INVISIBILIZACIÓN Y CASTIGO DEL PENSAMIENTO POLÍTICO DE LAS MUJERES EN ARGENTINA. Por: Gabriela Bustos y Ana García Merino
INTRODUCCIÓN
El movimiento feminista y la apertura académica hacia los estudios de género ha habilitado una relectura de los roles que han desempeñado las mujeres en el desarrollo del pensamiento político argentino; los discursos históricos se sostienen sobre un ideario de género hegemónico que es necesario deconstruir para cristalizar el verdadero papel desempeñado por las mujeres en la historia. La perspectiva de género introdujo la idea de castigo a aquellas mujeres que intentaron o realizaron alguna forma de acción política en su tiempo, apartadas del ideario patriarcal y androcéntrico. Es necesaria una lectura a contrapelo de los textos y fuentes historiográficas para identificar las diversas formas de invisibilización y castigo del pensamiento político de las mujeres en la historia argentina del siglo XIX y principios del siglo XX.
Es interesante observar que existe cierta circularidad en la historia y reposición en el presente de formas pasadas de violencia. Los ataques actuales a mujeres políticas, lideresas y pensadoras, ya sea por una cuestión de género y por su orientación política, tienen una base en los ataques que sufrieron mujeres en otras épocas de la historia. Esta situación no se replica con las figuras masculinas.
En este sentido es importante visibilizar aquellas figuras femeninas que no llegaron a ver la luz, que lo hicieron en forma distorsionada, que no tuvieron igual reconocimiento que las figuras masculinas o que fueron castigadas por estar bajo un paradigma androcéntrico en la construcción de la Nación Argentina.
Dentro de nuestros pueblos ancestrales la mujer tenía (y continúa teniendo) un rol activo en la transmisión intergeneracional de sus tradiciones espirituales, la historia de sus pueblos, la tierra y la naturaleza. Bartolina Sisa, guerrera aymará, luchó junto a su marido Tupac Amarú, y compartió su autoridad generando una comunidad más equilibrada. Anne Chapman realiza una documentación pormenorizada del mundo Selknam en su libro “Fin de un Mundo”, a través de los ojos de Lola Kiepja, la última indígena auténtica de su comunidad. Esta mujer que falleció en 1966 a los 90 años y que vivió como indígena, podía revivir toda su cultura a través de relatos y cantos que transmitió a la autora. Esta transmisión de una de las culturas más antiguas de la humanidad es sin lugar a duda pensamiento político argentino. Su comunidad, como tantas otras en Argentina, fue diezmada por el hombre blanco pero sus valores, tradiciones, mitos fueron pasando de generación en generación, y actualmente reivindicados en tareas como las que realiza Chapman para evitar que su mundo se hundiera en la “no existencia” (2002:25).
Cabe aclarar que dada la circularidad de la historia, el pensamiento político de dichas comunidades subyace a todo el pensamiento argentino y hoy en día se lo puede observar en los reclamos de las lideresas mapuches y wichis.
DE LA HISTORIA Y EL PENSAMIENTO POLÍTICO
El pensamiento político no es solo la conformación de ideas ordenadas sino también aquello que aún no ha alcanzado una teorización rigurosa, como sucedía en las comunidades aborígenes. Tal como señala Alcira Argumedo en “Los silencios y las voces en América Latina”, “la crisis del imperio español y la lucha por la independencia harán emerger estas fuerzas subterráneas que, en la nueva etapa, adquieren formas decididamente políticas, con mayor grado de sistematización en sus formulaciones” (2006:157).
Las rebeliones indígenas, las sociedades aborígenes y su orden social, cultural, político religioso, etc. son parte del pensamiento político. Si recorremos las fuentes que disponemos de las diversas comunidades observaremos que las culturas ancestrales fueron la base piramidal de todo el pensamiento argentino. Tal como señala Ricardo Rojas en “El país de la selva” los mitos, las tradiciones, la cultura de dichas comunidades también son pensamiento político que, ante el choque con otra cultura, sentarán las bases de dos mundos que conviven conflictivamente. Una tensión irresuelta desde las primeras rebeliones indígenas que generan antinomias o, en términos de Argumedo, “(…) sociedades duales con graves dificultades de integración (…)” (2006: 157). Estas antinomias cruzan toda nuestra historia y pensamiento político: desde las luchas entre las comunidades originarias y el mundo europeo, a los conflictos entre unitarios y federales; desde la consolidación de gobiernos oligárquicos y movimientos populares de oposición a estos a gobiernos neoliberales y su contracara de gobiernos progresistas.
Las guerras por la emancipación y las batallas de las montoneras recuperaron de alguna forma aquellos relatos de alteridades excluidas por el eurocentrismo. Dentro de la construcción de una dicotomía eurocéntrica, Domingo Faustino Sarmiento asociaba barbarie a los pueblos originarios y luego esta concepción se trasladó a los caudillos, constituyéndose así, desde lo discursivo, una estrategia de inferiorización de lo autóctono. En 1844 Sarmiento puso de manifiesto su rechazo al indio en su artículo del periódico “El Progreso”:
¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa calaña no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría a colgar si reapareciesen. (…) así son todos. Incapaces de progreso. Su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. (El Progreso, 27/09/1844).
Dicha inferiorización y repulsa por lo étnico se trasladará a las generaciones siguientes asentándose como una base para conformar una sociedad fragmentada y dicotómica. Tal como señalaba Arturo Jauretche en varios de sus escritos, quedan aún hoy en día los sedimentos de una mentalidad colonial y la ausencia de una clase dirigente con conciencia nacional.
Para poder interpretar los procesos históricos y el pensamiento político es necesario incorporar la totalidad de los relatos; para edificar el pensamiento político argentino es menester retomar lo autóctono y alejarse del eurocentrismo. Es en este sentido que Alcira Argumedo manifiesta que “Es imposible que un pueblo se conciba a sí mismo a través de otras culturas” (2006:140). A su vez, es necesario realizar un revisionismo para identificar lo que Jauretche denomina “la política de la historia falsificada que es la política de la antinación” (2006:16). Y es en este sentido que el pensamiento político argentino es toda acción que lleva involucrada una idea de proyecto para realizarse a un modo americano y tradicional.
DE MONTONERAS Y MALAS SEMILLAS
A partir de 1820 y luego de las guerras independentistas de 1810, surgen en Argentina dos fuerzas en pugna que compiten por el poder y el orden: federales y unitarios. Si bien en un primer momento ambas facciones pudieron coexistir, las fracturas que se originaron en las Asambleas Constituyentes fueron irreversibles. Así, para los unitarios ellos eran el orden y la civilización, mientras que los caudillos federales que gobernaban las provincias eran la anarquía y la barbarie. Pero la causa de los procesos de guerras civiles entre federales y unitarios excedía al mero tema del orden, los intereses económicos entre las provincias eran un factor fundamental.
En la historiografía argentina acerca de estos enfrentamientos encontramos las ya conocidas figuras históricas masculinas, pero poco o nada acerca de las mujeres que actuaron y lideraron batallas. Tal como señala Marisa Davio, la presencia de las mujeres en la historiografía era excepcional, no había un “(…) estudio de las mismas integrado a la historia general y ello explicaría, de alguna manera, el ocultamiento o la falta de registro de sus acciones” (2014:84). El resultado de esta invisibilización es que no se relaciona las acciones y pensamientos políticos femeninos con experiencias que generan conocimiento, sino como carentes de valor desde perspectivas masculinas totalizantes.
El siglo XIX reproduce la cosmovisión que diferencia el mundo privado, reservado históricamente para las mujeres, y el mundo público como privilegio de los hombres. Pero dada la continua movilización y politización, consecuencia de la Revolución, lo público invadió todos los ámbitos de lo privado ocasionando que muchas mujeres quebraran esta frontera y superaran los límites de su espacio para convertirse en verdaderos sujetos activos, adquiriendo un gran protagonismo en diversas acciones. Como consecuencia de su accionar en dichas guerras sufrieron el destierro, la pobreza, el exilio, la confiscación de sus bienes, el encarcelamiento y la muerte. Pero la historiografía les dio el peor castigo: el silenciamiento e invisibilización de sus acciones y pensamiento político.
Una de las figuras relevantes de este período es la de Martina Chapanay; su figura es recuperada por la historiografía, por la literatura decimonónica y, principalmente, a través de la oralidad en el imaginario colectivo de una heroína que luchó contra el centralismo porteño y las injusticias de su pueblo. Los primeros trabajos literarios sobre Chapanay están a cargo de Pedro Quiroga (“Martina Chapanay Leyenda Histórica Americana”, 1865) y Pedro Echague (“La Chapanay”, 1884); sus obras significaron las bases para la transmisión de una historia acerca de Chapanay que se reproduce casi sin modificaciones hasta nuestros días. Puede reconocerse en la figura de Martina Chapanay no solo la semilla de un pensamiento político comprometido con su comunidad, con la protección y la justicia social, alejado de las imposiciones homogeneizantes de la construcción del nuevo ser nacional, sino también las diversas, sutiles y decimonónicas formas de castigo hacia una figura femenina que no se correspondía con los estereotipos de mujer aceptados en la época.
Martina Chapanay nació en la provincia de San Juan alrededor del 1800. Era una baqueana y cazadora insuperable, sirvió como chasqui en las huestes del General San Martín. Casada con uno de los hombres de Facundo Quiroga se sumó al ejército federal y fue apodada Martina, la montonera. En el ejército no aceptó las tareas menores de cuidados de los enfermos o atención de su marido, sino que luchaba codo a codo con Quiroga. En este punto, y siendo Chapanay descendiente de aborigen, cabe señalar que la generación del ‘37 no solo se encargó de retratar a los federales como bárbaros sino también a las comunidades originarias.
Chapanay tomó las armas y luchó al frente de las batallas, no solo para acompañar el reclamo de federales contra unitarios sino también para defender lo suyo. En este sentido y como perteneciente a la comunidad huarpe, los enfrentamientos eran mucho más peligrosos para Martina, ya que el castigo para una mujer indígena implicaba la violación seguida de muerte. Tal como señala Aura Cumes en su artículo acerca de las mujeres originarias, “(…) cuando eran explotadas, castigadas y reprimidas como mujeres, eran reducidas a su condición exclusivamente femenina; es decir, eran atacados los referentes femeninos de su cuerpo.” (2019: 306).
El castigo al pensamiento político de Martina se evidencia a través de la modificación de su historia de vida; los autores decimonónicos recuperan de la oralidad únicamente aquellos datos que refuerzan el ideal de nación a construir, modificando y manipulando aspectos de su vida, su accionar y su pensamiento. Desde sus investigaciones en la Universidad de Cuyo Ana Fanchin (2020) se interroga sobre la veracidad de los relatos que rodean la figura de Martina Chapanay y compara la “construcción” del personaje a partir de las obras de Echagüe y Quiroga. Así, tanto para Echague como para Quiroga, Martina es caracterizada como mestiza; no es posible presentarla como india ya que el nuevo ideario de nación debía reforzar la idea de una batalla ganada contra el indio para fomentar una inmigración europea de calidad. Si bien los registros parroquiales de la época contradicen la afirmación de una madre española que fallece cuando Martina era una niña, la historia de Chapanay se afirma sobre la dualidad entre un padre indio y una madre española; Martina representa así la dicotomía “civilización y barbarie”. Ni su madre fue española ni Martina quedó huérfana de niña, pero fue necesario presentarla como una víctima de una infancia sufrida por el abandono de su padre y la necesidad de cometer delitos, pero también como portadora de valores civilizados que le permitirían reflexionar sobre sus delitos para redimirse y dedicarse a la ayuda y solidaridad en sus últimos días, casi como una heroína. Como a muchas otras mujeres de la época que lucharon por sus ideales políticos, se la presenta manipulada o ciega de amor por los hombres que la arrastran quedando ella imposibilitada de tomar sus propias decisiones. Asimismo, se invisibiliza su carácter de madre: los textos omiten que tuvo dos hijos dado que fueron extramatrimoniales. La oralidad narra sin pudor que Martina elegía cómo, cuándo y con quién satisfacer sus deseos sexuales. Este aspecto fue omitido ya que reconocerlo implicaba, para los cánones de la época, identificarla como una ramera.
En este sentido, Fanchin afirma en “Martina Chapanay y la des-construcción de un imaginario” que:
Se ha dicho que era mestiza, para reafirmar la idea de la extinción de pueblos originarios; que era bandida por su vida errante y delictiva; marimacho por desempeñar roles impropios a su género. Entonces, es preciso preguntarnos cómo se habría definido ella y lo más probable es que con ninguno de los calificativos mencionados. Esto debido a que la categoría étnica le fue impuesta desde la dominación hispana; tampoco se reconocería como delincuente por tomar los bienes que no eran suyos, siendo que el sentido de propiedad privada no formaba parte de sus patrones culturales. (2020:20-21).
Dolores Díaz, apodada la Tigra, fue una de las figuras más relevantes de las montoneras en La Rioja. Acompañó al caudillo Felipe Varela en sus luchas contra el centralismo porteño mitrista en perjuicio de las provincias. Recorría la provincia incitando a los pobladores a sumarse al ejército federal. En Pozo de Vargas enfrentó, luchó contra las fuerzas mitristas y fue quien evitó la muerte del caudillo cuando éste fue derribado de su caballo y quedó a merced del enemigo. Si bien Varela logró huir, ella cayó prisionera donde sufrió humillaciones y tormentos en manos de las fuerzas unitarias. Fue trasladada por el Ejército del Norte a una de las prisiones más duras de la Argentina, la cárcel del Bracho. En 1868 pudo regresar a La Rioja y se dedicó al cuidado del hijo que tuvo con Varela, donde murió pocos años después en medio del olvido.
Es importante destacar en este punto, y tal como señala Ariel de la Fuente en “Caudillismos Rioplatenses” (1998), que las montoneras no eran una forma de bandidismo rural, sino que la presencia de artesanos, trabajadores, labradores y mujeres con vidas estables daban cuenta de que la montonera fue una de las formas que tomaron las luchas partidarias y una de las formas en que los gauchos participaron políticamente. Si bien destacamos a Martina Chapanay y Dolores Díaz como representantes de esta época, muchas eran las mujeres que se involucraron en política. En este sentido, es importante señalar que las más humildes participaron de forma activa en la lucha tomando las armas; distinta fue la forma en que se involucraron políticamente aquellas mujeres de clases acomodadas que tenían una participación activa en la política a punto tal que podían hacerse cargo del gobierno de una provincia en ausencia del caudillo. Tal fue el caso de Machaca Güemes o de Eulalia Ares; Encarnación y Josefa Ezcurra que apoyaron activamente a Juan Manuel de Rosas a través de sus veladas, fundaciones y escritos. La mujer de El Restaurador fue quien organizó la Sociedad Popular Restauradora y armó la mazorca manejando realmente el poder político en el Río de la Plata. Estas mujeres tenían peso propio, pero en la historiografía aparecen mediadas por la subjetividad masculina, siempre aparecen en relación con algún varón ilustre: son esposas, madres, hijas, hermanas, amantes de alguien.
En la provincia de Salta podemos destacar a Macacha Güemes, hermana de Martín Güemes. Si bien ambos pertenecieron a una familia acaudalada de la elite salteña, esto no les impidió vincularse con los sectores populares, principalmente con los gauchos. Machaca adhirió desde su inicio a la causa independentista y creó junto a su hermano el ejército de gauchos “Los Infernales”, quienes lucharon contra las fuerzas realistas. Construyó también una red de espionaje con informantes mujeres en dicha provincia, en Jujuy y en Tarija para engañar a las autoridades de la corona española. Las informantes espiaban a los ejércitos realistas y trasladaban mensajes en sus polleras, el estatus de subordinación como simples mujeres permitía que nadie sospechara de ellas. Era una hábil política, lo que la llevó a convertirse en ministra de su hermano cuando éste fue gobernador de Salta. Esto fue de suma utilidad para el caudillo pues cuando estuvo al frente de la guerra gaucha Machaca condujo el gobierno provincial. Como tal, fue una hábil operadora que logró desbaratar varias conspiraciones y logró acordar la paz en Cerillos. Una vez muerto Martín de Güemes, Machaca fue encarcelada por adherir a la causa revolucionaria, pero fue liberada por una sublevación del ejército gaucho. Continuó su lucha activa dentro del Partido Federal hasta su muerte. Si bien su figura es reconocida dentro de la provincia de Salta la historiografía se ha olvidado de ella o se la ha reconocido, como mencionamos anteriormente, tan solo como “mano derecha” o “hermana de” y el apellido Güemes solo es relacionado con Martín Miguel, gobernador de Salta y caudillo conductor de la guerra gaucha.
La escasez de fuentes acerca de las acciones de las mujeres en el proceso de militarización denota una invisibilización y es por ello que se necesita recurrir a múltiples recursos y fuentes para dar cuenta del rol de la mujer en la historia. Un claro caso de invisibilización es el de la primera gobernadora provisional de nuestro país, Eulalia Ares, en la provincia de Catamarca. Moisés Omill, el gobernador de Catamarca de aquel momento, respaldado por Mitre y con el fin de tener un gobierno afín a Buenos Aires no acató el resultado de las elecciones y se perpetuó en su puesto. Eulalia viajó a Santiago del Estero para procurarse de armas, volvió a su provincia para organizar a un grupo de mujeres y hombres. El 17 de agosto de 1862 dieron un golpe provocando que el gobernador usurpador huyera. Al día siguiente, la gobernadora provisional organizó un plebiscito de ciudadanos de la capital para designar al nuevo gobernador. El periódico “La Libertad” es una fuente de la época que menciona esta revolución de las mujeres, como es llamada, y señala que “Omill es uno de esos ambiciosos desenfrenados e incorregibles que todo lo sacrifican a su sed de mando, y no cesará de conspirar contra el orden establecido (…) bastó una chispa encendida por una señora para echarlo abajo” (La Libertad, enero 1863). Tampoco la nombró el historiador Manuel Soria cuando describió el mencionado evento en 1891 y señalando que las “belicosas damas” triunfaron al lograr que Omill huya. En ello se observa una clara invisibilización del rol de Eulalia ya que se menciona la sublevación para restituir el orden constitucional pero no se nombra a quien organizó y gobernó Catamarca durante catorce horas.
Si bien María Josefa Ezcurra y Agustina Rosas son reconocidas en la historia por ser cuñada y hermana respectivamente de Juan Manuel de Rosas han sido duramente castigadas en su época por la pluma de la generación del 37 debido a su actividad política. En ambos casos, a pesar de no ser figuras invisibilizadas, sí fueron castigadas por su pensamiento y accionar político. María Josefa Ezcurra era una activista en las guerras civiles entre unitarios y federales al tiempo que apoyaba el proyecto político de El Restaurador. Junto a su hermana Encarnación fue impulsora de la Revolución de los Restauradores y de la Sociedad Social Restauradora permitiendo así que Rosas mantuviera el control de la provincia aún durante su ausencia en la Campaña del Desierto. Ambas mantuvieron excelentes relaciones con los caudillos federales de las diversas provincias, especialmente con Facundo Quiroga. Esta participación tan activa y visible hizo que autores como José Mármol fueran despiadados con ellas. En “Amalia” el autor describe a María Josefa Ezcurra como “(…) muchas de las malas semillas, que la mano del genio enemigo de la humanidad arroja sobre la especie, en medio de las tinieblas de la noche” (2012:147).
José Mármol, perteneciente a la generación del 37, unitario y acérrimo enemigo de Rosas contraponía la figura etérea y llena de gracia de la protagonista de su novela como el modelo de feminidad a la figura de la cuñada de Rosas. De esta forma, con una estrategia dialéctica similar a la de Domingo Faustino Sarmiento en “Facundo”, representaba simbólicamente a los buenos y lo malos, la civilización y la barbarie, unitarios y federales. Los civilizados, unitarios, representados en “Amalia” con un buen porte, educación europea y de buen gusto estaban contrapuestos a los bárbaros, federales con una maldad indeleble plasmada en María Josefa. Mármol la describe como “(…) mujer de pequeña estatura, flaca, de fisonomía enjuta, de ojos pequeños, de cabello desaliñado y canoso, (…) y cuyos cincuenta y ocho años de vida estaban notablemente aumentados en su rostro por la acción de las pasiones ardientes” (2012:148).
Agustina Rosas, hermana del Restaurador, era una belleza de acuerdo con los cánones de la época; diversos pintores y autores la ensalzaban en ese sentido. Si bien no participaba dentro de la política de su hermano, era una ferviente federal y lo transmitía en sus escritos. Ella también fue castigada por la generación del 37; se alababa su belleza, pero era descripta como burda por el simple hecho de ser federal “(…) había en ella demasiada bizarría de formas” (Mármol, 2012:254). “Es una linda aldeana, pero aldeana; es decir demasiado rosada, demasiado gruesos sus brazos y sus manos, demasiado silvestres para el buen tono (…)” (Mármol, 2012:265).
Las acciones de estas mujeres implican pensamiento político, fueron líderes que convocaron a través de dichas acciones a lograr objetivos y proyectos. Para la generación del 37 los caudillos que sustentaban el poder de las provincias del interior y el poder de Rosas en Buenos Aires eran un gran obstáculo para la idea de nación moderna europeizante que tenían. Tal como señalaba Juan B Alberdi en “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, “En América todo lo que no es europeo es bárbaro” (2017:92). Es por ello que a través de sus escritos castigaron e invisibilizaron el accionar de estas mujeres en un intento de inferiorizar lo autóctono y presentarlas como obstáculos que no pueden asimilarse a este proceso de modernización.
Es esta una mirada colonialista y patriarcal ya que las acciones de las mujeres, los pueblos originarios y los federales son colocadas en un lugar de provocación, de desorden y por ello deben ser controladas. Los relatos que presentaban al indio como bárbaro y reforzaban el mito de la cautiva blanca en manos del malón es un claro intento por justificar y legitimar la exterminación de las comunidades originarias. Tal como señala Federici en el Calibán y la bruja, “(…) la demonización de los aborígenes americanos sirvió para justificar su esclavización y el saqueo de sus recursos” (2015: 182).
Y así las acciones de mujeres de distintos estratos sociales, etnias, pensamientos políticos quedaron subordinadas en jerarquía a las de los hombres, y su trabajo ha sido invisibilizado eliminando cualquier forma de poder o autoridad que pudiesen tener (Cumes, 2016: 305). Por otra parte, aquellas mujeres, especialmente las federales, que tenían una presencia política indiscutible e indisimulable eran duramente castigadas desde las letras. De esta manera, existía una denigración cultural y literaria al servicio de la política, una discriminación patriarcal porque era (es) inadmisible que una mujer sea autónoma y lidere un movimiento. Y en el caso de las mujeres indígenas o mestizas, existe también una discriminación colonial ya que no se espera que las comunidades originarias tengan participación alguna.
DE SUFRAGISTAS Y ANARQUISTAS PELIGROSAS
El movimiento anarquista llegó a la Argentina de la mano de la inmigración, especialmente italianos y españoles. Los anarquistas comenzaron a agruparse por afinidad y a realizar acciones, algunas de ellas de gran combatividad. Su presencia dentro del movimiento obrero fue muy importante, fundando sindicatos por oficio y participando de diversas problemáticas gremiales. Este sería el pie para la fundación en 1901 de la Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.). En este punto es importante aclarar que el anarquismo en la Argentina como en muchos otros países tuvo una fuerte impronta rural; podemos señalar que existe un fuerte vínculo entre las montoneras del período anterior con el anarquismo de este período. Muchas de las huelgas con componentes anarquistas comenzaron en el campo cuando los peones se negaron a realizar ningún tipo de faena. Luego esta acción se trasladó a los pueblos y ciudades que los secundaron en apoyo. Las ideas anarquistas se difundían no solo en los congresos o debates sino en periódicos que editaban y distribuían clandestinamente. Uno de estos periódicos era La Voz de la Mujer que editaba Virginia Bolten en Rosario y cuyo lema era “Ni dios, ni patrón, ni marido”.
Bolten era conocida por encabezar marchas y dar encendidos discursos en contra del orden social en Rosario. La policía la arrestó distribuyendo propaganda anarquista en las puertas de Refinería Argentina. Participó activamente de lo que se llamó el feminismo anárquico, el cual priorizaba la lucha por la emancipación de la mujer. Criticó al feminismo burgués que solo luchaba por la ampliación de derechos políticos femeninos, pero no contemplaba su emancipación. Arengaba por la liberación del sometimiento económico y moral que atravesaban las mujeres; para ella era fundamental que la mujer saliera de la órbita de su casa y se comprometiera en la lucha. Por esta concepción era duramente criticada, se la trataba de ser “demasiado masculina”. Lideró huelgas, luchó por la jornada laboral de ocho horas, formó parte del Comité de Huelga Femenino organizado por la F.O.R.A. y tuvo una participación activa en la huelga de inquilinos. Por esta última acción fue perseguida y arrestada nuevamente; como su marido había sido arrestado años anteriores y deportado a Uruguay junto a sus hijos, se hizo pasar por uruguaya y así a ella también se le aplicó la Ley de Residencia por lo que fue deportada a dicho país. Virginia fue castigada a abandonar su país y a vivir en el exilio debido a su pensamiento político, donde continuó con su intensa labor sindical y periodística junto a Juana Rouco Buela. Esta última ingresó luego clandestinamente a la Argentina y participó en la Semana Trágica en la Patagonia.
En el marco de la ya mencionada Ley de Residencia y de Defensa Social es que se expulsaba “legalmente” a los inmigrantes acusados de desórdenes políticos. Es por ello que, en Alcorta, Santa Fe las reuniones de los colonos, muchos de ellos inmigrantes, que subarrendaban tierras se realizaban en la clandestinidad de la noche. A pesar de tener buenas cosechas los inmigrantes no podían hacer frente a los pagos de arrendamiento y deudas contraídas. En estas reuniones clandestinas de discusiones y debates acerca de las acciones a seguir, una de las pocas mujeres presentes, María Rosa Robotti, exclamó: “¡Viva la huelga!”. Este sería conocido luego como el grito de Alcorta, pero nadie relaciona que dicho grito fue proferido por una joven mujer de 25 años que junto a su compañero fueron los gestores del principal movimiento agrario de Santa Fe. Este grito fue el puntapié inicial a un gran paro para obtener mejoras en los alquileres agrícolas y una inserción efectiva de los inmigrantes en lo decisional relacionado a las tierras. Robotti tuvo una acción infatigable alentando a los huelguistas a “proseguir el camino de la justicia, la paz y la libertad” (Gabriela Dalla Corte Caballero, 2013:81). Ante la ausencia de su marido que intentaba sumar huelguistas en otras regiones, fue María quien sostenía la permanencia del “grito” en Alcorta. Para ello compraba bolsas de harina y las repartía así la gente podía comer y no quebraban la huelga. Esta acción sumiría a la familia en la pobreza que, sumado a las persecuciones y peleas internas de la Liga Agraria, Robotti y su compañero terminarían dejando todo, camino a Córdoba. Tal como sucedió con las montoneras, su accionar sería invisibilizado. Cabe señalar que el Grito de Alcorta es conocido en nuestra historia, pero tal como señala Gabriela Dalla Corte Caballero, la autora de dicho grito ha caído en el olvido historiográfico del mundo femenino (2013:77).
En el contexto anteriormente mencionado de la Patagonia trágica, los incidentes comenzaron en 1920 con huelgas de los obreros para conseguir mejoras laborales. Si bien volvieron a sus puestos de trabajo ante el compromiso patronal de reveer dichas mejoras, no solo nunca se cumplió con lo prometido, sino que se persiguió a los descontentos. El ejército y las patronales persiguieron a quienes protestaban y realizaron la peor masacre: de 17000 habitantes quedaron 10000. Esta matanza quedó enmarcada en una dolorosa visión utópica e ingenua de los obreros ya que en sus reclamos encabezaban la proclama con un “Al mundo civilizado”. Paradójico.
En el marco de la Semana Trágica cinco mujeres totalmente desconocidas hoy en día decidieron hacerles frente a los militares. Ellas eran conocidas como las pupilas del prostíbulo La Catalana. Tal como señalamos anteriormente, las acciones de protesta de los peones fueron fuertemente secundadas por los pueblos aledaños. En este contexto es que, ante el fusilamiento y masacre de los huelguistas en Santa Cruz, las cinco prostitutas decidieron apoyar el reclamo obrero y protestar contra los fusilamientos. Para ello, cuando los soldados se presentaron en el prostíbulo las cinco mujeres los enfrentaron, se negaron a “recibirlos” y los echaron del lugar al grito de “con asesinos no nos acostamos”. Por este acto fueron encarceladas, denigradas y se les retiró la libreta sanitaria que las habilitaba a trabajar. Por “insultar el uniforme de la Patria” fueron expulsadas de San Julián y debieron marcharse a Viedma y Ushuaia. Si bien fueron las únicas que se atrevieron a llamar asesinos a los autores de la sangrienta masacre, sus acciones fueron totalmente invisibilizadas a punto tal que nadie conoce sus nombres, ni de su apoyo a las protestas de los años 20 en la Patagonia. Pero a veces el pasado tiene su reconocimiento en el presente y Eduardo Galeano así lo hizo en su novela “Los hijos de los días”:
Los peones de los campos de la Patagonia argentina se habían alzado en huelga, contra los salarios cortísimos y las jornadas larguísimas, y el ejército se ocupó de restablecer el orden. Fusilar cansa. En esta noche de 1922, los soldados, exhaustos de tanto matar, fueron al prostíbulo del puerto San Julián, a recibir su merecida recompensa. Pero las cinco mujeres que allí trabajaban les cerraron la puerta en las narices y los corrieron al grito de asesinos, asesinos, fuera de aquí… Osvaldo Bayer ha guardado sus nombres. Ellas se llamaban Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache y Maud Foster.
Las putas. Las dignas. (2012:36,37).
Las huelgas y luchas por mejores condiciones de vida y una mayor democratización se dieron al mismo tiempo que un gran movimiento sufragista en pos del voto femenino. Ya que, si bien las mujeres estaban excluidas de los derechos políticos, el proceso de democratización consolidó el surgimiento de organizaciones feministas que reclamaban la participación política de la mujer (Gloria Bonilla Vélez, 2007:43). El movimiento sufragista estuvo caracterizado por su heterogeneidad ya que sus integrantes participaban de otros movimientos o partidos para la consecución de mayores derechos políticos y civiles. Realizaban acciones individuales o colectivas pero su pensamiento no puede inscribirse dentro del feminismo ya que muchas de ellas no se asumían como tales. Sí es importante destacar que la gran mayoría de ellas estaban inmersas dentro de debates y líneas de pensamiento que trascendían lo nacional.
La anteriormente mencionada Juana Rouco Buela junto a Cecilia Grierson y Alicia Moreau de Justo lucharon por la igualdad de derechos, mejores oportunidades educacionales y la reforma del código civil que consideraba a las mujeres como incapaces y menores. Pero la pionera en cuanto al sufragio femenino fue Julieta Lanteri; no solo se recibió de bachiller en el Colegio Nacional de La Plata (exclusivo para varones hasta ese momento) sino que se recibió en la Facultad de Medicina y se doctoró. Si bien no pudo ser invisibilizada fue castigada una y otra vez; debió afrontar los prejuicios de la época. Su solicitud a la adscripción a la cátedra de enfermedades mentales fue rechazada por ser inmigrante. Este hecho hizo que se nacionalizara y que luego solicitara el reconocimiento de sus plenos derechos políticos como ciudadana. Así pudo en 1911 ser incorporada al padrón y ser la primera mujer en votar.
Ahora sí, volvió a solicitar el puesto en la cátedra y nuevamente fue rechazada pero esta vez por ser mujer. A esto se agregó que quedaba imposibilitada de volver a votar ya que como requisito se implementó el cumplimiento del servicio militar obligatorio. A pesar de no poder votar, sí podía ser candidata y es así que se presentó por el Partido Feminista Nacional. Dio discursos en todas las esquinas y empapeló las paredes con afiches; su slogan era “En el Parlamento una banca me espera, llevadme a ella”. Obtuvo 1730 votos, obviamente todos masculinos. Los medios comenzaron a retratarla despectivamente, la llamaron la Lanteri y la criticaron duramente por asumir roles masculinos. Su lucha incansable abrió grandes oportunidades a los derechos políticos de las mujeres, pero su castigo fue la muerte. Un miembro de la Legión Cívica, organización paramilitar creada por Uriburu, la atropelló y murió a los 59 años. Todos los periódicos de la época calificaron el hecho de accidente, solo su compañera de militancia Adelia Di Carlo sembró la duda en su necrológica en Caras y Caretas.
Todo este período de anarquismo, sufragismo y socialismo tiene su punto culminante, a nuestro criterio, con Eva Perón y su intensa tarea no solo por la concreción de la Ley de sufragio femenino de 1947 sino para una mayor democratización. Fue una partícipe activa de la campaña electoral de Juan Domingo Perón, fundó la Fundación Eva Perón a través de la cual construyó hospitales, escuelas, asilos y tomó una posición sólida en las luchas por los derechos sociales y laborales, construyendo un vínculo directo con los sindicatos. Sus acciones son reconocidas y de ningún modo han podido ser invisibilizadas dada la fuerza e intensidad de su trabajo y por pertenecer a un movimiento popular y masivo. Pero fue duramente castigada en vida y una vez fallecida. Fue blanco del odio particularmente de las clases altas que no veían con buenos ojos que las clases bajas tuvieran acceso a mayores derechos. Es bien conocido el episodio que mientras agonizaba, las paredes de los barrios de clases más adineradas de Buenos Aires aparecieron grafiteadas con la expresión “viva el cáncer”. Asimismo, fue duramente descalificada por su origen social de clase baja, una “cabecita negra”, por su profesión de actriz y por asumir roles que en la época eran considerados exclusivamente masculinos. La ambición política que era apropiada para los hombres, no lo era para una mujer. Una vez fallecida y luego de la Revolución Libertadora de 1955 su cadáver fue profanado y secuestrado. Fue trasladado a Italia, enterrado clandestinamente y tardó 15 años en retornar al país. Su nombre fue prohibido de nombrar, así como se liquidó la Fundación Eva Perón y se prohibió su libro “La razón de mi vida” por el decreto 4161 de 1956 en un intento de desperonizar a la Argentina.
En cuanto al movimiento sufragista, es interesante observar y señalar que la fuerza del Movimiento Peronista Femenino y la figura de Evita en particular, eclipsaron las tácticas y resistencias realizadas por dicho movimiento. Tal como señala Adriana Valobra en “Feminismo, sufragismo y mujeres en los partidos políticos en la Argentina de la primera mitad del siglo XX”, se produjo una doble invisibilización de las sufragistas: el peronismo se legitimó como inaugural de los logros desestimando otros precedentes y por otra parte la historiografía al realzarlo, desestimó y olvidó las resistencias preexistentes (2008:9). Con la creación del Movimiento Peronista Femenino se creó una tensión en la sociedad argentina y al interior del propio peronismo. Las mujeres tenían ahora la posibilidad de discutir de igual a igual con los varones las estrategias a seguir. Así, se da un avance en la política, se promueve el debate político no solo en las unidades básicas sino también en los hogares. Mención aparte tiene el hecho que para que las mujeres votaran por primera vez hubo que realizar un empadronamiento y para ello se designaron veintitrés delegadas censistas que colaboraron con todo el proceso electoral. A partir de este momento se feminizó la política.
La gran mayoría de las mujeres de este período tumultuoso fueron duramente castigadas; dado que participaban abiertamente en debates y en periódicos, no podían ser invisibilizadas. La mayoría de ellas sufrieron detenciones, represiones y si bien continuaron con sus luchas más de una vez debieron hacerlo en la clandestinidad, ya sea en simuladas veladas literarias o desde el exilio. Debieron tolerar insultos, agravios, accidentes dudosos o murieron en una absoluta bancarrota. Pero este período fue una bisagra fundamental en los movimientos sufragistas y feministas; en palabras de la propia Eva Perón:
El derecho de sufragio femenino no consiste tan solo en depositar la boleta en la urna, consiste esencialmente en elevar a la mujer a la categoría de verdadera orientadora de la conciencia nacional.
(Eva Perón, Discurso del 23 de Septiembre de 1947)
DE INSURRECTAS Y REBELDES
A fines de los años 60 se dan las llamadas puebladas contra la dictadura de Juan Carlos Onganía. La de mayor envergadura fue el Cordobazo, liderado por Elpidio Torres (del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor-S.M.A.T.A.), Atilio López (del Sindicato de Unión Tranviario Automotor-U.T.A.) y Agustín Tosco (del Sindicato de Luz y Fuerza). Comenzó como una gran protesta sindical para frenar los abusos policiales y las políticas anti-obreras, una movilización masiva que incluía una huelga por 48 horas. La Federación Universitaria de Córdoba también se plegó a la protesta y lo que comenzó como una cuestión meramente sindical se le fueron plegando mayores actores. Así a los movimientos estudiantil y sindical se le sumaron las organizaciones políticas clandestinas (los partidos políticos abolidos en 1966 como la Resistencia Peronista) y los barrios organizados en centros vecinales y comisiones coordinadoras. Dentro de este contexto las mujeres tuvieron una participación activa movilizándose en cantidades significativas; las pocas delegadas que había en sectores como el bancario, comercio o la administración pública llamaron a la movilización.
Ana María Medina “Nene” Peña militó desde muy joven dentro del peronismo en el Sindicato de la Bancaria, y en los preparativos del Cordobazo participó activamente junto a Tosco. Ante los gases lacrimógenos de la caballería perdió su columna y se sumó a la de la Federación Universitaria de Córdoba en la cual lleva la bandera argentina. Quedó plasmada su imagen en una fotografía y por ello pudieron arrestarla; fue juzgada por el Consejo de Guerra, encontrada culpable y condenada a arresto domiciliario. Suzy Carranza militó dentro de la fábrica Kitrocer-Osram en búsqueda de mejores condiciones laborales. Al momento de movilizar lo hizo junto a sus compañeras de la fábrica y de la columna de la universidad. Luego del Cordobazo continuó militando a pesar de los duros controles imperantes y es así como finalmente fue despedida por activista militante. Cuando llegó el Cordobazo del 69 Soledad García Quiroga presionó para marchar, y si bien el gremio de educadores no definió la acción, un grupo de docentes y delegadas mujeres salieron a acompañar a los trabajadores de las fábricas. Fue una luchadora activa participando de las movilizaciones por paritarias de 1975 y las acciones por la derrota del plan de Celestino Rodrigo. En 1976 fue secuestrada, torturada, pasada a disponibilidad y luego al exilio en España donde continuó trabajando arduamente por los desaparecidos y exiliados.
Estas mujeres y muchas otras más fueron duramente castigadas por su accionar en el Cordobazo y su postura política, sin embargo al momento del reconocimiento su presencia fue invisibilizada. Las imágenes de la época muestran los líderes en el centro y los bordes de las fotografías recortados: en dichos márgenes recortados estaban las mujeres.
Esta época de puebladas, resistencia, surgimiento de grupos armados sacaron del letargo a los partidos políticos. Pero así como cien años antes la oligarquía y la burguesía vinculadas al modelo agroexportador decidieron expandir la frontera en La Pampa y la Patagonia y aniquilar a los pueblos originarios que constituían un obstáculo para la modernización, algo similar ocurrió con una Argentina que se debatía entre lo transnacional y algo más autónomo, localista. Y la respuesta fue la misma: el aniquilamiento, la ejecución y desaparición del “enemigo”.
CONCLUSIÓN
En nuestra historia existe un hilo conductor de exterminio y castigo a todo pensamiento político de las minorías (comunidades originarias, mujeres, etc.) o de aquel pensamiento político relacionado con lo autóctono y popular. Así, las mujeres citadas en este trabajo tienen una doble discriminación en la invisibilización y castigo: por el hecho de ser mujeres y por su pensamiento político nacional y popular. Este hilo conductor de exterminio y castigo atravesó a las comunidades originarias, las montoneras, las anarquistas, las peronistas y las feministas entre otras. Es en este sentido que la historia tiene una circularidad, las estructuras de lo acontecido en el pasado se replican con fuerza en el presente. Es que en el camino hacia el progreso y la modernización se repite una pauta predeterminada por la cual los castigados y los vencidos siempre son los mismos.
Por lo tanto, es menester realizar una relectura, una reinterpretación de dicho pasado que nos brinde no solo conocimiento de lo acontecido sino también experiencia. Esta deconstrucción debe contener también la mirada de los oprimidos e invisibilizados (las mujeres para este caso), para así tener, en palabras de Walter Benjamin, una acción restauradora, reparadora, que introduzca nuevas oportunidades.
Las estructuras de violencia del primer período relacionado con el pensamiento político de las montoneras, subyacen hoy en día en nuestra sociedad dividida y polarizada.
Es así que si no se realiza la reelaboración del pasado, los oprimidos y los vencedores siempre serán los mismos, y la “historia potencial aplastada” nunca será visibilizada. De este modo, el exterminio de las comunidades originarias se replica en la actual persecución del pueblo mapuche, la detención ilegal de Milagro Sala y el asesinato de Rafael Nahuel; los agravios e insultos a las Ezcurra son las pintadas de “viva el cáncer” contra Eva Perón, la de “yegua, puta y montonera” contra Cristina Fernández de Kirchner, las “locas de la plaza” de las Madres. La deportación de Bolten y las pupilas de La Catalana son el exilio de las militantes durante la dictadura militar del 76; los atentados, encarcelamiento y muertes dudosas de las sufragistas son los miles de desaparecidos del terrorismo de Estado del 76. Son las estructuras de invisibilización y castigo del “otro”, que se dan una y otra vez dado que no han tenido una reelaboración.
Las luchas del presente necesitan insertarse en una tradición de luchas del pasado, ser reelaboradas, releídas para así extraer aprendizaje. Se debe buscar las huellas que perviven en el aire de las montoneras que lucharon junto a los grandes caudillos; las ruinas invisibilizadas del pensamiento político de anarquistas, sufragistas, mujeres de lo nacional popular. “¿Acaso no nos roza un hálito del aire que envolvió a los precedentes?” (Benjamin, 2009: 40). Recuperar las acciones de estas mujeres que la modernidad, el progreso y el mundo androcéntrico convirtió en deshechos. Este vínculo dialéctico entre presente y pasado permite entonces extraer un discurso que el vencedor aplastó e invisibilizó, y que surjan así efectos distintos en el presente. Para ello es fundamental la acción política que repare el pasado, actualice las promesas incumplidas y redima y emancipe a los oprimidos. Como señala Benjamin “(…) nos ha sido dada, tal como a cada generación que nos precedió, una débil fuerza mesiánica, sobre la cual el pasado reclama derecho” (1996: 48).
Es esta, una tarea que las generaciones que nos precedieron nos asignan y está en nuestro poder activarla o no.
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