Javier Milei, el que ignora. Por Bruno Napoli
En manifestaciones contra el actual presidente, algunos ciudadanos lo han definido (entre otros epítetos irrepetibles) como un bruto, adjetivación por demás ingrata pues se designa así al incapaz que no puede resolver por su propia impericia determinadas tareas. En este caso la idea del “no saber”, de la ignorancia como causa y efecto es menos injusta, y nos permite detectar esa condición como latencia de los actos o dichos que enhebra día a día, desde sus comienzos como panelista de televisión en 2015 hasta este presente devenido primer mandatario de la Argentina. Ya en los programas de noticias o chismes políticos era notable el desconocimiento de los rudimentos (no conceptos) básicos de economía, perdiéndose en extensas diatribas que se contradecían en sus proposiciones y supuestos teóricos, confundiendo a sus interlocutores con cifras incomprobables, y siempre en escenarios sin repreguntas. El envoltorio de estas filípicas ya históricas eran gritos e insultos desmedidos, profundamente violentos a quien lo cruzase con alguna incógnita incómoda o fuera de sus pequeños pero potentes saberes. Y el envoltorio mayor a estos shows en el streaming diario fue un enojo creciente en muchos, que veían como ese muchacho violentado y algo confundido se mostraba molesto con corporaciones políticas que complicaban (y aun lo hacen) la precaria vida cotidiana.
Desde esos comienzos pudimos observarlo estimulado por un descubrimiento ideológico básico no muy complicado y simple para el debate rápido, de café, y con algunas concepciones teóricas que en su sentido más iluminista fueron una buena explicación (irracional) ante relatos algo oxidados (casi como esos muchachos de izquierda que descubren el capítulo 24 del “Capital” y con ello explican desde la acumulación originaria hasta el big bang). Pero Milei agregó un condimento interesante: señaló una casta de variados colores y ocupaciones viviendo lejos de la realidad y de los problemas diarios, algo que si no fuera cierto sería parte de lo que ignora un presidente ignorante; aunque en su fuero íntimo sí ignoró que al asumir la presidencia inmediatamente se es parte de la casta (por eso en su imaginario aún está de campaña, ahora contra el mundo, vaya el papelón de Davos como ejemplo). Con una memoria bastante entrenada, sobre todo visual, y una capacidad muy interesante para construir frases rimbombantes y que en algún punto sensible ligan con el tema diario de la Argentina (la economía, no importa cuando leas esto) sacudió el adormilado relato reinante. Este joven adulto, tan pintoresco en su aspecto transgresor, encontró en el espectro de las teorías sin comprobación un precepto único que le dio seguridad ante lo que lo rodea: el fundamentalismo del mercado y la transacción libre entre personas como toda solución posible a lo que considera la asfixia de la organización en sociedad, contrapuesto al lugar donde sus detractores solo relataban alguna justificación de caso. Un elemento no menor a este esperpento fue (y es) su voluntarismo personal, que dispone como vitalidad última para avanzar, aunque no logre calmar su propia ansiedad; esta particular exaltación permanente quizás radique en la imposibilidad cierta de aplicar sus ideas, no por designios del destino u oposiciones variadas, sino simplemente porque son fantasías de una voluntad admirable y mesiánica, que pretende que el mundo se acomode a él (o muera con él).
De todas maneras, la formidable capacidad de entreverar su agitada pedagogía apareció en el panorama ingrato de las inestables circunstancias económicas como un breve respiro ante el desacierto. Aunque parezca extraño, su elección fue momento de calma y consenso (aun alto) entre quienes decidieron su voto como castigo al destrato anterior. Y otra ayuda aun no mensurada llegó de sus detractores en el camino de panelista a presidente, quienes alegaron pérfidas justificaciones más que explicaciones ciertas sobre cómo salir del atolladero. Incluso el mismo Milei logró colocarlos como fundamentalistas en su ideal mundo imaginario y no le resultó difícil, pues sus contrincantes dedicaron tiempo extra a defender realidades derrumbadas y algo ficcionales hacia el final. Por caso, los 15 meses anteriores a su asunción presidencial fueron el mejor terreno para su pedagogía de la ignorancia: en ese lapso la inflación trepó del 50% al 210% anual, la informalidad laboral creció, aumentaron la pobreza e indigencia, y nuestro actual presidente no encontró críticas sino explicaciones tan violentas al sentido común como los insultos con los que él les respondía. Este intenso panorama fue coronado por un Milei desplegando su ignorancia en horario central en casi todo el espectro mediático, cortando blanco sobre negro frases impactantes, fáciles de sobreimprimir en el miedo y el enojo. Mientras tanto, cada “corporación” señalada por nuestro nada torpe presidente, comenzó a volcar hacia adentro sus discursos, quizás para contener el estado de situación desde su propio lugar en el mapa de recursos, colocando la frutilla del postre en la maqueta que el ignorante no se cansó de golpear, literal y metafóricamente, y desde allí comenzó a construir su virtual y efectista panfleto revolucionario. En ese declive del debate y del tiempo, un novedoso “rompan todo” sin complicaciones teóricas, sin sacrificios mayores como los que propone alguna izquierda (nada de dar la vida por la revolución ni prepararse teórica y tediosamente para el combate) destrabó el espasmo final 56-44, el más votado después de Perón.
Muy a pesar de las bien intencionadas militancias que se opusieron a esta charada de presidente desde un lugar correcto pero en un mar de oraciones acríticas (pues las “críticas” hubieran dejado al descubierto sus propias incertidumbres más que a la indescifrable “derecha” argentina) estas no contaron con una alternativa real al brote violento que imponía la situación sin rumbo. En el presente cada vez más dinámico por el meteórico deterioro que está generando su ignorancia desplegada, aun no se vislumbra alternativa a todo lo anterior, que ya incluye a Milei, pues en 45 días demostró de forma impactante ser parte del pasado (y como dijimos, ignora que la campaña electoral terminó) extendiendo extrañamente los tiempos al profundizar el derrumbe económico previo. Pareciera que la realidad impone otra vez elegir una alternativa, sabiendo que si no surge propuesta mejor, el que reemplace al ignorante puede también ser un bruto.