“Del crisol de razas a la olla popular”. Génesis y drama de la estratificación social argentina. Por: José Queruza

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“Es uno de los problemas más negados e ignorados por la política, los medios de comunicación y las universidades del país, que bajo la farsa de la metáfora del “crisol de razas” se ha sumido a los pueblos originarios y originales del país en el más absoluto silencio, en la degradación social y en la marginalidad más grande e injusta, sobrevivientes de uno de los genocidios más grandes de Latinoamérica y el mundo del siglo XIX.

Por: José Queruza

Aunque este ensayo fue escrito entre 2011 y 2012, una versión un poco más extensa y más cruda, se publicó en la revista El Ojo Mocho de fines de Noviembre 2018. Por esa época estaba terminando el desastroso gobierno de Mauricio Macri y la revista desde el título “Biología del Fascismo” interpelaba sobre lo que subyacía en esa sociedad que había votado a la derecha en 2015, después de “una década ganada” y donde supuestamente la patria era “el otro”. Por una pequeña diferencia en el ballotage, habíamos pasado del concepto de “Seguridad Democrática” y de “la protesta social no se reprime” de Néstor Kirchner, a las tropelías de Patricia Bullrich, que desde el Ministerio de Seguridad de la Nación establecía la “Doctrina Chocobar”, la desaparición seguida de muerte de Santiago Maldonado y el asesinato del militante mapuche Rafael Nahuel en la Patagonia. En ese 2015 también hacía su primera aparición pública el Colectivo Identidad Marrón en una Marcha del Orgullo LGTBIQ+. Luego vendrá la pandemia, durante el errático gobierno de Alberto Fernández, y el trato irresponsable de los medios de comunicación insuflando la paranoia, la sistemática idea de crisis y estallido social, dando lugar al surgimiento de un personaje iconoclasta y patético como es Javier Milei, quién a estas horas, aún tiene chances de ser el próximo presidente argentino.  En 2021 se publicó el libro de Pablo Stefanoni  ¿La rebeldía se volvió de derecha? ,  tal vez haciéndose las mismas preguntas que nos alertan y nos impulsan a continuar dando el debate sobre el sentido y los peligros que sacuden nuestra realidad. Como David Viñas en su “Indios, ejército y frontera” dónde revisa la campaña de exterminio de los pueblos originarios argentinos a fines del siglo XIX y la dictadura militar del 76, para mostrar el hilo que los une y denunciarlo como genocidio, intentamos hacer un sondeo por la historia de nuestra génesis estatal-nacional, para acercarnos a ver desde dónde proviene este presente distópico, más parecido a una pesadilla trágica, que a una posibilidad calculable por los estudios de las ciencias sociales y los analistas políticos.

Introducción

Durante el mes de enero- febrero de 2010, el Canal 7 del Estado emitió una serie de reportajes. En el último programa, el del 12 de Febrero, Cristina Fernández de Kirchner cerró el ciclo y repasó algunas anécdotas previas a la asunción a la presidencia de la Nación, la marcha del país y su ubicación en la política continental. Pero tal vez, lo que más llame la atención, y lo diferenciador con otros presidentes que tuvo el país, es su visión profunda de la situación social sobre problemas que provienen de la génesis misma del Estado Nacional. Cristina dijo para el Canal 7 al referirse a la situación social en la Argentina:

“Todavía es un país injusto, pero no sólo en términos de distribución del ingreso: en cuanto a reconocimientos. Todavía discrimina, no trata a todos por igual. En el centro del país y siendo rubio y de ojos celestes hay más oportunidades que lejos y como un kolla de piel oscura. No se trata con respeto y con igualdad a todos.”

Por primera vez en toda la historia del país, un presidente de la Argentina, expresaba con tanta claridad uno de los problemas más negados e ignorados por la política, los medios de comunicación y las universidades del país, que bajo la farsa de la metáfora del “crisol de razas” se ha sumido a los pueblos originarios y originales del país en el más absoluto silencio, en la degradación social y en la marginalidad más grande e injusta, sobrevivientes de uno de los genocidios más grandes de Latinoamérica y el mundo del siglo XIX.

Del crisol de razas a la olla popular.

“Cuando se reflexiona acerca de los esfuerzos que han desplegado para realizar la enajenación cultural, tan característica de la época colonial, se comprende que nada se ha hecho al azar y que el resultado global buscado por el dominio colonial era efectivamente convencer a los indígenas de que el colonialismo venía a arrancarlos de la noche. El resultado, conscientemente perseguido por el colonialismo, era meter en la cabeza de los indígenas que la partida del colono significaría para ellos la vuelta a la barbarie, al encanallamiento, a la animalización. En el plano del inconsciente, el colonialismo no quería ser percibido por el indígena como una madre dulce y bienhechora que protege al niño contra un medio hostil, sino como una madre que impide sin cesar a un niño fundamentalmente perverso caer en el suicidio, dar rienda suelta a sus instintos maléficos. La madre colonial defiende al niño contra sí mismo, contra su yo, contra su fisiología, su biología, su desgracia ontológica.

En esta situación, la reivindicación del intelectual colonizado no es un lujo, sino exigencia de programa coherente. El intelectual colonizado que sitúa su lucha en el plano de la legitimidad, que quiere aportar pruebas, que acepta desnudarse para exhibir mejor la historia de su cuerpo está condenado a esa sumersión en las entrañas de su pueblo.”  Frantz Fanon. “Los Condenados de la Tierra”

Nuestro país, Argentina, el del himno libertario, el que ostenta un desconocido sol inca en su bandera, de la selección de fútbol, de los hospitales, escuelas y universidades públicas, el de todos los climas, el productor mundial de alimentos, esconde en sus entrañas desprecio por sus habitantes originarios. La República Argentina veladamente es uno de los países más racistas, xenófobos e injustos del mundo. Aquí la discriminación y la separación, no es evidente y expresa, como en el apartheid sudafricano. En un sentido marxista, aquí las diferencias no son solo por el lugar que ocupa cada sector en la lucha de clases; son una combinación de factores históricos económicos, étnicos y culturales que ejercen el control al mismo tiempo y son reguladores y asignadores de recursos sociales, o económicos, que es lo mismo.

La geografía del país es vastísima y cualquiera que vea su radiografía verá la enorme concentración en las ciudades que contiene. La densidad poblacional de las ciudades, con respecto al “interior”, a las zonas rurales, es abismal, una de los más grandes del mundo. Pero sabemos que no siempre fue así, hace 150 años nada más, no era así; las ciudades concentraban también el poder político “formal”, las instituciones de gobierno, y el comercio como todos sabemos, pero el poder económico y el poder político, su fuerza de facto, estaba en las orillas y en la campaña. Las pampas no eran un desierto, existía un gran número de pueblos indígenas que las habitaban y procuraban sus alimentos en una relación estrecha con el medio donde vivían. Al mismo tiempo, estos pueblos no estaban aislados como se cree y estaban al tanto de todos los acontecimientos sociales y políticos. En toda la historia argentina, antes y después de la mal llamada “conquista del Desierto” por Roca, hubo lanzas de indios, incluso para exterminar a otros pueblos indios, ya Francisco Pizarro y Hernán Cortes lo habían hecho antes. Las lanzas estuvieron en 1810, en la guerra de la independencia, en las filas unitarias y federales, y luego de la derrota de Calfucurá, se los integró al ejército nacional. Muchos descendientes de los pueblos indios se enrolaron como efectivos de la fuerzas de seguridad, policial y militar, era la única vía de integración social al nuevo esquema de la Nación agro-ganadera exportadora que primero expropió sus tierras, luego les impidió la posibilidad de adaptación a las nuevas formas de trabajo y finalmente se los sometió a una exclusión que casi los extermina como identidad y colectivo social y cultural mismo.

Cuando durante todo el 2008 se sucedieron los conflictos por la suba de la tasa de retenciones a las exportaciones, del grano de la soja principalmente, que el ejecutivo nacional quería realizar a través de la “Resolución Ministerial 125” y se lo denominó desde los medios de comunicación como “el conflicto con el campo”. Entonces los sectores concentrados de la vieja oligarquía terrateniente de la Sociedad Rural, con una nueva burguesía con vinculaciones nacionales y extranjeras, tecnologizada e industrial en su forma de producción agrícola de “pools de siembra”, con los pequeños y medianos productores lácteos y agro-ganaderos, representados históricamente en la Federación Agraria Argentina ubicada tradicionalmente dentro de la centro-izquierda, reclamaban “retrotraer la situación” , con algunos compañeros bromeábamos diciendo que “ya que van a retrotraer que lo hagan hasta antes de 1880”. Como uno siempre quiere sumar amigos nuevos, discutiendo sobre el tema de las retenciones, hice ese mismo chiste a unos amigos de un primo que vive en el partido de Navarro, en la Provincia de Buenos Aires; la cuestión es que les causó tanto desagrado que debimos interrumpir el intercambio de ideas para que no se fueran.

Foto: Marcelo Manera (LN)

Los amigos de mi primo trataban de explicarme que 2000 hectáreas no eran nada, y que una camioneta 4×4 era un “elemento de primera necesidad”, y que no querían pagar impuestos tan altos porque “se lo roban los políticos”. Continué la discusión y mantuve una serie de argumentos baste afilados para contradecir los golpes bajos y las chicanas con la esperanza de ganar la posición. Y no sé, si por el vicio universitario de debatir hasta un partido de bolita o por canchereo nada más, cansado de tantos argumentos berretas y xenófobos, derrapé y les tiro esa. Pero no fue solo eso, porque cuando les dije “1880”, me miraron como una vaca mira pasar un auto, no les significaba nada. Así que se los grafiqué un poco más y les dije que la tierra que habitaban no era ni había sido de ellos, que era de la Nación y del Estado, acá y en cualquier parte del mundo, y que antes había pertenecido a los indios que debieron matar y correr para venderles a sus abuelos gringos para que ellos las heredaran hoy, que los descendientes de esos indios existían y estaban concentrados mayormente en el Gran Buenos Aires y en el Gran Rosario, que algunos podían ser piqueteros, pero que no eran vagos, o por lo menos ni más ni menos que yo, y que la asistencia social no era “darles plata a los que no trabajan” sino a los que no tienen nada, y que el mismo Keynes, decía que en tiempo de estancamiento capitalista el Estado debía pagar si era necesario a la gente por hacer pozos para luego taparlos porque eso generaba movimiento en la rueda productiva de un país. Les decía que mucha de la gente que habitaban las zonas de las “villas” eran originarias de áreas rurales que se fueron a trabajar en la industria fabril y que con el proceso de desindustrialización que se dio luego del golpe militar de 1976, y que completó Menem en la década del 90, esa gente había quedado desempleada y sin contención social. Ellos insistían en lo atorrante que eran los desempleados y que los villeros demostraban eso porque vivían en condiciones infrahumanas. Yo les dije que sería bueno hacer un proceso de radicación por fuera de Buenos Aires y que se les diera tierras para trabajarlas, que sería como pagar una deuda con esos sectores tan postergados. Les conté que en Estados Unidos los descendientes de esclavos negros iniciaron acciones reparatorias millonarias a J.P. Morgan y otros, porque eran empresas que se enriquecieron trayendo esclavos de África a Norteamérica, y que algo parecido habían hecho los descendientes y algunos sobrevivientes judíos con las cuentas de bancos en Suiza, y que también habían iniciado juicios a las empresas automotrices alemanas por tener esclavos judíos trabajando y que de haberse tratado de una legislación más justa en la Argentina se deberían ver estos casos como algo no tan lejano; fue demasiado, volvimos al futbol y al rato gentilmente, se fueron.

En nuestras facultades nadie se platea tampoco nada. Nadie se pregunta por qué cuando uno viaja en un tren que cruza hacia la provincia de Buenos Aires ve tantos trabajadores mestizos y en la aulas universitarias, tan pocos. Nadie se pregunta ¿qué pasa? Que en nuestras aulas a la hora de pasar lista abundan los apellidos europeos y son minoría los hispánicos. Se ha vuelto parte del sentido común: en la universidad hay apellidos europeos, gente blanca y muchos autores extranjeros.

El lugar de la universidad gratuita, laica y pública no es el lugar de los “negros”, término con el cual se iguala a los negros, a los indígenas y a los mestizos en nuestro país. Pero en nuestras facultades nadie va a decir eso, ni va a tocar el tema, porque no es una universidad racista sino “progresista”. Entre los amigos y compañeros muchas veces se utiliza ridículamente el término cariñoso “negrito”, “negrita”, escuchamos incluso a amigos rubios y de ojos celestes de origen nórdico, o de origen judío del este, llamarse así. La universidad no se abrió como decía el Che Guevara “al indio, al mulato, al pueblo”, la universidad pública es barata y pública para los que puedan acceder, como el amigo de mi primo que decía que los piqueteros no trabajan porque son vagos, los estudiantes de la UBA creen que la universidad es para los que quieran estudiar.

Los discurso xenófobos apuntan en este sentido a los inmigrantes y estudiantes de los países limítrofes y de la Patria Grande pero solo para agitar cierta histeria social, nada dice de los estudiantes y pacientes europeos y norteamericanos que vienen a nuestras universidades o atenderse por médicos graduados en el sistema educativo público para encontrar lo que no abunda en muchos países: humanismo y solidaridad.

Los medios de comunicación son los órganos carnales de las multinacionales, por los que se difunden los parámetros ideológicos de la segregación mundial, y la Argentina es su mejor exponente. Para comprobarlo solo basta realizar una sociología para principiantes, tomar lápiz y papel y hacer dos columnas, una que diga “negro” y otra “blanco”. Ponga una tacha en cada columna por cada periodista, actor, conductor, humorista o cualquier personaje que aparezca en la pantalla utilizando este criterio amplio y del sentido común. Seguramente van a crecer las marcas en la columna “blanco”, el mismo resultado lo va a obtener si lee una revista, compra productos para niños, maneja por una ruta y observa los carteles publicitarios. Cualquiera que lea el resultado de semejante encuesta llegaría a la misma conclusión de Lugones al situar a la argentina como una nación blanca y occidental que ya había superado el pasado indio.

El lugar de los medios de comunicación no es el de los “negros”, estos son los que cometen los delitos, las páginas policiales son su “sección”. Para ellos la nada, la cárcel, la changa, el plan, el subsidio, el monotributo social, el hospital desguazado para morir, la escuela como comedor, la olla popular como punto de reunión asambleario, la televisión para desear lo inalcanzable y como sustento cultural de la alienación, el fútbol como ultima bandera identitaria, como salida para “matar el hambre”, el carro cartonero con “tracción a sangre” humana, y el despojo de los metales del patrimonio ornamental de la Ciudad.

Los medios de comunicación “progresistas” argentinos pueden criticar a Estados Unidos porque “las cárceles están llenos de negros o afroamericanos”, negros verdaderos, pero acá no se atreven a decir que son indios y mestizos los que llenan las cárceles porque si no tendrían que dar lugar a incomodas reparaciones, a media voz también murmuran: “…negros de mierda”.

Foto: Marcelo Manera (LN)

En Argentina el lugar de los indios y mestizos en los medios de comunicación está bloqueado. Tanta, es la ausencia, que cuando alguno accede esa situación de rareza merece el apodo siempre “cariñoso” de “negro”.  El negro Dolina, el negro Fontanarrosa, el negro Olmedo, no muchos más. En los países que hay mucha gente negra a nadie se le ocurría llamarla, por ejemplo en Brasil, “el negro Pelé”, es Pelé, nosotros le decimos “el negro” en un patético racismo de tablón, o en la Habana de 1960 ningún periodista sería tan imbécil de decirle a Nicolás Guillén –¡Dele negro recite un poema!, pero un “notero” o “panelista” argentino es capaz de eso y cosas peores, solo basta con prender la televisión y ver semejantes batracios parlantes. No, ni acá, ni en ningún lado dicen “el blanco” Mariano Grondona, ni el blanco Luis Majul, ni el blanco Santos Biasatti, ni el blanco Joaquín Morales Solá.

Si quedan ganas aún de volver a hacer sociología para principiantes y necesita algo para comparar y se es corajudo, retome lápiz y papel haga las mismas columnas y vaya llenándolas con el método antes citado, en los transportes públicos de la ciudad, en los trenes que salen cargados en las horas pico de Retiro, Constitución y Once, y verá como crecerá la columna opuesta. Pero tenga cuidado si a usted le interesó demasiado el tema de la sociología, y quiere llevar los papelitos a todos lados y practica en las puertas de la universidades, en las iglesias, en las empresas de origen multinacional, lugares de atención al público, obras en construcción, cárceles, etc., descubrirá un mundo de números interesantes pero inservibles a la hora de resolver algo, caerá en la misma trampa que nuestros sociólogos y especialistas en estadística que creen conocer el país por sus números. Muchos de ellos creen que justamente blanco y negro son los parámetros para medir los índices de criminalidad y terminan proponiendo como solución a la pobreza y a la delincuencia la realización de más cárceles.

Encarar la identidad originaria, como estudio y reclamo, no es realizar un “indigenismo” por moda intelectual ni oportunismo informativo, sino marchar hacia el reconocimiento de nuestra identidad como pueblo-nación. No nos desvela un pueblo indio en particular, para todos reclamamos los derechos olvidados. Pensamos en el pueblo indio-mestizo que perdió su lengua, su identidad y su raíz. Son hoy como ayer, las masas que construyen la historia, la fibra viva y palpitante del país.

Reconocer nuestro pasado indio es una tarea necesaria pero es imprescindible ver el presente de los descendientes de los indios, “los hijos del País”, dicho en palabras hernándianas, y hoy también de Hugo Chumbita. Ver que los cordones pobres de nuestras grandes ciudades están llenos de aquellos desterrados y expropiados por el capital nacional y extranjero, que fueron los hacedores de la patria en los momentos más difíciles, para los que no hubo tierra, honor, ni gloria, y sin embargo, siempre “murieron por la patria”. Reconocerse en esa raíz, sería devolver un poco de orgullo a nuestra gente olvidada y traicionada mil veces, y fortalecería a nuestra nación hacia una posible refundación.

Mariátegui y Sarmiento

“No faltan quienes me suponen un europeizante, ajeno a los hechos y a las cuestiones de mi país. Que mi obra se encargue de justificarme, contra esta barata e interesada conjetura. He hecho en Europa mi mejor aprendizaje. Y creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales. Sarmiento que es todavía uno de los creadores de la argentinidad, fue en su época un europeizante. No encontró mejor modo de ser argentino.”

José C. Mariátegui, “Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana”.

“Es acaso ésta la vez primera que vamos a preguntarnos quiénes éramos cuando nos llamaron americanos, y quiénes somos cuando argentinos nos llamamos.

¿Somos europeos?- ¡Tantas caras cobrizas nos desmienten!

¿Somos indígenas?- Sonrisas de desdén de nuestras blondas damas nos dan acaso la única respuesta.

¿Mixtos?- Nadie quiere serlo, y hay millares que ni americanos ni argentinos querrían ser llamados.

¿Somos Nación? – ¿Nación sin amalgama de materiales acumulados sin ajuste ni cimiento?

¿Argentinos? – Hasta dónde y desde cuándo, bueno es darse cuenta de ello.

 Domingo F. Sarmiento. “Conflicto y Armonías de las Razas en América”.

Mariátegui en el prólogo a los “Siete Ensayos” que publica en 1928, cita a Sarmiento para tropezar con lo que luego Arturo Jauretche llama las “zonceras” argentinas. En Sarmiento es tan renuente la sobrevaloración de la experiencia europea y norteamericana que impide una posible “integración” del sustrato cultural nativo y original. La apelación a una pretendida bonanza de las sociedades civilizadas y modernas justificaba una política de sustitución de razas.

En el caso del peruano Mariátegui, no propone la importación de la razas para solucionar lo que podríamos llamar “problemas de ajuste de la realidad a la teoría” para buscar una salida socialista para las masas campesinas indígenas y modernizar la sociedad andina. Mariátegui, no ve el tema indígena como algo “específico”, un problema de “lo indígena” como algo original, sino que el indígena y lo original esta puesto en función de su tarea productiva, son campesinos. El análisis no está puesto a pensar la producción cultural como algo único, sino cómo esa cultura original debe ser abordada desde las nuevas herramientas teóricas del marxismo-leninismo para acercar la revolución socialista.

Podríamos nombrar al paso la crítica que realizó Rodolfo Kusch en 1971 en “El pensamiento indígena y popular en América”, donde pone la experticia liberal y marxista en la misma línea de imposibilidad de ser una vía para las masas americanas por no tener asidero en la mentalidad y en la filosofía del “ser-estar” americano.

Lucio V. Mansilla. Un país con indios.

“La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas. En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y circulen muchas mentiras”.

Lucio V. Mansilla. “Una excursión a los indio ranqueles”

El lugar de destino no le agradaba a Mansilla cuando el presidente Sarmiento lo manda al sur de Córdoba. Sin embargo, es allí donde escribirá Mansilla, “Una excursión a los indios ranqueles” que se publicará a modo de cartas a su amigo el director de “La Tribuna” de Buenos Aires; casi diariamente a partir del 12 de mayo de 1870 hasta el 7 de septiembre del mismo año.

Mansilla se queja al ser destinado al Rio Cuarto donde podía morir estérilmente y en la oscuridad, una muerte inútil sin laudos y en el anonimato. Justo él que era el sobrino de Rosas, paradoja, burla del destino o conspiración vengativa. Había hecho campaña por Sarmiento, el mayor detractor de su tío, y se le mal pagaba. A él, Lucio, que hablaba otras lenguas, que había redactado textos teóricos sobre la formación militar, que era un dandy, un hombre de mundo, de “buena familia”, aristócrata y viajero, se le daba la innoble misión de controlar las tropelías de un puñado de indios que asolaban “el camino del cuero”. A él, que había nacido para conjugar todos los verbos posibles de la vida y el mundo en primera persona.

Mansilla creía que con la excursión cometería una hazaña político-militar, ya que, nadie había osado entrar tanto en “tierra india”, y que le otorgarían el puesto de Ministro de Guerra con el que soñara cuando apoyó la candidatura de Sarmiento. La aventura si bien fue un éxito, en las autoridades militares provocó todo lo contrario, le trajo la indiferencia del gobierno y al poco tiempo el alejamiento de su cargo.

La excursión la realiza Mansilla en el tiempo donde crece la demanda de ganado vacuno principalmente. Hay una fuerte influencia del positivismo europeo en términos ideológicos sobre el proyecto de modernización del país donde los indígenas y criollos eran considerados genéricamente inferiores y debían ser suplantados por inmigración europea, sajona o germánica. Sin embargo, los que acudirán a hacer la América serán los habitantes de los pueblos mediterráneos que en lugar de trabajar la tierra fueron hacinados en las urbes, el campo salvo excepciones quedó en manos de una oligarquía terrateniente.

En aquella época había dos concepciones de cómo hacer el desplazamiento de las comunidades indias: Uno, pacífico, a través de pactos y tratados comerciales que aseguraran la paz en un proceso escalonado o catequizador, el otro ya lo conocemos, violento y ofensivo, que los expulse más allá del Rio Negro.

La falta de armamento y fuerzas militares hacían imposible la reducción de los indios. La fuerza y organización de los pueblos indios que ocupaban las tierras, limitaban la acción ganadera. Los tratados y acuerdos, de uno u otro lado, habitualmente se rompían: los ganaderos extendían los territorios, los indios respondían haciendo malones y capturaban vacas para comerciarlas con los indios de Chile, y esto tenía como consecuencia la intervención militar en la zona de frontera y la leva forzada a los criollos.

A partir de 1872 la política será de creciente ofensiva militar para terminar en el exterminio que realizó Julio A. Roca en la Campaña al Desierto de 1878-1879.

“Una Excursión a los Indios Ranqueles”, contiene una riqueza como documento histórico y político inconmensurable, su texto contiene claves, llaves guardadas para buscadores y pensadores de mundos distintos, posibles. Podríamos decir mejor, proyectos alternativos de país y modos diferentes de hacer las cosas simplemente.

En la simpleza y en el relato dulzón y anecdótico, sin mostrar las cartas, Mansilla desgrana su manifiesto. Hay un plan Mansilla entre líneas que debe revelarse y que lo ponemos en la tercera columna sobre la que se puede apoyar la literatura de la historia argentina y americana, y que excede al liberalismo y al marxismo en su originalidad.

Mansilla es la pata que necesita el arqueado anaquel nacional para relanzarse justicieramente a componer algunos temas inconclusos. El “Facundo” de Sarmiento de 1845, contiene como ejes centrales de su manifiesto panfletario político-sociológico la categorización civilización-barbarie para establecer un modelo crítico y una forma de construcción ideal del hombre americano, hay un señalamiento del problema y una forma para cambiar el estado de las cosas. Está presente todo el tiempo el miedo, a lo desconocido, a lo presente, pero principalmente a lo subyacente. Los temas son conocidos: el desierto, la campaña, lo urbano, el gaucho, etc. Es el espíritu de la tierra lo que le preocupa a Sarmiento, lo que lo asusta y lo que se debe erradicar para construir una realidad material, como puede pensar un liberal o un marxista, para no estar atados a las antojadizas cosmovisiones irracionales y a las experiencias sensitivas e iracundas de los naturales americanos. Podríamos decir que el “Facundo” y la obra de José Hernández “Martín Fierro”, se sitúan juntos siempre dispuestos a la consulta en el centro del anaquel. El poema de Hernández es del año 1872, es publicado dos años después de la Excursión de Mansilla, uno y otro se conocían, y suponemos que se habían leído mutuamente, pero aunque las referencias políticas los acerquen a la tradición federal, la expresión de Hernández es decididamente la denuncia militante. Si en Sarmiento hay rechazo a la raza del gaucho, en Hernández hay reivindicación y denuncia por los atropellos e injusticias a los que se debe enfrentar el hombre de frontera, de la campaña. Pero algo se mantiene igual en cuanto al desierto y el indio: el miedo.

El indio y los militares son los que dominan la escena del desierto, sujetos que alejan la paz de los tiempos venturosos “donde el gaucho vivía y su rancho tenía”. Los indios son salvajes, impíos e infieles para Hernández, acechan y cascotean de un lado al rancho del cristiano “Martin Fierro” por brutalidad natural, mientras de otro lado, el Estado, cascotea también con leyes y burocracias injustas. Pero tanto en Sarmiento como Hernández el miedo al desierto y la demonización de lo indio está ahí. Antes ya Echeverría, por primera vez se había atrevido a escribir sobre la pampa en “La Cautiva”, Sarmiento lo nombra en el Facundo, Mansilla también lo refleja en las primeras páginas de la Excursión.

Mansilla derriba y confronta, pero desde un juego de candilejas y gallardías románticas, en las improntas de su literatura de claro-oscuros de daguerrotipo, tras mascaras venecianas, es el federal “de familia” que se esconde. Pero critica duro, pavoneándose y poniéndose en el centro, pasa desapercibido, se protege; con pompa y excentricismo, nos ha dejado su programa político entre líneas o como en sus causeries, “Entre nos”.

En “Una Excursión a los Indios Ranqueles” Mansilla cuestiona el pensamiento eurocéntrico, la civilización no posee menos carga barbárica que los indios ranqueles de las tolderías de su primo adoptivo, Mariano Rosas, en Leubucó. Para Mansilla los indios son diferentes, pero no carecen de códigos kantianos de moral universal, porque son visualizados como hombres y es posible la integración así como también se han fusionado en el devenir histórico otros pueblos cómo el europeo. Lejos de lo que muestran otras literaturas, Mansilla demuestra que los ranqueles tenían un gran sentido religioso y estaban integrados al cristianismo más de lo que se creía entonces.

El relato muestra la preocupación de Mariano Rosas por qué su pueblo conociera al “Dios” cristiano, y el mismo Mansilla participa de una misa bautismal en las tolderías donde apadrinará a niños ranqueles. En las mentes de la época el “malón” y “la indiada” son calificativos que se traducen en una concepción que tiende a reafirmar la idea bárbara, cruel y anárquica de la vida de los indios, pero que Mansilla desarma describiendo el complejo entramado social, el alto grado de organización política y territorial, compuesta por protocolos, parlamentos, jerarquías y niveles democráticos de consulta y decisión, tal vez más aceitados que los practicados en las grandes urbes.

Para sorpresa del mismo Mansilla los indios estaban informados y conocían las noticias de la modernidad. Sabían que los pastos del “camino del cuero” eran codiciados por el Estado nacional no solo por las condiciones naturales que presentaba para el pastoreo sino porque se estaba planeando el trazado de una línea ferroviaria, y esta información la recibían como cualquier hijo de vecino ¡por el diario! “La Tribuna”. Mariano Rosas en medio de un parlamento le extiende a Lucio un ejemplar del periódico que lo deja boquiabierto y casi sin argumentos, le dice el jefe ranquel pasándole el ejemplar de “La Tribuna”:

-¿Y entonces por qué no es franco?

-¿Cómo franco?

-Sí, usted no me ha dicho que nos quieren comprar las tierras para que pase por el Cuero un ferrocarril.

Aquí me vi sumamente embarazado. Hubiera previsto todo, menos argumento como el que se me acababa de hacer.

-Hermano –le dije- eso no se ha de hacer nunca y si se hace, ¿qué daño les resultará a los indios de eso?

-Sí, ¿qué daño?

-Que después que hagan el ferrocarril, dirán los cristianos que necesitan más campos al Sur, y querrán echarnos de aquí, y tendremos que irnos al Sur de Río Negro, a tierras ajenas; porque entre esos campos y el Río Colorado o el Río Negro no hay buenos lugares para vivir.

-Eso no ha de suceder, hermano, si ustedes observan horadamente la paz.

-No hermano, si los cristianos dicen que es mejor acabar con nosotros.

-Algunos creen eso, otros piensan como yo, que ustedes merecen nuestra protección, que no hay inconveniente en que sigan viviendo donde viven, si cumplen sus compromisos.

El indio suspiró, como diciendo: ¡Ojalá fuera así! Y me dijo:

-Hermano, en usted yo tengo confianza, ya se lo he dicho, arregle las cosas como quiera.

Poca confianza les tenían los indios a estos pactos, solo veían en ellos una forma de ganar tiempo o de dilatar un final que veían inevitable según la misma experiencia histórica que habían vivido todos los pueblos originarios desde la llegada de los españoles al continente. Otro de los “errores” o como diría Jauretche: zonceras; es el rotulo “desierto” que abunda en las páginas de la literatura nacional para describir la pampa. Mansilla dejará en claro que el desierto no está desierto, que la pampa no tiene ni el ombú ni los cardos y que estos son de las zonas pobladas. La pampa no es un gran llano deshabitado, hay infinidad de lugares y accidentes geográficos: loma, montes, guadales, etc., y una gran cantidad de personas y pueblos que la surcan constantemente.

En Mansilla la idea de progreso no significa mayor civilización ni mejoría para el hombre sino mayor alienación y deshumanización. Reconoce al indio como persona, lo llama “Hermano”, como “otro” con sus razones, sus apetencias y sus desdichas, también sus derechos. Mansilla, tiene una mirada profunda y compresiva, está ubicado en el rol que le toca actuar: es militar, occidental, y blanco, pero no calla, critica, comenta y ese es el gran valor de su literatura. Mansilla no ejerce una “caridad” intelectual del tipo “pobre los indios…”, sino que reconociendo su bravura, su combatividad, su espíritu indomable, los puede pensar sin miedo ni prejuicio.

En este texto lleno de claves Mansilla ve en el indio que hay un “otro” un “Ser Humano” como también había visto y lo relatara en los sucesos de la Guerra del Paraguay. Entonces si hay “humanidad”, debe haber “derechos”, y no cabe la idea de exterminio.

Mansilla aleja las practicas demonizadoras que se acostumbraban en la época con el rival, su juego será limpio: intenta comprender para describir y criticar. Su crítica es también la pluma de la denuncia pero suavizada por la afectación del personaje que sin querer dice, y mucho.

La excursión le traerá problemas a Mansilla, ya cuando estaba en camino le ordenan que retorne al cuartel porque la misión era “innecesaria”, él decide continuar. Luego será relevado del puesto pero antes entrega un informe a sus autoridades militares donde recomienda la ocupación militar de los territorios al sur del Río Cuarto.

¿Por qué Mansilla después de haber intercambiado ideas con Mariano Rosas, criticar la idea de exterminio y poner su palabra de por medio recomienda la ocupación? ¿Era todo una actuación de Mansilla? ¿Era un embuste más a los indios?

No creemos, Mansilla encarna el rol para el que estaba designado, él no se aparta de la “misión” para la que era se había realizado la excursión. Era militar y cumplía con su tarea de negociar, tal como Mariano Rosas tenía sobre su responsabilidad conducir el porvenir de su pueblo. Mansilla escribe que es posible la ocupación, porque para eso había llegado hasta allí, cumple con los objetivos que le fijaron, no contaba encontrarse con una cantidad de cosas que le sorprende y que nos cuenta, nos alerta, muestra: al lector le queda la reflexión. Tal vez el valor de estos escritos sea ese.

Nos gustaría pensar que si Mansilla hubiera sido el encargado de la Campaña al Desierto, o si accedía como era su deseo a Ministro de Guerra la historia hubiese sido diferente. Pero no sabemos. Lo cierto es que sí existían otros proyectos y gente que pensaba como él. No hay razón para no creerle, puestos ya en situación. Cuando dialoga, Mansilla con Mariano Rosas hay paridad y como se ve, posibilidad de acuerdo. Releer a Mansilla frente al bicentenario es tomar partido por esa presencia indígena propia de América, como una obligación pendiente. Nadie planteó el problema tan claro como este incansable viajero. Si Mansilla escribió lo que vio en su incursión por tierra ranquel quiere decir que era posible otro “plan” otro “proyecto”, otras ideas que quedaron al margen de la historia o que perdieron, fueron derrotadas. 

Instrucciones para los estancieros y colonias para los hijos del país. Una posible reparación para una deuda histórica

“El lepero de Méjico, el llanero de Venezuela, el montubio de Ecuador, el cholo del Perú, el coya de Bolivia y el gaucho argentino, no han saboreado todavía los beneficios de la independencia, no han participado de las ventajas del progreso, ni cosechado ninguno de los favores de la libertad y de la civilización”.

José Hernández. “Instrucciones para los estancieros y colonias para los hijos del país.”[1]

En 1879 aparece “La Vuelta” de Martín Fierro y entre 1881-1882, José Hernández, escribe y publica “Instrucción del Estanciero”. Se podría decir que ambos textos presentan un correlato lógico y una toma de postura aggiornada o coincidente con los nuevos tiempos que corren. Martín Fierro ya no es el gaucho indómito que cruza los desiertos pampeanos libremente sino que en su “Vuelta” es un gaucho “integrado” que necesita casa, iglesia, educación y derechos. Ahora, el gaucho, al mismo tiempo que debía ser educado civilmente, también debía adiestrarse en las nuevas labores que exige el medio rural adaptado para la producción intensiva de ganadería y cereal para los mercados ultramarinos.

La “Instrucción del Estanciero” surge a partir de un pedido del gobernador de la provincia de Buenos Aires Dardo Rocha que quería enviar a Hernández a una misión a Europa y Australia para mejorar la ganadería y las razas pampeanas, pero éste rechaza el ofrecimiento y escribe el texto gratis y “sin salir de su casa”, como narra más tarde Rafael Hernández en la biografía sobre su hermano .

El texto repasa las técnicas para la cría de la hacienda, aconseja sobre la utilización de “alambrados” para no tener “todo mezclado: vacas de cría, vaquillonas, novillos y terneros, no es cuidar hacienda, sino vivir con su capital entregado a la Providencia, teniendo más pérdidas, menos aumentos, peores engordes, mayores peligros y menores mejoras.”; lejos habían quedado los tiempos cuando el gaucho Fierro no necesitaba nada más que su bravura e hidalguía para sobrevivir y de frente le hablaba a la Divina Providencia y guitarra en mano recurría a la ayuda de los santos del cielo. Hernández repasa las técnicas de la administración rural, hace un compendio de aceros galvanizados, varillas de “fierro” y manifiesta el asombro que le provoca una puerta tranquera mecánica “en una de las últimas exposiciones en Buenos Aires”, invención de los señores Zamboni e hijos “que además de su seguridad, tenía la comodidad de poder abrir de a caballo” y cerrase sola.

Hasta allí el escrito no sale del plano técnico para el que había sido consultado pero en la Séptima Parte, apartado IV, escribe: la “Formación de colonias con hijos del país”, donde reclama la atención de los habitantes originales de la Argentina. Hernández con un estilo prolijamente descriptivo y con una claridad desgarradora hace su llamado a las autoridades para que ejerzan justicia con el sector que había perdido todo en la bonanza que traía la “paz y administración” roquista en tiempos de orden y progreso posterior a la Campaña del Desierto. El capitalismo de la revolución industrial inglesa dejaba así su marca y sus víctimas en los países coloniales y periféricos. Es así que Hernández aboga en su escrito por las colonias con “hijos del país” mientras critica la decisión de este tipo de empresa civilizatoria solo con la inmigración europea dándole “ventajas considerables” para los colonos extranjeros. Cuenta Hernández que la provincia de Santa Fe contaba entonces con 65 colonias[2] “exuberantes de vida y de prosperidad, que producen ingentes millones anualmente”, mientras que la provincia de Buenos Aires permanecía “estacionaria”, no seguía el mismo movimiento colonizador rural y dejaba la mayor extensión de tierras fértiles del país en manos de una oligarquía omnipotente. Al mismo tiempo que se habían fortalecido estos sectores, los “hijos del país” habían sido desplazados y empobrecidos, es por ello que Hernández dice: “ Y la Provincia de Buenos Aires necesita, tanto como la que más, ocuparse de esta importante cuestión, que hoy es para ella, cuestión social, cuestión de vida y de bienestar para mucha gente, cuestión de orden, de economía, y de seguridades para la riqueza rural”. Hernández no desprecia el aporte y las ventajas de las colonias con “elemento extranjero” pero subraya que “Ningún pueblo es rico, si no se preocupa de la suerte de sus pobres”, y para eso hace falta el reconocimiento del problema de la concentración de tierras: “Cada propietario encierra bajo su alambrado un extenso número de leguas de campo; arrojando de allí a cuantos no son empleados en las faenas de su establecimiento”.

Con brillante lucidez Hernández se anticipa a los “problemas sociales” que trae el desempleo y la marginación, escribe: “¿Qué hace el hijo de campaña, que no tiene campo, que no tiene donde hacer su rancho, que no tiene trabajo durante meses del año, y que se ve de frente con una familia sumida en la miseria? No es principio admisible, pero es una verdad práctica y reconocida, que donde hay hambre no hay honradez”[3]. Hernández conoce la raíz del problema, la historia de la infamia y el ultraje, pero como el mismo dice, “esa investigación, y la de todas las causas que le son anexas apenas nos colocarían en camino de descubrir el origen y los motivos del mal, y no es eso lo que nos preocupa en este instante, sino la adopción de medidas capaces de remediarlo”. No puede volver la historia atrás, pero sí poner sus ideas sin negar su lucha desde las páginas encargadas ¡para mejorar la ganadería y la explotación agrícola de los estancieros bonaerenses!, ¿qué funcionario se animaría hoy a realizar un informe así?

Continua Hernández: “Por nuestra parte, creemos, que por sí sola, es insuficiente la acción de la Policía, que por su naturaleza se dirige más a reprimir, que a prevenir los males”. Hernández critica las leyes de vagancia y en cambio propone que se establezcan industrias conexas con la producción rural para complementar las intermitencias de las grandes faenas y evitar el desempleo. Por eso, escribe, “Es necesario, como único, como mejor y más eficaz remedio a todos los males, fundar colonias agrícolas con hijos del país” y reclama lo mismo que se le da al colono extranjero que “le ofrece la ley Nacional, tierra, semillas, implantes, herramientas, animales de labranza y mantención por un año para él y su familia”. Continua Hernández: “La Provincia posee tierras excelentes para este objeto; y si no las tiene en parajes adecuados, debe adquirirlas, para lo cual tiene la facultad y los medios de hacerlo. Cuatro o seis colonias de hijos del país, harían más beneficios, producirían mejores resultados que el mejor régimen policial, y que las más severas disposiciones contra lo que se ha dado en clasificar la vagancia”. Hernández a modo de ejemplo cita el caso de la colonia del pueblo de San Carlos en el partido de Bolívar en la provincia de Buenos Aires fundado en 1878 por su hermano el agrimensor Rafael José Hernández con “hijos del país”, y repasa los avances y logros como en solo tres años se había levantado “más de cien casas; más de doscientas chacras pobladas y cultivadas con grandes sementeras de de maíz, trigo y otros cereales; más de cuarenta mil árboles de todas clases; mucha hacienda de toda especie, y una población activa y laboriosa de cerca de tres mil argentinos”.

La colonia se construyó en las cercanías del lugar en que se encontraba un fortín que databa de 1872, donde se había librado la encarnizada batalla de San Carlos, cuando las tropas de Calfucurá pierden su primacía en las pampas[4]. A partir de entonces, se adelanta la línea de fortines quedando entre los pueblos de Guaminí, 25 de Mayo, Olavarría y 9 de Julio, un gigantesco rombo de 270 por 170 kilómetros de ancho de tierras vacías que pronto serían habitadas y puestas a producir de forma intensiva. El plan de Hernández tiene en cuenta la importancia de las comunicaciones para el desarrollo local y proyecta levantar las colonias de hijos del país a lo largo de las vías férreas, o próximo a ellas; “dándoles tierras, semillas, herramientas, animales de labranza y en fin, cuanto con tanta generosidad y justo motivo damos a los colonos extranjeros. Así habría menos necesidad de Ley de vagos; y así habremos respondido a la exigencia de la situación actual de la Provincia”. [5]

Hernández explica también la forma en que se debe hacer el reparto: “Trazadas las colonias en los puntos convenientes designados, cada Juzgado debe levantar una especie de padrón de todas aquellas personas de su partido, que no teniendo lugar fijo de residencia, o por otras causas, quieran ir con sus familias a establecerse en la colonia”.

Hernández si bien reconoce como dijimos antes el aporte de la inmigración europea al desarrollo del país no comparte las conclusiones que saca Sarmiento de lo inservibles que le resultaban al sanjuanino las “razas naturales argentinas”, es por eso que reclama por las colonias de “hijos del País”, escribe el autor del Martín Fierro: “Muchos, muchísimos hijos del país, que carecen hasta de lo más indispensable para su subsistencia y la de sus hijos, aceptarían con la mejor voluntad la provechosa oferta; porque el vicio, la holgazanería, no son dominantes en el país, ni constituyen el carácter de los hijos de la tierra; son accidentales, son impuestos por circunstancias que no está en su mano remediar, pero existe en todos al trabajo, el deseo del bienestar, el anhelo por la comodidad de la familia”.

Hernández sabe sobre que suelo pisa, reconoce que su inquietud está al borde de las razones que dispararon su ensayo sobre la “Instrucción del Estanciero”, es por eso que precisa aclarar que su objetivo no es hacer “proclamas” ni tocar ninguna fibra delicada del “sentimiento popular”. Sin embargo, no puede negar su militancia al decir: “decimos la verdad, y ella está a la vista de todos, imponiéndose con la fuerza de la evidencia”, como dice el dicho popular “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, lo sabe bien Hernández.

Hernández reclama por aquellos hombres que pelearon y sufrieron las mayores desventuras en el derrotero de la guerra de la independencia: “El lepero de Méjico, el llanero de Venezuela, el montubio de Ecuador, el cholo del Perú, el coya de Bolivia y el gaucho argentino, no han saboreado todavía los beneficios de la independencia, no han participado de las ventajas del progreso, ni cosechado ninguno de los favores de la libertad y de la civilización”. Repasa la situación dejando en claro el estado del sujeto social originario que ve como fundamental pero oprimido: “En toda América Latina, con una sola excepción, que es Chile, domina la costumbre secular de mantener en el más completo abandono las clases proletarias, que son sin embargo, la base nacional de su población, su fuerza en la guerra y su garantía en la paz”, aunque casi con las mismas palabras, decía bien Hernández, no Marx ni Engels.

Nosotros desde el momento en que nos toca vivir también invocamos la necesidad de esas colonias de “hijos del país” que reclama Hernández. En un país y una provincia que espanta la alta concentración de la tierra en pocas manos y tanta gente que necesita las cosas más urgentes de la existencia, hacemos el mismo llamado que el autor del Martín Fierro.

También la Nación reclama este cambio porque las ciudades presentan problemas que no solo son ya de sobrepoblación sino que también atentan contra la dignidad misma del ser humano y hacen imperceptible el legado identitario del sustrato cultural de la argentina, que es lo mismo que desoír el llamado de los ancestros y el sonido de sus canciones que empujaron desde su origen el destino de grandeza de nuestra patria, la del pueblo del Himno.

Bibliografía:

-Alarcón, Cristian. “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”. Editorial NORMA. 2003.

– Argumedo, Alcira. “Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular”. Colihue. Buenos Aires 1993.

-Bayer, Osvaldo. “La Patagonia Rebelde”.  HYSPAMERICA, 1985.

-Borges, Jorge Luis, con Guerrero, Margarita, “El Martín Fierro”. Madrid, Alianza Editorial, 1998

-Borrero, José María. “La Patagonia trágica. Asesinatos, piratería y esclavitud”. Editorial Americana (1967)

– Chumbita, Hugo, “Hijos del país. San Martín, Irigoyen, Perón”. Buenos Aires, Emecé,

– Chumbita, Hugo, “Vairoleto: vida y leyenda de un bandolero”. Buenos Aires, Planeta, 1999.

– Chumbita, Hugo, “Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina”. Buenos Aires. Ediciones Colihue, 2009.

– González, Horacio. “Restos Pampeanos, Ciencia, ensayo y política en la cultura argentina del siglo XX” Colihue. Buenos Aires 1999.

– Hernández, José. “Martin Fierro”. Eudeba. Buenos Aires. 1974.

– Hernández, José. “Instrucción Del Estanciero. Tratado Completo Para La Plantación Y Manejo De Un Establecimiento De Campo Destinado A La Cría De La Hacienda Vacuna, Lanar Y Caballar”. Buenos Aires, Editorial Claridad, 2008.

-Fanon, Frantz. “Los condenados de la Tierra”, Fondo de Cultura Económica. México, D. F.1963

– Hernández, Rafael, “Pehuajó, Nomenclatura de las calles”. Buenos Aires, Intendencia de Pehuajó, 1967.

-Hobsbawm, Eric J., “Rebeldes primitivos”. Barcelona, Ariel, 1968.

-Jauretche, Arturo. “Manual de Zonceras Argentinas”. Peña Lillo. Buenos Aires 1964.

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-Martínez Estrada, Ezequiel. “Radiografía de la Pampa”. Editorial Hyspamerica, Buenos Aires 1986.

-Rosa, José María. “La Guarra del Paraguay y la montoneras argentinas”. Editorial Hypamerica. Buenos Aires 1986.

-Sarmiento, Domingo F. “Conflicto y Armonías de las Razas en América”. 1883

-Sarmiento, Domingo F. “Facundo o Civilización y Barbarie en las pampas argentinas”.

-Viñas, David. “Indios, ejército y frontera” (1982)

-Yunque, Álvaro. “Calfucurá. La Conquista de las Pampas”. Biblioteca Nacional. Buenos Aires 2008.


Notas al pie

[1] Dice Rafael Hernández: “La autoridad incontestable que tenía en asuntos campestres fue causa que el gobierno del doctor Rocha le confiara la misión de estudiar las razas preferibles y los métodos pecuarios de Europa y Australia, para lo cual debía dar la vuelta al mundo, siendo costeados por la provincia todos los gastos de viaje y estudios y rentado con sueldo de 17 mil pesos moneda corriente mensuales durante un año, sin más obligación que presentar al regreso un informe que el gobierno se comprometía a publicar. Tan halagadora se suponía esta misión que el decreto fue promulgado sin consultar al favorecido, quien al conocerlo por los diarios se presentó en el acto al despacho del gobierno rehusando tal honor. Como el gobernador insistiera que se necesita un libro que enseñase a formar las nuevas estancias y fomentar las existentes, le contestó que para eso era inútil el gasto enorme de tal comisión; que las formas y prácticas europeas no eran aplicables todavía a nuestro país, por las distintas condiciones naturales e industriales; que la selección de razas no puede fijarse con exclusiones por depender del clima y la localidad donde se crían y las variaciones del mercado, que, en fin, en pocos días, sin salir de su casa, ni gravar el erario, escribiría el libro que se necesitaba. Con tal efecto escribió “Instrucción del estanciero”, que editó Casavalle y cuyos datos, informaciones y métodos bastan para formar un perfecto mayordomo o director de estancias y enseñarle al propietario a controlar sus administradores”.

[2] Cabe señalar que el llamado “Grito de Alcorta” será también en la provincia de Santa Fe, cuando el 25 de Junio de 1912 estalló una huelga promovida por la Sociedad Italiana del pueblo de Alcorta que rápidamente se propagó en toda la región paralizando a más de 100.000 agricultores que reclamaban la modificación de los contratos de arrendamientos y a partir de este hecho se funda la Federación Agraria Argentina.

Santa Fe y Entre Ríos son dos provincias donde se afincaron colonias que recibieron gran cantidad de inmigración europea. Ambas provincias son de las que tienen mayor cantidad de pequeños productores, dato que deberían haber revisado los funcionarios que asesoraban a las autoridades nacionales en el llamado “conflicto con el campo” durante el año 2008 a raíz de la resolución 125 que establecía el pago del 40% de retenciones a la exportación de soja principalmente. Aunque el gobierno nacional dio marcha atrás con el decreto que había sido rechazado por el Senado, desde esa oportunidad se unieron sectores históricamente enfrentados como la Sociedad Rural y la Federación Agraria, alentados por el alto precio internacional de los cereales y un proceso de cambio en la producción agro-ganadera caracterizada por el cultivo de transgénicos, engorde en fead-lots, el buen precio de los arrendamientos acompañado de pingues ganancias para las asociaciones de arrendadores llamados “pules de siembra”, unieron a la vieja oligarquía terrateniente con una nueva burguesía agroindustrial y pequeños productores golpeados por la crisis productiva que infligiera el neoliberalismo de los años 90 al sector. Si bien el proyecto final del ejecutivo tuvo correcciones en el sentido de diferenciar a uno y a otros en la tabla productiva y exportadora nacional, lo cierto es que cuando se presentaron las reformas a la resolución, ya era tarde, y los sectores más pequeños unidos a los grandes se enfrentaron con dureza con el gobierno nacional, aun a costa de perder beneficios y garantías que expresaba el nuevo proyecto de ley.

[3] Siguiendo el análisis de Hernández podríamos incluir en un amplio abanico desde los casos llamados como “bandidos rurales”, o en la pluma de Eric Hobsbawm, “Rebeldes Primitivos”, hasta los actuales “pibes chorros” de los asentamientos de los cordones urbanos que rodean la Capital Federal. En uno y otro caso, y en diferentes épocas, ambos forman parte del problema que deriva de la expulsión que hace el medio rural y los cambios en las formas de producir que realizan los medios técnicos y tecnológicos en la agroindustria.

[4] La batalla de San Carlos marco la pérdida definitiva de la hegemonía militar de Calfucurá que al año siguiente muere, el 4 de junio de 1873 en Chilihué, cerca de General Acha en la provincia de La Pampa.

[5] La difícil situación en la que se encontraban los habitantes de la campaña va componiendo, al mismo tiempo que la poesía de Hernández, los rasgos del gaucho irascible y rebelde. Algunos acontecimientos muestran la reacción a este proceso de expropiación de la tierra y de cambios en la producción que se expresaron a partir de 1852 y más intensivamente luego de 1880. El 1 de enero de 1972 en las sierras de Tandil, provincia Buenos Aires, el curandero y predicador, Gerónimo G. de Solané, que se hacía llamar “Tata Dios” conduce a 50 gauchos convencidos que los gringos: italianos, alemanes, ingleses, vascos, portugueses, franceses y otros colonos extranjeros de la zona eran enemigos de Dios y al grito de “Mueran los gringos y masones” degüellan y decapitan 30 personas entre hombres mujeres y niños. Así también Eduardo Gutiérrez publica entre el 28 de noviembre de 1879 y el 8 de enero de 1880 su novela, “Juan Moreira” en forma de folletín por capítulos en el diario La Patria Argentina donde relata la vida de un gaucho que realmente vivió y terminó sus días en el partido de Lobos. Hernández no desea la eliminación de las colonias extrajeras pero reconoce la ausencia de políticas que integren e incluyan a los hijos del país, gauchos mestizos, con una fuerte línea de sangre india.

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