente su presencia allí. Dicho documento les permitió luego certificar su condición de veteranas.
Barrera indicó que “al atardecer del 9 de junio el rompehielos llegó a Puerto Argentino pero no pudo amarrar porque los ingleses bombardeaban desde que se ponía el sol hasta el amanecer, a la mañana siguiente nosotras estábamos listas para desembarcar pero no podíamos hacerlo sin tener grado militar y como correspondía que nos den el de tenientes los médicos varones que estaban en tierra se opusieron porque íbamos a tener el mismo que ellos; se extendió el ida y vuelta mientras que había pacientes esperando en el hospital y continuaban las hostilidades y finalmente el comandante del Irízar cerró el debate anunciando que nos quedábamos embarcadas para apoyar los quirófanos del buque”.

A bordo del Irizar, sí nos dieron pautas básicas, como por ejemplo dónde situarnos y qué hacer en caso de ataque, incendio o abandono del barco. Lo que pasaba era que poco antes de que llegáramos, el 2 de mayo, había sido hundido el Crucero ARA “General Belgrano” fuera de la Zona de Exclusión impuesta por Inglaterra para los barcos argentinos, y a nosotros nos podía suceder lo mismo.

Su trabajo fue dividido por áreas, por ejemplo, María Marta estaba en el área de Cirugía General, Susana en la de Cardiovascular, Norma y Celia en Traumatología, María Angélica en Oftalmología y yo en Terapia Intensiva.

Cuando los heridos llegaban a bordo, en la cubierta de vuelo, la dotación sanitaria del buque los clasificaba según las lesiones y los derivaba a terapia intermedia o intensiva. “A veces, la tarea se nos hacía difícil. En esa zona del Atlántico Sur, en algunas ocasiones, los vientos llegan a más 100 kilómetros por hora y el buque se movía mucho. A los heridos no los podían traer en esas condiciones de viento y fuerte oleaje en helicóptero y varios de ellos tuvieron que ser trasladados desde Malvinas en barcos pesqueros y remolcadores. Durante las operaciones, con el cirujano nos atábamos a la camilla, que estaba fijada al piso del quirófano. Durante diez días casi no durmieron.

Se la pasaban comiendo papa y pan, para evitar los mareos y descomposturas”.

Por otro lado, el poder comunicarse con sus familias en medio de una guerra tampoco resultaba fácil. “Hablábamos por radio con nuestros padres sólo para decirles que estábamos bien. No podíamos detallarles nada y, mucho menos, contarles nuestra ubicación. Toda comunicación podía ser interceptada,” explica Silvia.

Según lo expresa Silvia, los soldados llegaban “cubiertos de una tierra arcillosa, que no se quitaba fácil, había primero que limpiarlos, sacarles la suciedad que tenían para ver dónde estaban heridos”. Esto les resultaba difícil, pues ellas, como instrumentadoras, no tenían formación para tratar con el paciente. “Para nosotras, el paciente entra a quirófano casi dormido”, explica.
A bordo del rompehielos las instrumentadoras hicieron mucho más que asistir en las cirugías; aprendieron sobre tipos de heridas que solo se ven durante las guerras, fueron camilleras, enfermeras, madres o hermanas; también ayudaron a sus pacientes a escribir cartas a sus familias y anotaban números de teléfono para llevar alivio a alguna familia cuando pudiesen. En ese sentido la instrumentadora reflexionó: “todas ocupamos un rol al que no estábamos habituadas, en la vida cotidiana al paciente lo vemos casi siempre inconsciente, pero en el rompehielos nos tocó escuchar sus llantos de dolor, sus quejidos, recibirlos conscientes, pero con las heridas abiertas por el movimiento de los helicópteros que los traían, hacerles la cama y las curaciones postoperatorias. Hacia el final los traían directo del campo de batalla y teníamos que cortarles la ropa y bañarlos sin anestesia para encontrar las heridas debajo del barro”. 

Barrera enfatizó que “las diferencias que podían tener con nosotras porque éramos mujeres, civiles y militares pasaron a segundo plano cuando hubo que empezar a atender heridos y se formó un gran equipo de trabajo”. Y añadió: “El 13 de junio por la noche el comandante del rompehielos anunció por los altoparlantes que al día siguiente se iba a firmar un alto al fuego, pero nadie esperaba que fuese el final del conflicto. El 14, cuando nos enteramos de la rendición, fue un shock porque habíamos salido de Buenos Aires con la idea de que estábamos ganando”.

FINAL DE LA GUERRA

El final del conflicto terminó con la atronadora sinfonía de bombas y artillería a la que se habían acostumbrado las instrumentadoras, que desde la cubierta del rompehielos podían observar con claridad cómo bajaban de los montes los soldados argentinos para ser desarmados y tomados prisioneros. Desde el Irízar, ese grupo de jóvenes mujeres compartió la impotencia de toda la tripulación mientras veían a las fuerzas inglesas arriar la bandera argentina para enarbolar la británica, y también cómo algunos soldados argentinos eran dejados a la intemperie en ropa interior.

La instrumentadora apuntó que “hasta el 18 de junio estuvimos frente a Puerto Argentino recibiendo heridos. El apuro era rescatar a la mayor cantidad de soldados para evitar que caigan prisioneros y sacar de las islas a todo el personal civil que estaban en las islas sin grado militar y era considerado apoyo de combate como los trabajadores del Correo Argentino, los capellanes, los de Vialidad Nacional o los periodistas de Télam, ATC y revista Gente. Ese día subieron los británicos a inspeccionarnos y se llevaron los rollos de la cámara de fotos que me había regalado papá”.“Después de la guerra nos hicieron notas en los medios y eso nos dio una visibilidad que ayudó a mostrar que las mujeres estuvimos en Malvinas pero también generó enconos por parte de militares que sentían que de alguna manera les robábamos protagonismo o no aceptaban que tuviésemos más condecoraciones que algunos de ellos. Lo más valioso para nosotros siempre fue la aceptación de los centros de veteranos que nos integraron y también fue muy importante que en 2012 el Estado Nacional nos reconozca como veteranas a nosotras y también a las mujeres que prestaron servicio en la marina mercante y en el cuerpo diplomático”.

Silvia rememoró: “En Comodoro Rivadavia nos subieron a un avión al que le habían sacado los asientos para cargar más gente. En el viaje nadie nos llevó el apunte y aterrizamos en Buenos Aires el domingo 20 de junio, que se celebraba el Día del Padre y el Día de la Bandera. El lunes nos reincorporamos al hospital y parecía que a nadie le importaba Malvinas, todos hablaban de que habíamos perdido en el Mundial de España y de la visita de Juan Pablo II”. “Era como que cargábamos con la derrota”.

Una vez terminada la guerra, que significó una derrota respecto a la recuperación del territorio, comenzó lo que varios/as autores/as denominan el contexto de “desmalvinización”. Dicho término, propuesto por el politólogo francés Alain Rouquié- refiere a la actitud de mantener en el silencio y el olvido a todo lo ocurrido en la guerra. Una vez de regreso al continente y ya finalizada la guerra, el grupo de veteranas fue aislado por un tiempo en un hotel en Comodoro Rivadavia para evitar que pudieran contar lo vivido a su regreso al Hospital Militar Central. 

Esta decisión estatal afectó tanto a los hombres como mujeres que participaron y vivieron en carne propia la contienda. Como expresa Alicia Panelo (2015) en su libro Mujeres Invisibles: “en su momento les sugirieron expresamente que no hablen, principalmente, porque ellas vieron las condiciones en las que volvían los soldados”.

RECONOCIMIENTOS

Durante el proceso de recuperación de la democracia durante el gobierno de Alfonsín, se llevaron adelante algunos reconocimientos simbólicos a las mujeres que brindaron servicios durante la Guerra de Malvinas. Ejemplo de ello fue la sanción de la “Ley 23.118/8 Condecoraciones a todos los que lucharon en la guerra por las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur”, la cuál en su artículo 1 expresa “: Condecórase a todos los que lucharon en la guerra por la reivindicación territorial de las Islas” otorgándoles una medalla y un diploma.

Cabe destacar que durante los gobiernos kirchneristas, en 2005 de Néstor y posteriormente los dos gobiernos de Cristina, dan cuenta de una profundización y puesta en la agenda pública de la Cuestión de Malvinas. Ejemplo de ello, fue el aumento en la cantidad de actos conmemorativos, conjuntamente con el aumento de las pensiones de los veteranos. Asimismo, por medio de la ley N° 25.370 de 2006 se estableció el 2 de abril como feriado nacional inamovible. En el año 2014 se llevó adelante la inauguración del Museo Malvinas en el predio de la Ex-ESMA, donde algunas mujeres que estuvieron en la guerra fueron invitadas a dar una conferencia en 2016. 

En los últimos años, varias de las heroínas de Malvinas han realizado entrevistas televisivas y radiales, han participado en documentales y películas contando y dando a conocer toda la labor realizada y todo lo vivido no sólo durante la Guerra, sino el dolor y la angustia que les tocó transitar – como a varios veteranos. A ellas se les suma el hecho de la falta de reconocimiento. Este protagonismo llegó recién en el año 2013, cuando de la mano del entonces Ministro de Defensa – Arturo Puricelli- se les otorgó uno de los reconocimientos más importantes por parte del Estado a dieciséis instrumentistas, haciéndoles entrega el Diploma que las reviste con el rango de ex combatiente femenina. Hasta entonces, este reconocimiento solo había sido recibido por Juana Azurduy. Asimismo otras seis heroínas obtuvieron Medallas al Valor. Fue igualmente significativo cuando, en el 2014, fueron llamadas a participar por primera vez al desfile por parte de las Fuerzas Armadas. Tuvieron que pasar treinta y un años para que esto sucediera. Empero, en el aniversario número 35 de la Guerra, no fueron invitadas. Esto demuestra, que “la negación de su participación en el conflicto continúa a la orden del día, y de cómo aún no se ha naturalizado su “ser y existir” como veteranas de la misma manera que con los hombres”.
Otro de los años significativos fue el 2017 ya que se produjo el Primer Paro Internacional de Mujeres trabajadoras en el país. En lo que a Malvinas respecta, se produjo el fallo del Juzgado Federal de Seguridad Social N°6 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El mismo reconoce el desempeño que realizaron tres enfermeras en el Hospital Regional de Comodoro como veteranas de la Guerra de Malvinas. Asimismo, se publican dos libros relevantes: Mujeres olvidadas de Malvinas, de Sandra Solohaga, y Crónicas de un olvido. Mujeres enfermeras en la guerra de Malvinas, de Alicia Reynoso. En suma, es el año que más se ha hablado y publicado sobre el rol de las Mujeres en Malvinas.

En la actualidad la lucha de las veteranas de Malvinas continúa. Recientemente una diputada nacional mendocina envió al Congreso un proyecto de ley que propone una pensión vitalicia para las excombatientes. Asimismo, en el Espacio Pensar Malvinas de la Municipalidad de Ushuaia se ha colocado una placa en conmemoración del rol de las mujeres en la guerra de Malvinas.

Hasta hace muy poco, la televisión hablaba de los “valientes soldados”, los “hombres de la patria”, “nuestros muchachos”. Mientras que las revistas de la época escribían artículos titulados “perfume de mujer”, “lápices de labios”, entre otros relatos sobre los vínculos “exclusivos” de la mujer con el hogar y la familia.

CONCLUSIÓN

La invisibilización del rol de las mujeres en numerosos episodios de la historia universal y argentina es una constante que hasta hace no mucho tiempo parecía imposible de revertir. Hoy eso está cambiando gracias a las luchas de los movimientos feministas en la sociedad y a la necesidad de desarmar los papeles tradicionalmente asignados por la cultura machista, de mostrar la acción de las mujeres – antes oculta – en todos los ámbitos. En este sentido, la Guerra de Malvinas no fue la excepción: tuvieron que pasar muchos años para que finalmente se reconociera la presencia de veteranas que tuvieron una participación activa en el conflicto bélico y que fueron excluidas de la memoria colectiva. 

Poco a poco han logrado recuperar su lugar en la historia, siempre en forma parcial y a destiempo, siendo posiblemente el último de estos actos el homenaje realizado el 8 de marzo de 2021 a las Veteranas de Guerra de Malvinas egresadas de la Escuela Nacional de Náutica, creada el 25 de noviembre de 1799 por Manuel Belgrano, quien tenía en claro la importancia económica del mar para el tráfico marítimo y no depender de terceras potencias, lo que olvidamos durante buena parte de nuestra historia.

La guerra de Malvinas fue cosa solo de hombres. Eso dice la historia oficial, aunque no sea cierto. Catorce mujeres se subieron a un avión días después del 2 de abril de 1982 y durante los casi tres meses que duró el conflicto con Reino Unido asistieron a los soldados heridos en el frente. Algunas lo hicieron a bordo del buque hospital Almirante Irizar, un rompehielos destinado ahora a la campaña antártica. Otras terminaron en un hospital móvil montado por la Fuerza Aérea en Comodoro Rivadavia, ubicada en el continente a 870 kilómetros de las Malvinas.

Cuando salimos a decir ‘nosotras también estuvimos en la guerra’ nos acusaron de mitómanas, de locas, de mujeres de la vida y otras muchas cosas más”, dice Alicia Mabel Reynoso.

“Después de la guerra, pedí la baja y perdí el contacto con mis compañeras. Todo lo que significó para mí la guerra, a la que fui muy contenta, fue algo muy terrible. Viví situaciones trágicas sin contención, porque nos conteníamos entre nosotras para poder asistir a los soldados. Cuando estábamos solas llorábamos, rezábamos y nos acordábamos de nuestras mamás”, dice Stella Maris Reynoso.
Nosotras también estuvimos es el nombre del documental dirigido por Federico Strifezzo, quien aseguró: “Para mí la guerra era un tema de hombres, sobre todo en lo relacionado a Malvinas”. Hasta que un día conoció a Alicia Reynoso y decidió crear el documental para hacerla protagonista junto a Stella Maris Morales y Ana Masitto; tres de las 16 enfermeras que estuvieron presentes durante el Conflicto del Atlántico Sur en el Hospital Reubicable de Comodoro Rivadavia, quienes tres décadas más tarde volvieron al lugar para relatar su historia caminando por el descampado todavía hostil, vestidas con uniforme, borceguíes y gorro. Estas tres mujeres, además de aquella cruda experiencia, compartieron “el dolor del silencio y del olvido al que fueron condenadas después del 82”. “A nosotras nos negaron doblemente, por lo que sabíamos, y por ser mujeres. Acá hay una deuda de honor y lealtad hacia el género. El Militar es un ambiente muy machista, y la guerra pareciera ser una cosa de hombres”, recordó Alicia.

Gracias al impacto que ha tenido el movimiento feminista en nuestro país y a que tantas mujeres han roto con el silencio, es que hoy en día existe una reconstrucción histórica de su historia y testimonio. Empero, como manifestó Alicia Reynoso en una charla de 2016 en el Museo Malvinas: “en un país donde la política de género está en ascenso, nosotras seguimos sin ser reconocidas”. Por lo cual la lucha continúa para ser reconocidas en términos de igualdad que sus pares masculinos. Se lo debemos por el trabajo, el honor y amor a la patria, y por todo el sufrimiento y dolor que han tenido que soportar durante tantos años.

Todas ellas son Susana Mazza, Silvia Barrera, María Marta Lemme, Norma Navarro, María Cecilia Ricchieri y María Angélica Sendes, Mariana Soneira, Marta Giménez, Graciela Gerónimo, Doris West, Olga Cáceres, Marcia Marchesotti, María Liliana Colino, Maureen Dolan, Silvia Storey y Cristina Cormack. Alicia Reynoso, Ana Masitto y Stella Morales.

BIBLIOGRAFÍA

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