12 julio, 2025

la rusofobia parte de un escandaloso prejuicio sobre las intenciones geopolíticas de la potencia euroasiática, partiendo de un odio transferido desde la guerra fría por los propios miembros de la OTAN, quienes presentan sus propios intereses sobre la Antártida con su ocupación de las Islas Malvinas

La asunción de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, instaló en la opinión pública el debate en torno al control geoestratégico del océano ártico por medio de la extensión del dominio político estadounidense sobre Groenlandia. La isla fue gobernada como colonia hasta mediados del siglo XX y en 1953, pasó a formar parte del Reino de Dinamarca y los groenlandeses se convirtieron en ciudadanos daneses. Tras la ocupación de Dinamarca continental por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, en consecuencia, Estados Unidos invadió Groenlandia y estableció estaciones militares y de radio en todo el territorio.

 Dicho rol geoestratégico ha continuado su desarrollo, cuando las fuerzas de la OTAN formaron un perímetro marítimo de bloqueo de la armada soviética, particularmente, en la llamada “brecha GIUK” (Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, s.f.), que es un acrónimo militar en inglés de Greenland, Iceland y United Kingdom (Groenlandia, Islandia y Reino Unido). Esta brecha se ubica en el sector septentrional del océano Atlántico, teniendo una gran importancia estratégica  al ser la principal vía de salida de los submarinos soviéticos desde la península de Kola. Con la caída de la URSS, y el derretimiento del Ártico, la navegabilidad del océano del norte, generó un renovado interés geoestratégico fijado en nuevas rutas marítimas y de exploración y explotación de hidrocarburos y tierras raras.

 Sin embargo, estos intereses no son únicos del polo norte. En el año 2024, BRICS New, hizo oficial el descubrimiento de una abundante reserva de petróleo con el siguiente mensaje en la red social X: “Rusia descubre reservas de petróleo y gas en territorio antártico británico. Contiene un valor estimado de 511 mil millones de barriles de petróleo, 10 veces la producción del Mar del Norte en los últimos 50 años”. El gobierno ruso, sin embargo, no emitió ningún mensaje. Aun así  el gobierno de Estados Unidos impuso sanciones contra la compañía científica Rosgeologiya y contra varios buques rusos, como el Akademik Karpinsky y el Profesor Logachev, directamente implicados en la investigación antártica. De paso, y por el aprovisionamiento de dichos barcos, se denunció a Sudáfrica, socia de Rusia en los BRICS.

El  área, con supuesta presencia de hidrocarburos, delimita una porción del territorio reclamado por Chile (por proximidad) y Reino Unido (por su ocupación de las Islas Malvinas). Esta noticia fue cubierta por una nota en el diario Página 12 fechado  el 21 de mayo del 2024 (Esteban, 2024) que me llamó la atención en su planteamiento. Y es que señala de forma ambigua dos perspectivas sobre el anuncio de este descubrimiento, una conservacionista de los recursos naturales y otra sobre las intenciones imperialistas de Rusia sobre este anuncio. En el caso del supuesto imperialismo, se le es adjudicado únicamente a Rusia, cuando el único país que ocupan de forma ilegal e ilegítima, con reclamaciones sobre nuestro territorio antártico, es el Reino Unido de Gran Bretaña (RUGB). 

Esta rusofobia parte de un escandaloso prejuicio sobre las intenciones geopolíticas de la potencia euroasiática, partiendo de un odio transferido desde la guerra fría por los propios miembros de la OTAN, quienes presentan sus propios intereses sobre la Antártida con su ocupación de las Islas Malvinas. ¿Qué hicieron los rusos para concluir con estas suposiciones? Martín Baña, investigador del Conicet y especialista en historia rusa, comenta para la nota: “Es difícil pronosticar lo que hará Rusia, pero ha mostrado su intención de explotar los recursos. Esto sería muy grave porque podría violar el derecho internacional, la zona de paz que delimita la Antártida” (Esteban, 2024).

 Esta suposición choca con la otra perspectiva conservacionista, y es que plantear el delimitado uso científico del territorio, ignora la capacidad real de las potencias para hacer valer sus propios intereses, siendo los países que más influyeron agresivamente en nuestra región, Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos.  ¿No debería de aplicarse en la nota una “anglofobia” respaldada por la historia sobre estos países? existe, pero camuflada con el vago uso del término “imperialista”. Dicho término es intercambiable en su sujeto, para presumir de esta condición del eslabón más beligerante en lo propagandístico,  encubriendo a quienes se los ignora convenientemente.

El discurso conservacionista ambiental, es una retórica que busca neutralizar una perspectiva soberana sobre un territorio, partiendo de los antecedentes históricos de nuestro país. De acuerdo a lo estipulado en el Tratado Antártico de 1959, se impide cualquier actividad militar en la zona, estando estos únicamente como soporte y apoyo de las actividades científicas. Esto inhibe, selectivamente, cualquier medio militar de ocupación y reclamación territorial. Sin embargo, el historial de acciones e intervenciones bélicas de los Estados Unidos, respaldados simbólicamente por el discurso expansionista y extorsivo de la presidencia de Donald Trump, demuestran la ausente relevancia del argumento científico para evitar la explotación de recursos estratégicos y, más importantes aún, de garantizar la ausencia de bases militares en la Antártida. 

De los países firmantes del tratado de 1959  (Gobierno de Argentina, s.f.),  Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Francia, Japón, Nueva Zelanda, Noruega, la Unión del África del Sur, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos, solo dos son socios estratégicos contrapuestos al bloque occidental, Sudáfrica y Rusia. Solo Argentina es la excepción a estos dos bloques enfrentados. Por lo tanto, el anuncio no oficial de Rusia sobre el descubrimiento de hidrocarburos en el territorio antártico argentino, responde al realismo de las relaciones internacionales. Y es que la virulenta reacción del parlamento británico y la sanción norteamericana contra la compañía científica Rosgeologiya, revelan más sobre el interés imperialista anglosajón, encubierto con tratados y retóricas ambientales, que el de Rusia. 

La nueva guerra fría por el control del círculo polar ártico, enfrenta los intereses históricos de antiguas potencias y liderazgos continentales. Francia contra Dinamarca, Dinamarca contra Estados Unidos, Estados Unidos contra China, y Reino Unido contra

Rusia. En cambio, la Antártida, solo presenta un acercamiento con territorios socios del RUGB, como Nueva Zelanda y Australia, colonias, como las Islas Malvinas y países aliados como Chile, Noruega y Estados Unidos, recibiendo este último la cooperación de países como Japón y Corea del Sur. Solo Sudamérica en general, y Argentina, en particular, presenta un interés legítimo por extensión territorial, exploración científica, cantidad de bases y población nativa. 

Esta excepcionalidad de nuestro país resulta en una “cuña” geopolítica para el consenso anglosajón del dominio sobre el oficializado Océano Austral, habiendo sido desafiada en la guerra por la recuperación de nuestras Islas Malvinas. El anuncio científico de Rusia, fue un golpe de realismo sobre los intereses mencionados, pero también de lucidez sobre los nuestros propios. Tal vez con ello Rusia busque a futuro tejer una asociación estratégica con la Argentina, a lo que gran parte de la clase política rechaza por la rusofobia instalada. Sin embargo, solo tenemos la certeza del presente, la existencia de intereses de control y ocupación territorial antártico, y la ausencia de los nuestros propios. 

Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. (s.f.). La importancia estratégica de la brecha GIUK.

Gobierno de Argentina. (s.f.). Tratado Antártico.

Esteban. P (21 de mayo de 2024). Petróleo en la Antártida: a las puertas del conflicto geopolítico más importante. Recuperado de: https://www.pagina12.com.ar/738306-petroleo-en-la-antartida-a-las-puertas-del-conflicto-geopoli

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