EL ETERNAUTA. Una historia con identidad propia. Por: Valentina Salgado Vargas

El Eternauta no solo marcó un antes y un después en la historieta nacional, sino que se convirtió en un ícono de la cultura argentina. Generación tras generación, la historia de Juan Salvo y sus amigos acompañó a familias enteras. Con cientos de reediciones y reversiones, el Eternauta continúa siendo un éxito hasta la actualidad. Pero, ¿qué lugar ocupa el Eternauta en la formación de la identidad nacional?
Resulta especialmente ineludible, en estos momentos, analizar obras que tengan una visión propia y una idea de país, que se pregunten por la identidad nacional: quiénes somos, quiénes fuimos, quiénes queremos ser. Partiendo de esta idea, creo que El Eternauta es un ejemplo de mucho valor simbólico. Desde la propia historia de su autor, Héctor Germán Oesterheld, hasta la forma en que pensó a nuestro país a través de la ficción.
Es necesario entonces repasar los aportes del pensamiento nacional, intentar ahondar en cómo se piensa lo nacional en esta obra y cuál es el posible impacto en nuestra identidad colectiva, una vez convertida en una obra de referencia. Tomando una definición de Horacio Gonzalez: “la cultura es lo que nos baña, nos identifica, lo que nos hace hablar como hablamos y discutir como discutimos (…). La cultura es la estructura secreta de todo lo que se hace (…).
Pensar la relación entre política y cultura, y el arte ocupa un lugar fundamental a la hora de buscar evidencias de nuestra identidad nacional. A través de grandes obras literarias, audiovisuales y musicales hemos visto que estas referencias nos permiten pensarnos como pueblo y son una herramienta para entender fenómenos y contextos sociopolíticos. En esta línea, hay que analizar el imaginario argentino que nos propone “El Eternauta” y cómo este es una expresión de una identidad nacional, y a la vez, una contribución a la misma. Me pregunto entonces, ¿podemos afirmar que esta historia tiene un rol en la formación de la identidad nacional?
Arte y Nación
Según Hernández Arregui, la cultura es “un estilo de vida, con rasgos regionales o nacionales diversos articulados a valores colectivamente intuidos como frutos del suelo mediante el nexo unificador de la lengua y experimentados como la conciencia, cerrada en sí misma, en tanto resistencia a presiones externas, de una continuidad histórica en el espacio y en el tiempo, afirmada en tendencias de defensa y en la voluntad de trascender fuera de sí” (1957, p. 270). De esta definición de cultura, me interesa destacar principalmente su dimensión colectiva. La conciencia aparece como la propia personalidad histórica colectivamente experimentada. De este modo, el autor observa dos componentes de la cultura: formas estáticas, materiales y espirituales (mitos, ritos religiosos, tradiciones, estilos artísticos, lenguajes) y por otro, formas dinámicas y renovadoras, producto de individuos aislados. De estas formas se deducen dos movimientos: la asimilación por el grupo comunitario de esas creaciones espontáneas de un individuo que, por su parte, se da gracias a que el este toma inconscientemente del mundo valores propios de la cultura a la que pertenece. Para Hernández Arregui la cultura tiene entonces doble carácter: es colectiva y al mismo tiempo individual (1957). Podemos concluir que es en formaciones culturales como el arte donde se conecta la dimensión individual de la cultura con la colectiva.
El objetivo del presente ensayo es preguntarse por El Eternauta, y la relación que esta historia tiene con la identidad nacional. Sin embargo, como punto de partida, considero importante ahondar en el vínculo entre Arte y Nación.
Ugarte concibe al arte nacional como parte clave de la consolidación de la identidad latinoamericana. En su libro “La Nación Latinoamericana”, esboza una fuerte crítica a las élites de América Latina de la década del 30 por su tendencia de replicar modelos extranjeros en el arte, la política e instituciones, en lugar de desarrollar formas propias. Observaba el “afrancesamiento” de la burguesía, como una forma de empobrecimiento de la cultura nacional. En oposición, plantea la importancia de fomentar un arte nacional, es decir, el desarrollo de una producción artística genuinamente autóctona. Entonces, ¿por qué es importante preguntarnos por el arte nacional? Siguiendo a Ugarte, este es un elemento clave para la consolidación de una identidad propia, independiente y soberana.
Por otro lado, el autor insiste en que “la originalidad en el arte sólo puede resultar de una vida solidificada y completa” (2009, p. 282). Es decir, el arte nacional surge sólo después de una emancipación de los valores universales, cuando se dé la emergencia de una vitalidad autóctona propia. Desde este pensamiento, el entorno social y cultural local es muy relevante, ya que el arte está en relación con su medio, y surge de experiencias colectivas.
En el manifiesto del Grupo Espartaco, encontramos una respuesta clara ante el interrogante por la importancia de la producción artística local: “Un arte nacional es la única posibilidad que existe de hacer arte. A través de las mejores obras de los más grandes artistas de la historia, percibimos ante todo, el espíritu de la sociedad que las engendró” (1961, p. 2). Desde esta perspectiva, la expresión artística define nuestra identidad como pueblo. Además, el grupo artístico insiste en que el arte no puede estar divorciado con su medio, es decir, con la realidad nacional. Al dar la espalda a las necesidades y luchas nacionales, el arte pierde toda significación y expresión, queda despojado de decir algo trascendente. En conclusión, el arte sólo es posible cuando se produce una total identificación del artista con la realidad de su medio. En este sentido, toda obra artística, por el hecho de ser una expresión social, es necesariamente una expresión nacional. El arte surge como resultado de una expresión individual, que al concretarse será una expresión nacional, ya que el individuo es producto de la nación. Entonces, no podemos pensar al artista separado de la sociedad de la cual es producto, y no podemos pensar a Oesterheld ni al Eternauta sin el contexto político, social y económico del cual emergió. Además, Carpani, al igual que pensadores como Hernández Arregui, concibe al arte como un instrumento de liberación, una herramienta de combate. En este sentido, las multitudes se reconocen en él y se convierte en un medio por el cual el artista se integra a la sociedad a la vez que la refleja. No sorprende, entonces, que en un contexto marcado por la opresión y la censura, El Eternauta se haya transformado en un símbolo de resistencia y en una forma de expresión colectiva del pueblo.
Historieta argentina y cultura popular
La historieta es un género literario que surge en Estados Unidos y que, a mediados de la década del 30, alcanza su época de oro, con la producción de historietas de ciencia ficción. Durante esos años, el género alcanza un éxito masivo y se convierte en un fenómeno literario a nivel mundial.
En este apartado el interés se centra en la producción argentina de historietas, y las formas propias que la misma adquirió. Ford, Rivera y Romano (1984) destacan que en Argentina, el verdadero auge de la historieta se produce durante los primeros años de la década del 50, a partir de revistas como Intervalo, Aventuras, Patorurzito, Misterix, etc. Estas revistas además de ubicar en el mercado interno los éxitos de las historietas internacionales, a mediados de la década del 50, comienzan una importante producción nacional. Para esta época, en el país se editaban unas sesenta revistas de historietas, una publicación como Misterix vendía 220 mil ejemplares por semana, y el género se había instalado como un producto cultural masivo (Nicolini y Beltrami, 2016). El marco de la expansión del consumo de masas en Argentina sin duda influyó en la popularización de la historieta, que con ediciones baratas y accesibles gracias a su gran distribución en los kioscos de todo el país, se convirtió en un género popular. En el libro “Medios de comunicación y cultura popular” los autores rescatan la historieta como parte fundamental de la cultura argentina, junto a otros géneros populares como el Tango, el folletín y el radioteatro. Además, resaltan la producción de calidad que adquirió este género a nivel nacional, no como mera copia de modelos extranjeros, sino como producción original con una fuerte identidad nacional.
Masotta (1970), señala algunas de las propiedades específicas de la historieta nacional. En primer lugar, si bien la historieta de aventuras sigue el modelo estadounidense de la década del 30’, propone que ciertas transformaciones indican la elaboración de un modelo propio, la aparición de un estilo original y una ideología menos repudiable. Además, se puede ver en la producción nacional un importante desarrollo del género humorístico. Por último, el intelectual menciona la popularidad de la historieta folclórica.
En pleno auge de la historieta como género en Argentina, apareció El Eternauta, escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López. Publicada en 1957 en la revista Hora Cero Semanal, El Eternauta marca un antes y un después en la historieta nacional, no solo por el carácter innovador de la historia, sino por su fuerte carga simbólica y política, que la convirtió en un símbolo de resistencia y memoria en la cultura argentina.
A lo largo de los años, la historieta contó con varias reediciones y reversiones: en 1969 sale su segunda versión, publicada por la revista Gente e ilustrada por Alberto Breccia. Esta se caracterizó por un dibujo más oscuro y un mensaje político militante más explícito y radicalizado. En 1976 Oesterheld y Solano López publican, desde la clandestinidad, El Eternauta II. Esta secuela aparece en el marco de un contexto social y político muy diferente al de la primera versión. El Golpe de Estado cívico-militar de 1976 inauguró la época más violenta y oscura de la historia argentina. Oesterheld tampoco era el mismo: para ese momento, ya había sido secuestradas y asesinadas por las fuerzas armadas dos de sus hijas, Beatriz y Diana. Esta última versión está profundamente en diálogo con la nueva realidad nacional y refleja un tono mucho más sombrío y desesperanzador. Los Ellos ahora no son una fuerza desconocida, sino que tienen forma física, número y pueden ser destruidos. Juan Salvo ya no es más un sobreviviente, es un verdadero líder revolucionario, y lo que importa ya no es la resistencia, sino la acción directa. Oesterheld no pudo concluir la secuela de El Eternauta ya que la misma fue interrumpida por su secuestro y desaparición, un año después de su publicación.
Luego de su trágico y abrupto final, se realizaron de manera continua múltiples reediciones de libro, adaptaciones teatrales y homenajes. La más actual es la adaptación audiovisual producida por Netflix, con la dirección de Bruno Stagnaro y protagonizada por Ricardo Darín. La serie se convirtió rápidamente en un éxito mundial.

Los Oesterheld
Como se señaló previamente, el pensamiento nacional concibe a la cultura nacional como una expresión del vínculo existente entre individuo y colectividad y sostiene que esta no puede estar divorciada de su medio. Encontramos esta idea, como un punto en común, en los principales exponentes de esta posición ideológica: Jauretche, Hernández Arregui y Ugarte.
Jauretche insiste en que: “Detrás de la formidable cultura occidental se advierte la existencia de las múltiples culturas nacionales. Cada una representa un largo proceso en el que subyacen íntimamente abrazados los valores del espíritu y los objetivos políticos de cada país” (1957, p. 19). Es decir, para el autor, la cultura verdadera es inseparable de su historia política y social y por lo tanto, debe partir siempre de la experiencia nacional. Además, ya hemos recuperado la dimensión colectiva de la cultura de Hernández Arregui, quien destaca que el artista, al ser parte de una comunidad y compartir una cultura en común, expresa en su arte el espíritu de la sociedad y la refleja. La obra de Oesterheld surge sin duda como expresión de un contexto sociopolítico en particular y de una historia colectiva en común. Quereilhac (2024), recupera los aportes de Raymond Williams al plantear que existe una forma de arte por parte del artista como integrante de una comunidad y en tanto transmisor de una experiencia colectiva a través de un lenguaje individual. De acuerdo a las definiciones que venimos recuperando, El Eternauta constituye una obra representativa del arte nacional. Por esto mismo, es imposible ahondar en esta historia sin antes hacer un recorrido por la biografía de Oesterheld y por el escenario que lo atraviesa, como sujeto producto de una comunidad. Pero para narrar una experiencia nacional, no solo alcanza con ser parte de una comunidad. Jauretche (1957), va un paso más allá. Postula que para pensar bien, hay que tener sentido de pertenencia: es el sentirse parte de una patria lo que permite a un individuo ver y comprender aspectos que están vedados a los de afuera. Solo desde esta perspectiva se contribuye a crear una visión real del país. Aquí radica una de las diferencias entre “arte” y “arte nacional”. Desde estos aportes, abordaré a continuación un punto central de este ensayo. ¿Quién fue Oesterheld?
“A veces, la historia de un país descarga toda su violencia contra una familia” (2016, p.1).
De este modo comienza el libro “Los Oesterheld” de Fernanda Nicolini y Alicia Beltrami. Una investigación profunda sobre la familia del escritor del Eternauta, cuya tragedia representa la historia de toda una sociedad y su época.
Héctor Germán Oesterheld nació en Buenos Aires, en 1919. Licenciado en Ciencias Naturales y especializado en Geología, ejerció la profesión hasta comienzos de la década de 1950, cuando se dedicó de lleno a la historieta. El autor empezó a trabajar en la editorial Abril en 1947, cuando ya colaboraba con Códex, otro sello de revistas infantiles, escolares y de divulgación científica. En un principio, Oesterheld consideraba la escritura apenas como un hobby (Nicolini y Beltrami, 2016). Hacia 1955, Héctor se había convertido en el principal autor de la revista de historietas Misterix, de Abril. Para esta revista escribe dos series que lo hacen saltar a la popularidad: Bull Rocket y Sargento Kirk. La primera, es conocida como el primer gran éxito de Oesterheld como guionista, y también como el comienzo de una nueva estructura narrativa que luego potenció en El Eternauta, la figura del héroe colectivo.
Ya consagrado como guionista, Oesterheld funda su propia editorial, llamada Frontera, con su hermano como socio. En 1957 publicarían la revista Hora Cero, donde aparece por primera vez El Eternauta. Para Nicolini y Beltrami (2016), El Eternauta se iba a convertir, a partir de ese momento y hasta el final, en la historia que guardaría sus huellas autobiográficas. En la génesis de la historia se puede encontrar su propio barrio, su casa, su familia.
A pesar de la gran popularización de sus historietas, el trabajo como guionista no le rendía económicamente. Luego de unos años de esplendor, la editorial Frontera estaba quebrada y Oesterheld, tapado por las deudas. Los dibujantes comenzaron a trabajar para el exterior en busca de mejores salarios y el propio Oesterheld se vió obligado a viajar a Europa para intentar vender sus guiones al mercado internacional. Para 1964 la editorial cerró definitivamente. La angustia de aquellos años difíciles, sumada al profundo cambio político y social que se avecinaba en el país, y a un creciente sentimiento de inconformidad social, impulsó a Oesterheld a involucrarse de manera más directa en la política. Su compromiso con un mundo mejor y con la denuncia de injusticias siempre se vio reflejado en su arte.
A partir de la década del 70’ Oesterheld se involucra de manera directa con el peronismo y con la militancia orgánica. Sus cuatro hijas tuvieron que ver sin duda en este proceso. Todas comprometidas políticamente y tras años de actividad juvenil militante, lo acercaron a Montoneros, convirtiéndolo en parte del Bloque Peronista de Prensa.
El 27 de abril de 1977, Héctor Germán Oesterheld es secuestrado en La Plata. Para ese momento, sus cuatro hijas, dos de ellas embarazadas, habían sido detenidas y desaparecidas por la dictadura militar. La historia de él y de su familia es uno de los casos más desgarradores dentro del plan sistemático de desaparición de personas que el Estado llevó adelante.

El Eternauta: Una historia con identidad propia
– ¿Por qué Buenos Aires?
– ¿Y por qué no?
Para Juan Sasturain (2017), allí radica la verdadera originalidad de El Eternauta. La decisión de Oesterheld de localizar una invasión extraterrestre en Argentina, tomando un género y una temática extranjeras para darle una impronta propia, es un hecho sumamente innovador. Es un ejemplo perfecto para la concepción de Jauretche de “lo nacional”. De manera transversal, el pensamiento jauretchiano nos propone que lo nacional es lo universal visto por nosotros. Lejos de proponer cerrarse al mundo y rechazar todo instrumento cultural extranjero, para Jauretche lo importante es hacer una adaptación crítica de lo universal, a lo nacional. De este modo, propone tomar lo importado y modificarlo de acuerdo a las necesidades y realidades locales, en resumen, reinterpretar desde y para la nación (1957). En El Eternauta vemos reflejado un paradigma mundial, con el clima de época de la posguerra y las tensiones científicas y técnicas que comenzaban a emerger con la guerra fría. Sin embargo, Oesterheld toma este marco histórico, que hasta el momento era retratado por las historias de ciencia ficción de las potencias, y le imprime una narrativa alternativa, periférica. La invasión alienígena se convierte entonces en una metáfora del imperialismo y la resistencia, de la lucha por la liberación de los pueblos del sur.
Se considera a Oesterheld como el padre de la historieta nacional, por ser el primero en inaugurar una historia de ciencia ficción desde y para Argentina. Pero, ¿por qué es importante El Eternauta y su impronta local para nuestra cultura? Siguiendo los aportes de Jauretche, la mejor forma de confrontar la superestructura cultural (es decir, la cultura impuesta por la dependencia colonial), es el desarrollo de una cultura nacional. Para el autor, la verdadera cultura es la que encarna valores autóctonos, la que se provee de un punto de vista brindado por las particularidades nacionales (1957). Es importante subrayar que, en países semicoloniales, la importancia de una cultura nacional desarrollada es aún mayor. El pensamiento nacional es una perspectiva propia de países latinoamericanos, que busca reconocer que la cuestión principal debe ser la nacional, entendida como un conflicto de intereses entre los centros de poder imperialistas y las fuerzas autóctonas que buscan escapar de la situación de dependencia. Pensando específicamente en el arte, Hernández Arregui, en la misma línea, afirma que la literatura es un instrumento para la emancipación nacional.
El Eternauta no solo está situado en Argentina, es una historia atravesada por una forma local de ver problemas universales, por personajes típicamente argentinos, por nuestras costumbres y por nuestros valores. Parte entonces, como diría Jauretche, de la experiencia nacional. Además, contiene un profundo significado simbólico sobre una forma de ver el mundo. Hay en Oesterheld una preocupación por narrar lo político, pero no simplemente para describir un contexto. Es un relato cargado de significaciones, que busca activamente disputar un sentido común y construir una mirada alternativa.
El significado y la importancia de la “mirada argentina” que Oesterheld construyó en la historieta va mucho más allá de haber situado una ciencia ficción en Argentina. Significó una condición de posibilidad: desde acá también podemos vivir la aventura, nosotros también podemos ser los héroes. Sasturain (2024) reflexiona sobre el “cambio de domicilio” y destaca que el domicilio natural de la aventura, se presentaba siempre como un lugar foráneo, donde se hablaba inglés. Esto es en realidad, un producto de la presión ideológica del imperialismo cultural. La aventura no vive en Estados Unidos, sino en ese lugar retórico y arbitrario que hace de Estados Unidos y su mundo -trasladado al universo entero como escenario- el ámbito cómodo y aventurable por excelencia (2024, p. 136). En El Eternauta, Argentina no aparece solo como el terreno de la aventura sino como centro de una importante resistencia a la invasión a nivel global. Lo geográfico está constantemente en un primer plano: desde el comienzo en el barrio de Vincente López, el cruce Avenida General Paz, el ferrocarril Belgrano como trinchera, la batalla de River Plate, hasta la base de operaciones en la Plaza del Congreso. Lo que distingue a los protagonistas no es su excepcionalidad sino el hecho de ser argentinos comunes y corrientes. En una entrevista, Oesterheld reflexionó: “Quizá todo resida en que nosotros no nos consideramos capaces de ser protagonistas” (Haywood, 2024). Al situarse y a la vez representar la circunstancia argentina, el guionista expandió el imaginario de lo posible: en El Eternauta coinciden un espacio y un tiempo donde se encuentran el autor, los personajes y los lectores, y se unen por la mirada y los valores de un modelo aventurero compartido (Sasturain, 2024). En su narrativa, observamos un nuevo imaginario nacional que representa una perspectiva argentina. Las dinámicas de poder y los héroes y villanos que creó Oesterheld no siguieron las reglas extranjeras, sino que se desarrollaron bajo un modelo propio, donde el héroe no era una sola persona extraordinaria sino un grupo, cuyos miembros son parte de la vida cotidiana (Haywood, 2024).
En conclusión, que Oesterheld se haya propuesto “cambiar el domicilio” no implica solamente trasladar la acción a nuestro país y narrarla con palabras autóctonas. Es, ante todo una irreverencia a la dependencia cultural, una resistencia a lo que Jauretche definiría como “colonización pedagógica” (1957). Este es poderoso aparato, que abarca las principales instituciones educativas y culturales del país introduce principios en la formación intelectual de los argentinos que se presentan como un sentido común, pero en realidad, están al servicio de los intereses extranjeros y facilitan el colonialismo. Para el pensamiento nacional, esta falsa cultura, que la Inteligenzia confunde con civilización, es lo que frena el pleno desarrollo de una nación. Las expresiones autóctonas quedan relegadas, escondidas y denigradas, al ser consideradas inferiores. Entonces, todo intento de escapar al condicionamiento de la superestructura mental impuesta, implica formular un paradigma alternativo. Con esta historia, Oesterheld logra vencer el aparato de pedagogía colonialista que nos enseña a sobrevalorar lo ajeno y a desvalorizar lo propio. El Eternauta es, ante todo, un acto de desobediencia y una celebración de nuestra identidad nacional.
¿Por qué nos representa tanto?
Oesterheld y Solano López se consagraron como los principales exponentes de la historieta nacional y convirtieron a la Argentina en terreno para la aventura. Pero, ¿por qué el Eternauta se convirtió en un clásico? Además de la originalidad y talento de Oesterheld, y la gran ilustración de Solano López, en este apartado se supone que la forma en que la historia representa nuestra identidad nacional e idiosincrasia produce un fuerte proceso de identificación en el público. De este modo, al vernos representados, al comprender las referencias y al ver reflejado nuestras costumbres y valores, esta historia nos conmueve y nos hace sentir que somos parte. Esto sin duda, ha influido en que El Eternauta se haya convertido en un clásico de nuestra cultura popular.
Hernández Arregui, que propone como central el vínculo individuo-sociedad. En este sentido, las obras que constituyen la cultura nacional son creaciones colectivas que condensan las características espirituales de la comunidad entera. Esto explica, la identificación emocional antes que mental del individuo con la nación y con los símbolos que representan la existencia de la colectividad histórica (1957).
Desde el inicio hasta su fin, El Eternauta tiene una intención clara de representar a nuestro país y a nuestra sociedad. En la historieta -y luego también adaptado en la serie- cada personaje, a través de su trabajo, representa un sector típico de la sociedad. Salvo como un pequeño industrial, propietario de una fábrica de transformadores. Favalli un profesor de física, Lucas un bancario, Polsky un jubilado. Más adelante aparecerá Franco, un obrero que se convertirá en una pieza fundamental del grupo. A su vez, todos comparten una afición por un saber técnico: el hobby de Salvo es fabricar aviones, Favalli y Lucas incursionan en la electrónica. Polsky utiliza el taller de Salvo para construir violines. Aquí observamos la marca de una época. Ante el paradigma mundial de la Ciencia occidental, emergió un nuevo imaginario social, la “imaginación científico-popular”. En Argentina, en el marco del peronismo, este imaginario se construye en una sociedad de masas donde la divulgación científica adquirió una gran popularidad. (Moreno, 2024) De este modo, El Eternauta representa todo un área de la cultura argentina en que confluye el auge del consumo de la divulgación científica y una concepción de ciencia como parte de la cultura, canalizada en la ficción. En la historieta de Oesterheld, no todo se resuelve con coraje y solidaridad, sino que es el conocimiento técnico-científico el que permite la supervivencia. Allí radica la importancia de los personajes como Favalli.
En la serie, se incorpora el personaje de Inga, la chica venezolana que es repartidora de una aplicación de delivery y el de Omar, quien representa al argentino que emigró tras la crisis del 2001 y que siente un desprecio por su país. Además, las mujeres tienen un rol activo en la acción, sin quedar relegadas únicamente a ser parte de la familia y al apoyo emocional. Por ejemplo el personaje de Elena, exesposa de Salvo, ahora es médica y tiene un rol central en la resistencia.
Además de los personajes, el recurso geográfico que se utiliza en la historieta también incentiva la identificación por parte del público. El hecho de que la ficción irrumpa en nuestra vida cotidiana y que transcurra en lugares reales, cercanos y concretos genera un impacto aún mayor. No es lo mismo leer una historia que transcurre en un lugar imaginario, que una en la cual tu ciudad local, con las calles y escenarios en los que transitamos cotidianamente, están cubiertos por una nevada mortal.
Por último, no podemos dejar de mencionar el rol del idioma, -con nuestra gauchesca, modismos y chistes- y la representación de las costumbres argentinas. Esto se impone desde el comienzo de la historia: conocemos a nuestros personajes mediante una partida de truco. La casa de Salvo, inspirada en la del propio Oesterheld, con referencias estéticas precisas al barrio de Vicente López. Por último, el habla de los personajes, con modismos locales, y la referencia a rutinas familiares, anclan el relato en un presente nacional reconocible.
De este modo, es importante enfatizar, como sugieren diferentes autores (Vázquez, Sasturain, Quereihac) en el imaginario cultural y en la dimensión ideológica de la historia, que está históricamente contextualizada. Esta dimensión está incorporada como parte del mundo de sus protagonistas y estructura el tipo de aventura que llevarán a cabo. En este sentido, la experiencia “pequeñoburguesa de un hombre común y padre de familia” se ensambla con materiales ideológicos como “el culto al progreso, la mística de la industrialización y el nacionalismo tecnológico” (Quereihac, 2024, p. 333) Este imaginario estructura el universo de valores de los personajes pero también el de los lectores, que, al mismo tiempo, configura todo un área de la cultura argentina.
Por otro lado, Quereilac (2024), destaca la mirada positiva y celebratoria que tiene El Eternauta de ese conjunto de prácticas, saberes y valores que integran el universo de las “costumbres argentinas” y en cómo influye esta posición en la conexión del público con la historia. La autora sostiene que Oesterheld y Solano López, utilizando la distopía como recurso, logran diseñar a la vez, como subtexto, la utopía de una vida argentina en paz y tranquila con perspectivas de progreso (2024, p. 329). La misma está representada en la sociabilidad masculina del truco y las reuniones en el taller de Salvo, la armonía de una familia “tipo” de la época, el manejo de los saberes técnico-científicos y los lazos de solidaridad. Quereilac concluye, que a un nivel más profundo del texto, El Eternauta es una mirada utópica que recrea la vida cotidiana, los códigos comunes, los espacios reconocibles de zona norte y la Capital Federal, y que destaca de manera optimista el imaginario técnico-científico local, en contraste con las catástrofes de la agenda nacional, como el armamentismo nuclear o la guerra biológica. La distopía no está relacionada entonces con elementos propios de la cultura argentina, sino que es completamente exterior, que viene irrumpir en nuestra armonía. Esta presenta una amenaza a la construcción idealizada y afirmativa de la vida en común. Para Sasturain (2024) este rasgo también está presente en la ilustración que hace El Eternauta (principalmente en su primera versión) de una sociedad ideal: alianza de clases, el papel fundamental del sector obrero, presencia necesaria de los militares y la incorporación de los intelectuales.
Además, esta versión optimista de la argentinidad culmina con el desarrollo del concepto de héroe colectivo, que simboliza el valor de las relaciones horizontales y complementarias entre las personas. Asimismo, el rol de la amistad y la importancia de la familia es un rasgo distintivo en las historias de Oesterheld. En una entrevista, cuando se le pregunta el por qué de la reiteración de estos aspectos, el autor contesta: “Algunos me lo destacaron como algo mío, yo pienso que está en nosotros”. (citado de Oesterheld, 1976). En esa corta, pero profunda declaración Oesterheld destaca la conexión que tiene su historia individual con la dimensión colectiva de la identidad nacional.
Este es otro elemento clave en la identificación de la sociedad argentina con la historia. Más allá de la distopía, es un retrato positivo de nosotros mismos, cargado de esperanza. Es una ficción que celebra nuestra identidad nacional. A quienes queremos a nuestro país, esto nos llena de orgullo: acompañamos las aventuras de un grupo que, a través de la organización y la solidaridad, construyen una resistencia frente a un contexto totalmente desolador.
Por último, no podemos dejar de mencionar la fuerte impronta autobiográfica que Oesterheld canaliza en El Eternauta. Beltrami y Nicolini (2016) destacan esta historia es, de toda la producción de Oesterheld, la que guardaría sus huellas autobiográficas. En su versión original, con los detalles del contexto y geográficos, en su reversión del 69’, con la incorporación de referencias que representaban el cambio en su pensamiento y en la secuela de 1975, directamente con él como protagonista. Tomando los aportes del pensamiento nacional previamente descritos podemos concluir que la fuerte conexión de la historia con la experiencia nacional hace que la identificación por parte de los lectores sea aún mayor. El modo en que Oesterheld narró, con la retórica de una subjetividad, una experiencia local en común, interpela a miles de lectores. Además de convertirse en la voz de muchos durante su carrera como escritor, la figura de Oesterheld persistió como un símbolo político y cultural de enorme fuerza tras su desaparición. En él podemos ver reflejada la historia de muchas familias argentinas, de una generación diezmada por la dictadura militar. En este sentido, la vida y obra de Oesterheld se funden en la historia de un artista al servicio de la causa nacional. El Eternauta se convierte de este modo en una lectura obligatoria: con él continúa la vigencia de banderas como la memoria, la justicia social, la lucha colectiva y la resistencia.

El Eternauta en el siglo XXI
Habiendo revisado la literatura del pensamiento nacional argentino y las características particulares que convierten al Eternauta en una obra de referencia del arte nacional, cabe preguntarnos si es posible que esta historia haya impactado en nuestra identidad nacional.
Pensar en esta historia como un mero producto de la industria nacional, resulta insuficiente. Como hemos observado recientemente ante el resurgimiento de la conversación pública del Eternauta por su serie, esta obra ya es parte de la cultura argentina. A las pocas semanas, estallaron los murales e intervenciones artísticas homenajeando a la serie y a Oesterheld en todo el país. Además, en un contexto político diferente pero igualmente adverso, el valor simbólico de las consignas como resistencia, lucha colectiva y solidaridad, adquieren un significado distinto a los de la historia original, pero igualmente poderosos. Ante el desfinanciamiento de los principales organismos públicos por parte del gobierno libertario anarcocapitalista presidido por Javier Milei, la historia se utilizó de modos diversos para convocar a la movilización y para concientizar sobre distintas adversidades que se están transitando en nuestro país. Por ejemplo, bajo el emblema “una nieve tóxica está destruyendo la ciencia argentina” miles de personas marcharon vestidas como El Eternauta hacia el Polo Científico Tecnológico. Si bien el acto principal se convocó en la Capital Federal, esta convocatoria contó con marchas en distintos puntos emblemáticos en más de 20 ciudades del país. De las maneras más creativas, el Eternauta se convirtió rápidamente en consigna para visibilizar la situación política actual. Esto no es una novedad en la historia política argentina. Existen antecedentes como el “Nestornauta” que indican la utilización popular de la historieta para representar ciertos imaginarios y consignas.
La adaptación audiovisual de la historia en 2025, demostró que es una obra que puede ser leída en este tiempo y que puede adquirir centenares de lecturas diferentes a las que tenía en el momento cuando se escribió. Aunque la serie se basa en la trama original, los creadores decidieron que la historia se sitúe en la actualidad. Stagnaro, director de esta versión, comentó: “Buscamos conservar el espíritu del cómic, pero modernizarlo para que conecte con la audiencia de hoy”. Sin embargo, a pesar de que hay grandes diferencias con la historia original, con la incorporación de elementos modernos -musicales, estéticos, tecnológicos-, la serie busca mantener los dos rasgos principales de la historieta del 57’: una narrativa profundamente argentina, y la representación de nuestra sociedad. En este sentido, la esencia está intacta. Además, contiene definiciones políticas relevantes que son fieles a lo que Oesterheld buscó retratar en su guión inicial. A través de pequeños guiños a frases populares de la historieta, como “el sur es el nuevo norte” o “La brújula anda bien, lo que se rompió es el mundo” podemos vislumbrar el espíritu nacional que, como hemos repasado, caracteriza a la historieta.
En conclusión, el profundo significado simbólico que contiene El Eternauta, lo convierte en un clásico adaptable a distintos contextos. La historieta que en el 57’ retrata el espíritu de una sociedad atravesada por la resistencia y la lucha colectiva ante la proscripción y el avance del imperialismo, hoy viene a recordarnos que, ante la crisis, la salida es colectiva. Al expresar verdaderamente la identidad de un pueblo y salirse de lo particular, logra atravesar el tiempo y el espacio. Se convirtió en un mito que se escribe y reescribe constantemente, cambia, y se adapta a distintas miradas y contextos, pero sin perder su esencia. Las diversas convocatorias y consignas que surgieron en la actualidad nos demuestran que la idea principal de la historieta sigue más vigente que nunca: nadie se salva solo. En un contexto como el actual, donde se premia la individualidad y el egoísmo, la reivindicación del héroe colectivo adquiere una relevancia especial. Su legado literario continúa sin duda arraigado a la cultura nacional. Entonces, ¿Tiene un rol El Eternauta en la formación de la identidad nacional? Creo que, al convertirse en una obra de referencia y en un clásico de nuestra literatura, esta historia cumple un rol fundamental en transmitir a nuevas generaciones elementos constitutivos de nuestra identidad y marcas culturales. La historia es parte del acervo cultural nacional, pero a su vez, mantiene vigente el espíritu de esa sociedad de los años 50 que buscó representar. Además, Oesterheld nos dejó una enseñanza que sirve de referencia para el conjunto de la industria nacional: desde el fin del mundo también podemos crear historias de ciencia ficción, de calidad, con identidad propia y convertirlas en un éxito mundial.
Por otro lado, la propia historia de Oesterheld y de su familia resignificó la historieta, e incrementó sus significados. En democracia, esta obra se convirtió en una historia fundamental para la memoria colectiva. De este modo, el Eternauta nos deja un recordatorio y una pregunta abierta ¿Dónde está Oesterheld?
Epilogo
En el presente ensayo se analizó El Eternauta y su vínculo con la identidad nacional. A partir de los aportes del pensamiento nacional, se destacó la figura de Oesterheld como un autor comprometido con la construcción de una narrativa con impronta local, capaz de expresar el espíritu de una experiencia colectiva. Esta obra se convierte, de acuerdo a lo recorrido en este trabajo, una referencia para el arte nacional y un ejemplo significativo para pensar la relación entre arte y nación. Al reconocerse a sí mismo como un hombre producto de una nación, Oesterheld logra aportar una visión real del país, y su obra se vuelve un elemento clave para la consolidación de una identidad propia.
Como primer gran historieta de ciencia ficción argentina, abrió un nuevo imaginario social y sentó un precedente: en Argentina también podemos vivir y hacer la aventura. Vino a contarnos que podíamos ser los protagonistas.
A partir de la incorporación de elementos locales -geográficos, simbólicos y lingüísticos- y de una impronta celebratoria de la idiosincrasia y costumbres argentinas el proceso de identificación de los lectores fue masivo, convirtiendo a esta historia en un clásico de la cultura popular. El Eternauta logra convertirse de este modo en la retórica de una subjetividad, en una expresión nacional del pueblo argentino, del cual todos nos sentimos parte. El “nosotros” de este libro se convierte así, en un concepto central de la historia que nos conmueve, nos interpela y nos convoca. Este factor fue central en el arraigo que esta historia tiene en nuestra cultura y en su popularización.
Pero además de representar una identidad nacional, El Eternauta hoy es parte de nuestra cultura popular. Se ha vuelto un mito fundante que, en contextos políticos diferentes, nos recuerda el espíritu de esa sociedad de la cual emergió. El Eternauta es historia pero también es presente, ha trascendido su época para convertirse en una referencia local de un gran valor simbólico. En conclusión, considero que la historia de Oesterheld cumple sin dudas un rol fundamental en la formación de la identidad nacional. Su legado va mucho más allá de la historieta: es una forma de pensar la nación, la memoria, y el papel del pueblo. En este sentido, El Eternauta puede ser visto como una forma de resistencia y de lucha colectiva: la transmisión a nuevas generaciones de valores, sentidos y referencias que componen su imaginario nacional funcionan como un escudo ante invasiones extranjeras y promueven la consolidación de una conciencia nacional, soberana e independiente. El legado de Oesterheld es invaluable, imborrable e inmortal.
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