UN HOMBRE QUE SE ANIMA. Papeles encontrados de Rodolfo Walsh. Baschetti, R. y Domínguez, F. (comps.)

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Ilustración Nora Patrich

A fines de Marzo el querido Roberto Baschetti nos mandó el adelanto de este libro con textos ¡encontrados de Walsh! La alegría de encontrar textos desaparecidos de aquellos compañeros caídos durante la dictadura genocida es comparable, en su medida relativa, a la alegría que nos sacude cuando nos enteramos que se recupera la identidad de algún compañero, un hijo o algún nieto desaparecido-apropiado. Es que en esos papeles, encontramos la obra, el pensamiento, la voz, la razón de lucha y de vida, que precisamente recobran vida a través de nuevos lectores que tal vez se insuflen de esa experiencia haciéndola propia; así algo del autor pervive en el cuerpo prestado del interprete, para contarnos aquello que inútilmente trataron los horribles de mochar y borrar de la historia. Elegimos cuatro, de los diez textos publicados y comentados por Baschetti y Giménez, que aquí intercalamos. Sin más, con ustedes Rodolfo Walsh.

Juan Olivera (El Astillero)

Prólogo

Rodolfo Walsh: Un hombre que se anima

¿Es inagotable la cantera Walsh? No, su obra es finita, como toda obra humana. A pesar de eso decimos que la obra completa de Rodolfo Jorge Walsh aún no se puede publicar, y es posible que no se complete, porque nos faltan escritos.

Los primeros textos que extrañamos del principal periodista argentino son los que robó la Marina de Guerra en su casa en  San Vicente, el mismo día, 25 de marzo de 1977, cuando intentaban secuestrarlo en la esquina de San Juan y Entre Ríos de Capital Federal. Es cierto que se rescataron algunos de esos papeles de la ESMA, lugar donde lo llevaron a él y a sus pertenencias, y también es cierto que allí quedaron muchos otros escritos, archivos, carpetas y proyectos de cuentos y novelas.

También se extrañan los escritos para Prensa Latina, la agencia de noticias de Cuba, que Walsh fundó junto a Jorge  Ricardo  Masetti, Gabriel García Márquez y Rogelio García Lupo, entre otros. La investigación de Enrique Arrosagaray en La Habana, sobre los años de nuestro escritor en la Isla, resultaron infructuosos a la hora de rescatar el archivo Walsh.

Los escritos que hoy traemos aquí también estaban perdidos y los encontramos barriendo antiguas revistas, periódicos de escasa tirada o diarios que dejaron de circular.

Hay material de Prensa Latina, un reportaje sobre uno  de sus  libros, una conversación sobre teatro con otros dramaturgos, una crítica de libros, una polémica en el correo de lectores de una revista, un texto sobre un general industrialista argentino, otro sobre el principal cerebro científico de la Unión Soviética, análisis sobre la cuestión argelina, algo sobre el ataque permanente a Cuba y el prólogo a un libro con los discursos de Raimundo Ongaro, el principal dirigente sindical que resistió a la dictadura de Onganía. Como frutilla del postre recuperamos un cuento desconocido, publicado en 1950, el mismo año que la revista Vea y Lea lo premia por “Las tres noches de Isaías Bloom”, y además se casa con Elina Tejerina, la mamá de Victoria y Patricia.

Los papeles recuperados no son material histórico, sino que nos hablan hoy, nos recuerdan que corremos el peligro de ser una colonia,  nos dicen que en otros países se corre el mismo peligro, y que la salida es siempre caminar con los compañeros, con el pueblo al que pertenecemos. Defender causas justas no es una utopía, sino una necesidad urgente en tiempos difíciles.

En sus palabras siempre hay manejo del lenguaje, una cultura amplia, ironías, guiños, humor e inteligencia. Vale aclarar que  Walsh  no siempre firmaba con su verdadero nombre, sino que a veces usaba seudónimos como el de Daniel Hernández, Francisco Freire o N. Klimm, de hecho algunos de los textos que contiene este dossier tiene alguna de esas firmas.

¿Hay más material por recuperar? En nuestra búsqueda llegamos a un paquete importante, que esperamos poner a disposición del público en el corto plazo, en edición impresa. Esos trabajos son del mismo tenor de los que traemos aquí, no son ni frívolos ni pasatistas, sino que profundizan en los intereses que Walsh siempre mostró: la Argentina, el Tercer Mundo en general, América Latina en particular, y la literatura.

Este aporte viene a sumarse a otras compilaciones realizadas a lo largo del tiempo por Jorge Lafforgue, Víctor Pesce, Ricardo Piglia, Osvaldo Aguirre, Roberto Ferro, Horacio Verbitsky y Daniel Link.

Pronto habrá  que  inaugurar  el  epistolario  Walsh,  la  correspondencia que tuvo con amigos, escritores e intelectuales, los que no serán textos menores pues  las  pocas  cartas  personales  que  se  conocen,  las  de Donald Yeats, por ejemplo, se llegan a leer como  pequeños  ensayos, además de revelar aspectos poco conocidos de su vida.

Mientras esperamos la recuperación de ese material, les dejamos en sus manos estas diez perlas salidas de la pluma de un hombre que no es un héroe, sino que fue llevado y traído por los tiempos y que siempre se animó, hasta el último día, a pesar del riesgo, del peligro y del miedo.

Roberto Baschetti – Fabián Domínguez

25 de marzo de 2024

COMENTARIOS SOBRE LOS TEXTOS

Los jugadores de dados. Rodolfo Walsh. 1950.

Se trata de un breve cuento de una página de extensión, donde el autor presenta un juego de escenas paralelas en las cuales la actitud y la posición que tienen cuatro jugadores se condicen con una de las caras que puede presentar cada dado. Original en su idea, ingenioso en el juego de palabras que lo presenta, inesperado en su escénico final, ofrece asimismo un plus, un valor agregado: fue publicado por Rodolfo Jorge Walsh en la revista Cuadernos de la Costa (La Plata. N° 1-3, 1950- 1953, pág. 18). No figuraba en bibliografía alguna sobre el autor, no se encontraba en ningún sitio de internet y tampoco en la última y cuidadosa recopilación de sus cuentos completos, publicada tiempo atrás. Es entonces un hallazgo literario que hizo la Biblioteca Nacional en el año 2015 y dio a conocer cuando se cumplió un nuevo aniversario del secuestro y desaparición de quien fuera un escritor inigualable, militante e intelectual revolucionario, siempre consecuente en su lucha por cambiar las estructuras injustas de nuestra sociedad.

Los jugadores de dados

Cuando se hizo de día, nadie se acordó de apagar la luz. Ni siquiera advirtieron que era de día. La lamparilla siguió encendida, amarillenta de insomnio. En el cuarto no había un mueble, un cuadro, una tela de araña, una salivadera, nada. Su grisura desnuda oprimía como una muerte lenta. Por una lucerna abierta en lo alto, el cielo arriesgaba, apenas, un goterón de luz reciente.

Los cuatro jugadores estaban sentados en el piso, apoyados contra cada una de las paredes. ¿Por qué tan lejos unos de otros?, es difícil de explicar, pero se me ocurre una teoría: todos estaban  armados  de filosos cuchillos, cada uno sabía que los demás estaban armados, de producirse una disputa, estando pegados los unos a los otros, ganaba el más traicionero. Cada uno sabía que los otros  eran  más traicioneros que él. La distancia igualaba las probabilidades.

Arrojaban los dados con cierta violencia automática que los rostros inmóviles no acogían. Cantaban los puntos, decían “gano” o “pierdo”. Al perder -o al fingir que lo hacían, por tanto ganar como perder eran fingimiento-, hacían rodar los dados y el dinero por el suelo. Los demás no alcanzaban a ver, por la distancia, los puntos que echaba el jugador. De vez en cuando alguien decía:

– Es mentira – bostezaba, hundía la mano en el bolsillo y pagaba a pesar de todo. Rebelarse era una estupidez.

En una oportunidad, sin embargo, alguien confesó espontáneamente: “pierdo”.

Esta sinceridad conmovió a todos pero no lo imitaron. El tampoco volvió a imitarse.

En un momento determinado, alguien pensó en marcharse. Hizo  el recuento de su dinero, advirtió que iba en ganancia. Vio recién entonces la puerta, inexorablemente cerrada, los torvos  ademanes  reclamando los puñales, la prefiguración del castigo en  la  cara  de  súbito  animadas. Dar el desquite era la ley. Lo  embargó  una  sombría  desesperación  y siguió jugando.

Rato después -años después, quizás-, otro de los jugadores también pensó en irse. Pero  había perdido, debía desquitarse. La rebelión vino de adentro esta vez. Una desesperación más negra que la de su compañero se apoderó de él, y siguió jugando.

Tal vez alguno llegó a preguntarse, con el tiempo, para qué jugaban, puesto que de un modo u otro estábales prohibido escapar, ya que si ganaban no podrían irse nunca, y si perdían tampoco podrían  irse nunca. Cuánto había durado aquello, si era así desde siempre y si siempre seguiría siendo así, y, en último término, si valdría la pena escapar, ya que lo más probable era que en cualquier otro sitio del mundo, o fuera de él, todos estuvieran haciendo, hubieran hecho y tornaran a hacer lo que ellos hacían.

Y prosiguiendo sus meditaciones, no es improbable que al pasear  la vista por las cuatro paredes del cuarto hayan llegado a la conclusión de que así debía ser un dado por dentro, de que aquel cuarto era un dado y alguien estaba jugando también con ellos.

General Mosconi, el gran visionario. R.J. Walsh. Leoplán (561). 15-12-57.

La revista  considera  tan  necesaria  como  imprescindible  una  reseña  de la vida del general Enrique Mosconi cuando va a cumplirse el cincuentenario de la creación de la industria  petrolera  en  Argentina,  un 13 de diciembre de 1907. A él se lo señala como el hombre del petróleo,

el organizador de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), el brillante administrador estatal. Cuando falleció,  un compañero de armas, cerró un breve recordatorio ante su tumba con estas palabras: “Enrique Mosconi figura en el cuadro de honor de los constructores de la nacionalidad”. Es bueno recuperar esta nota de Walsh sobre el insigne general de la nación, en momentos que nuestro país resiste su balcanización por parte de un gobierno entreguista y oligárquico. Ayer, como hoy y como siempre: “La Patria no se vende. Se defiende”.

Dos vocaciones

ENRIQUE Mosconi nace en Buenos Aires el 21 de febrero de 1877. Su padre, que se llama como él, es un ingeniero italiano que vino al país a construir ferrocarriles. Su madre, María Juana Canavery, tiene en su familia militares ilustres. Su hermano Ángel, teniente coronel, expedicionario del desierto. Su hermano Tomás Onésimo, capellán durante la Guerra del Paraguay, ascendido a teniente coronel en los campos ensangrentados de Curupaytí. En él se habrá inspirado el poeta Ricardo Gutiérrez para su composición “EL MISIONERO”… Estas dos vocaciones luchan desde temprano en él espíritu del chico. Ser militar como los tíos. Ser ingeniero como el padre. ¿Por cuál de las dos cosas se decidirá? Eventualmente, por las dos. Mas ahora lo que priva en él es el llamado de las armas.

El padre no quiere que le hablen de eso. Le gustaría que Enrique fuese médico. Pero el muchacho está terminando el segundo año del bachillerato en el viejo colegio San José. Quizá comprende que solo no podrá vencer la resistencia paterna. Entonces toma una decisión audaz, que anticipa la firmeza de su carácter. Sabe que el general Levalle ministro de Guerra, es amigo de su padre. Va a verlo, explica: él quiere ser militar. El ministro debió de sonreír al ver a aquel chico de catorce años que mostraba tanta decisión.

– Déjalo por mi cuenta – le dijo.

Y así convencen al padre. El 26 de mayo de 1891 el muchacho ingresa en el Colegio Militar, en el viejo edificio de Palermo, creado por Sarmiento. Una foto de la época muestra al joven cadete Enrique Mosconi de uniforme, con el casco prusiano que se usaba entonces.

En el Colegio Militar, Mosconi  conoce  a  quien  iba  a  ser  un  gran  amigo de toda su vida: Alonso  Baldrich,  que  también  llegaría  a  general  y tendría decidida intervención en la lucha por el petróleo nacional.

Pasarán tres años. Mosconi ha completado sus brillantes estudios. Va a ascender a subteniente, con diploma de honor y primer puesto entre veintidós aspirantes. El general Capdevila, director del Colegio Militar, despide a los cadetes que egresan. Pasa revista a la formación y luego les habla.

“Los hombres -les dice- no siempre marchan juntos por el camino de la vida, sino que se agrupan o dividen según las tendencias o la educación de cada uno”. Los que no tienen más anhelo que prosperar materialmente, no siguen la senda de los que por sobre todas las cosas

rinden culto al cumplimiento de su deber. “Aquellos a quienes sólo mueve el interés del dinero o del poder… no van por cierto del brazo con los que persiguen el ideal más levantado de servir a la patria.”

El dinero. Por las manos de aquel cadete de ávidos ojos azules pasará el dinero a raudales, el dinero de la más grande empresa industrial del país, y él lo cuidará hasta el último centavo, rendirá cuentas con minuciosidad casi fanática, ahorrará al fisco el equivalente de miles de millones en moneda actual. Y morirá pobre.

El poder. Aquel muchacho que ahora escucha con tanta atención, no sólo llevará el uniforme y las armas que son símbolo de poder, sino que estará al frente de un pequeño imperio industrial; a su orden surgirán las torres del petróleo, las destilerías, una flota; su voluntad doblegará la penetración de los trusts internacionales; miles de obreros y empleados obedecerán sus órdenes. Y del poder ejercido rendirá cuenta tan minuciosa como del dinero. Y morirá inválido.

Pero si el camino se divide -prosigue la voz austera del general Capdevila-, ¿cómo sabréis cuál elegir? “Escuchad: uno de ellos es fácil de reconocer, porque a su entrada se aglomera mucha gente”. El otro, el del deber, está cubierto de asperezas y en él se encuentran menos compañeros de viaje. Y sin embargo, hay que seguirlo.

¿Simple oratoria castrense? Mosconi conoce a su jefe y sabe a qué atenerse. Durante muchos años llevará consigo el texto de aquella “Última Orden” y la recordará con invariable fidelidad. Es como un programa de vida que se hubiera trazado.

El general Capdevila calla un momento. Su mirada adusta recorre aquellos rostros de juventud. Va a entregar los despachos.

– ¡Subteniente Mosconi!

El muchacho se adelanta a recibir su galón. Ya es oficial, pues, como el tío Ángel, como el heroico tío Tomás Onésimo. El nunca irá a la guerra. Pero un día lejano aún ganará lo que es una de nuestras más grandes batallas civiles.

El subteniente Enrique Mosconi no está satisfecho. Ha empezado a realizar una de las dos vertientes de su espíritu y de su tradición familiar. Ahora le falta la otra. No concibe la idea castrense desligada de la vida civil, y él demostrará hasta qué punto es posible armonizarlas. Se anota en los cursos de ingeniería de la Universidad de Buenos Aires.

Entretanto, presta servicios en el regimiento 7 de infantería. Con él, empieza a conocer el país: Rosario, Río Cuarto, Córdoba, Mercedes. Pocos hombres habrá que lo hayan recorrido tan extensamente como él al término de su vida.

En 1899, asciende a teniente primero, y aprovechando sus estudios universitarios lo mandan a Mendoza, para colaborar en el relevamiento topográfico y estadístico de la zona cordillerana.  Un  año  más  tarde, integra la comisión que estudia el ferrocarril estratégico del  Neuquén, desde Confluencia a Pino Hachado.

1903. En junio, Enrique Mosconi obtiene el título de ingeniero civil. En agosto, asciende a capitán. Tiene veintiséis años, y ya está equipado para las empresas con que sueña.

Sus jefes reconocen sus aptitudes y le confían las misiones que le permitirán ampliarlas. Con su flamante título, Mosconi se incorpora al

F. C. Central Norte e interviene como ingeniero de sección en el trazado de la línea férrea de Perico a Orán. Así va conociendo la gente, los materiales, la atmósfera en que deberá actuar.

Del extremo norte del país, lo mandan luego al extremo sur,  Río Gallegos, con una misión delicada: terminar un  cuartel  de  infantería que se está construyendo allí. Por esa época, 1904, el  Ministro  de Guerra llama a concurso para trazar los planos de dos cuarteles – Caballería e Infantería- para la guarnición de Buenos Aires. El capitán ingeniero se presenta al concurso y gana el primer premio.

Sus amigos festejan el triunfo con un banquete. Hay jefes y oficiales presentes. Pero Enrique Mosconi, aún en la euforia del éxito, no olvida los objetivos que mentalmente se ha trazado. Cuando le hacen hablar, su voz es severa, casi admonitora. Pero dice grandes verdades: “Si observo imperfecciones, debo expresarlas con la franqueza de que soy capaz”, aclara de antemano. Analiza la situación de la enseñanza universitaria y técnica en el país. Protesta contra la infecundidad, el conformismo, la rutina.

-No hay en la dirección superior de enseñanza -agrega- la idea de complementar desde el comienzo la preparación profesional del cuerpo de ingenieros civiles, que será  en  el  país  el  instrumento  más  poderoso de su progreso, regulando ríos, perforando montañas y reduciendo distancias por la locomotora y el riel…

De ahí, dice, vendrán las grandes obras hidráulicas, las perforaciones a través de los Andes, la navegación interna. Para eso necesitamos técnicos. Para eso es necesario becar en el extranjero a los diplomados

más capaces. Le duele, dice, que se dude de “nuestra capacidad hasta para las cosas pequeñas”.

Palabras revolucionarias en el momento en que fueron pronunciadas, cuando el país estaba en pleno estado pastoril. Palabras  actuales todavía. Pero su crítica no se limita al ámbito civil. También la tarea castrense le merece definiciones francas:

-No concibo tropa de zapadores sino abriendo caminos y construyendo polígonos; ni ferrocarrileros que no trabajen en su especialidad, ni telegrafistas que no entiendan líneas permanentes; ni pontoneros que no sepan construir los puentes de la paz como  los  puentes  de  la guerra.

Hay aplausos cuando termina Mosconi. Y muchos se quedan pensando…

“EL PORVENIR ESTA EN LA INDUSTRIA”

No ha terminado este año de 1904, tan  pleno de acontecimientos para él, cuando lo mandan a Europa para comprar la usina hidroeléctrica que a partir de entonces daría luz y fuerza a  las  instalaciones  del Campo de Mayo. De paso adquiere materiales para los cuarteles que se levantaron entre 1905 y 1910. Recorre Italia, Bélgica, Alemania. Infatigable, compara precios, materiales, condiciones de entrega. Más tarde, el Ministerio de Guerra lo felicitará “por el brillante desempeño de su comisión en Europa y por las economías realizadas en beneficio del erario”.

Está en Milán cuando se entera de una triste noticia.  En  un  tren, alguien le presta un diario con un telegrama de Buenos Aires anunciando el suicidio de su antiguo jefe, el general Capdevila.  La noticia afecta hondamente al joven capitán.

“Tenía por el general Capdevila un profundo respeto y un intenso cariño…”, escribe a un amigo. “Era un hombre fraternal y apasionado, trascendía de él el hálito de las grandes capacidades.” Y agrega: “Conmigo he traído la Última Orden que nos diera en el Colegio Militar al despedirme con el galón de subteniente.”

Aquellas palabras, definidoras de una vocación, para Mosconi tienen ahora un doble valor.

Tal vez en algún otro diario  le  llegue  una  noticia  pequeñita:  en Comodoro Rivadavia, República Argentina, el 13 de diciembre de 1907, se ha descubierto petróleo. ¿Presiente el mayor Mosconi -lo han

ascendido ese mismo año- la influencia que ese acontecimiento tendrá en su vida?

Por ahora completa su formación militar. Durante dos años se incorpora al ejército imperial alemán. Aprovecha su estancia en aquel país para obtener su diploma de ingeniero militar en la Academia Técnica de Prusia. Sucesivamente, hasta 1911, participa en las maniobras militares de los principales ejércitos europeos. Ese año vuelve al país. En 1012 es teniente coronel y tiene su primer mando de tropas: el G1, batallón de ingenieros, en Campo de Mayo. A sus órdenes hay un conscripto que un día comete una locura: “roba” un avión, cruza el río y desciende en Montevideo. Es el primer cruce aéreo del río. A Mosconi le toca prender la jineta de cabo en la casaca del conscripto Teodoro Fels.

En 1913 está  de  nuevo  en  Europa,  es  incorporado  como  teniente coronel al 3er. regimiento de la Guardia Imperial Alemana, y toma parte en las grandes maniobras que son  el  anticipo  de  la  guerra  que  se avecina, y que al fin estalla. (Un detalle curioso: Mosconi será ferviente francófilo). En diciembre de 1914 regresa al país.

En 1915 lo nombran subdirector de Arsenales de Guerra. Un año después, director del Arsenal Esteban de Luca. La experiencia que trae de las grandes manufacturas bélicas europeas es insustituible. Sería vana pretensión todo lo que hizo Mosconi en Arsenales: salvando las distancias, una obra tan importante como la que realizaría más tarde en la Aeronáutica y en YPF. Señalemos, sin embargo, que es por esa época cuando recorre el país estudiando las aplicaciones industriales de las maderas de nuestros bosques. Hubo quien hizo fortuna con esos estudios; él los cede desinteresadamente… Mosconi no piensa en su beneficio personal, piensa en el país. “El porvenir del país -repite con obstinación de iluminado- está en la industria”. Y agrega, cuando al ascender a coronel sus amigos le ofrecen una demostración:

-La independencia política que hiciera la generación de Mayo, no ha sido completada.

Existe una sola manera de completarla: industrializar.

LA QUINTA ARMA

Comienzos de 1920. Hace más de un año que ha terminado la guerra mundial. En ella han hecho su primera aparición como  elementos bélicos unos extraños pájaros mecánicos que todavía no son muy eficaces ni peligrosos, pero que progresan a grandes pasos: los aeroplanos militares.

En la Argentina, la aviación se encuentra casi en el mismo estado en que se encontraba cuando la “locura” de Teodoro Fels: un deporte peligroso y caballeresco, con sus primeros héroes y sus primeros mártires, pero nada más que un deporte. Es entonces cuando el coronel Enrique Mosconi es designado Director General de Aeronáutica del Ejército, repartición pequeña, pero que es potencialmente el actual ministerio de dicha arma.

Gran acierto. Porque Mosconi ve más lejos que muchos en ese terreno. Además, tiene la facultad de consustanciarse con su labor -cualquiera sea- y en poco tiempo lo vemos que se siente “hombre de la aeronáutica”. Habla con amor de la “quinta arma”, de “nuestra aviación militar y su flor y nata, la aviación de combate, que en breve tiempo quedará constituida”. Y traduce ese amor en hechos.

La misión que se propone y que cumple,  él  mismo  la  ha  expresado: formar personal aeronavegante y el auxiliar; proveer y en caso necesario “fabricar” el material de  vuelo;  crear  escuadrillas  especializadas; fomentar el ambiente aeronáutico en el país; y por  último,  dejar constituido el grupo N°1 de aviación militar, “la flor y nata de la quinta arma”, la aviación de combate.

Mosconi tiene una visión casi profética del porvenir aeronáutico.

-Existe certidumbre, señores -dice un día-, de que las guerras futuras serán ganadas por los que dominen los aires.

Casi veinte años tardarían los estados mayores de algunas potencias en convencerse de esto que anticipaba Mosconi en 1920.

Pero la aeronáutica civil es igualmente importante.

-Veo en la aviación civil -afirma- la grande y sólida reserva de la aviación militar. Cuanto más avancemos en el dominio  del  espacio, tanto más próspera  será la República y tanto más respetable la fuerza de la Nación.

En dos años ha puesto en vías de realización todos los proyectos que trajo a la aeronáutica. Cuando visita el país el “as” de la aviación francesa, René Fonck, tiene la satisfacción de mostrarle las piezas de aviones que ya se fabrican en los talleres del Palomar. Ha recorrido el país entero, creando conciencia aeronáutica, inaugurando campos de aterrizaje y aeroclubes, dictando conferencias, organizando los primeros raids de largo aliento, estudiando el trazado de las líneas estables.

Bien pudo decir entonces, al abandonar su cargo, que había sentado las bases de la quinta arma.

UN MENUDO EPISODIO. RAIZ DE UNA GRAN PASIÓN

Es en esa época cuando ocurre un incidente ya célebre. En agosto de 1922 está por concluir el año militar, y el coronel Mosconi ordena la realización de maniobras que incluían raids aéreos a diversas provincias alejadas. El país no produce aeronafta (ni siquiera nafta común) y es preciso comprarla. El proveedor habitual es la West India Oil Co., dependiente de la Standard Oil, el gigantesco monopolio norteamericano ya introducido en el país. Un oficial de administración lleva la orden de compra a la WICO. Le contestan:

-Si no pagan adelantado, no hay nafta.

El oficial, atónito, señala que la aeronáutica es dependencia del Ejército y se supone que el Ejército goza de crédito dentro del propio país.

-No hay nafta – le repiten.

Mosconi se pone furioso cuando se entera de la novedad. “Sorprendido me pregunté: ¿y si en lugar de tratarse de un simple raid de entrenamiento se debiera cumplir la orden de atacar a una escuadra enemiga que desde la rada amenazara con sus cañones la ciudad de Buenos Aires?, o bien, ¿si se debería realizar con toda urgencia  un ataque aéreo contra una formación enemiga que pusiera en peligro la Capital Federal, qué haríamos en tal circunstancia en que, por la torpe acción de un comerciante, nos veíamos impedidos de hacer levantar vuelo a nuestras máquinas por carecer de combustibles para ello? Esta reflexión mordió mi espíritu.”

Mosconi no es hombre de titubeos. Toma el toro por las astas. Acude a la oficina central de la WICO y se introduce en el despacho del gerente, “un señor relativamente joven”, diría más tarde, “cuya opulenta prestancia rubricaba un cigarro de dimensiones extraordinarias”. Y va derecho al grano. ¿Es exacto que la WICO no quiere vender nafta al ejército, salvo que se le pague por adelantado?

-Sí, señor, es exacto -responde el gerente-. Es la costumbre de la compañía.

-Advierta -le dijo Mosconi- que el Servicio Aeronáutico del Ejército no debe un solo centavo a su compañía, que se trata  de  una  repartición militar solvente y dependiente del Ministerio de Guerra, y que por lo

tanto no sólo me sorprende su exigencia, sino que la considero impertinente y no la acepto.

Es probable que el gerente haya sonreído para sus adentros. ¿Con qué fuerzas contaba aquel coronel de un país subdesarrollado para oponerse a la voluntad de la Standard Oil? Y en realidad, Mosconi sólo contaba con la fuerza de su decisión y de su espíritu.

-Me guardé muchas cosas por cortesía -dijo más tarde-. Pero allí, en ese mismo escritorio, me propuse, juramentándome conmigo mismo, cooperar por todos los medios legales a romper los trusts-

Si le hubieran preguntado cómo iba a realizar esa empresa quimérica, probablemente no hubiera sabido qué  responder.  Pero  el  6  de  octubre de ese año, el diario “La Nación” publica un artículo altamente elogioso para la obra que con muy escasos recursos está realizando Mosconi en el Palomar. El Ministro de Agricultura, doctor Le Breton, lee el artículo. El flamante presidente Alvear lee el artículo. Lo comentan entre ellos. Mosconi… No lo conocen. Y sin embargo…

-¿No será ése el hombre que necesitamos en el petróleo?

Era justamente el hombre. El 19 de octubre de 1922, el coronel Enrique Mosconi es designado director general de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales.

No sabía la WICO  el  enemigo  que  se  había  echado  encima.  El  gerente del gran cigarro había cometido el error más garrafal de su vida.

MANO DE HIERRO

¿Qué era YPF aquel día de fines de 1922 en que  el coronel  Mosconi entró en el viejo edificio de Balcarce 278 para tomar posesión de su cargo? Materialmente, era un yacimiento en Comodoro Rivadavia, un depósito en Dársena Sur, una oficina central en Buenos Aires, y cuatro buques petroleros. Espiritualmente, era una empresa desarticulada, corroída por la burocracia y la lentitud, ya casi deficitaria, que se limitaba a extraer el petróleo crudo de Comodoro y venderlo a cualquier precio en estado natural, sin refinar. Era una típica oficina pública de la época, donde se trabajaba a la buena de Dios, a veces con entusiasmo, pero sin normas definidas ni visión de futuro.

En su libro “El petróleo argentino”, Mosconi no desestima lo que otros hicieron antes. Lejos de eso, reconoce justicieramente la obra de hombres como el ingeniero Huergo, el gran artífice del Sur argentino, y de los sucesivos gobiernos que, empezando por el de Figueroa Alcorta,

con patriótico criterio habían ido reservando a favor  del  Estado  zonas cada vez mayores de Comodoro. Pero todo eso había sido una política de conservación y previsión. Ahora faltaba la otra etapa: el desarrollo  en escala industrial.

Lo primero que comprueba Mosconi es el increíble desorden y atraso que reinan en la contabilidad de la empresa. Pone plazo fijo para normalizarla. Y entonces llega la primera comprobación desagradable: YPF tendrá ese año un déficit de 2.200.000 pesos. En  efectivo,  sólo había 90.000 pesos, y existían compromisos urgentes por favor de casi 160.000.

¿Qué hacer? Mosconi no quiere acudir a las arcas fiscales en busca de ayuda. Entonces se resuelve por las medidas heroicas: disminuir los gastos, incrementar la producción, reducir el personal, rebajar los sueldos, aumentar las horas de trabajo, castigar con descuentos el mínimo incumplimiento de horario, imponer una disciplina inflexible.

Las primeras medidas de Mosconi tienen un efecto fulminante. Dos meses y días después de asumir el cargo, puede anunciar  al ministro que el déficit previsto no se materializó, sino que hay un importante superávit. Parece magia, pero es sana administración.

Diversas reparticiones del Estado adeudan dinero a YPF y no pagan desde hace años. Mosconi les aprieta las clavijas. Solicita, parlamenta, exige. Si es necesario, inicia interminables litigaciones. Pero cobra.

En diciembre de 1922 viaja a Comodoro y comprueba el bajo rendimiento de los pozos. Observa también la “falta de espíritu administrativo en el personal técnico, el cual se  consideraba  sin ninguna relación, con entera independencia, en lo que al servicio administrativo se refería, y procedía en la ejecución de su trabajo o en el desarrollo de sus funciones sin la menor preocupación respecto a los precios de los jornales y materiales que se invirtieran, permaneciendo completamente ajeno al costo de los elementos que producían”. Agregará más tarde: “Era ésta una deficiencia de nuestro personal técnico en general que derivaba de defectos de enseñanza de nuestra facultad de Ingeniería donde al futuro ingeniero no se le daban normas administrativas y no se le hacía comprender que la verdadera función del técnico no es sólo producir, sino hacerlo al más bajo costo.”

Mosconi decreta cesantías. Suprime los domingos y feriados.  A  todas partes lleva su espíritu indomable. Y en poco tiempo el yacimiento está produciendo más, más barato y con menos personal.

Y sin embargo, Mosconi no es insensible al bienestar de sus empleados y obreros, sino todo lo contrario. Tiene una visión, muy amplia para la época, de la justicia social. Pero, como siempre, es una visión práctica, realista. “No pudieron mejorar la situación pecuniaria por un simple aumento de sueldos -dice- era menester aumentar el valor adquisitivo… tratando de reducir en todo lo posible el costo y los precios de venta de los artículos de primera necesidad.” Comodoro era una especie de Far West, donde se especulaba del modo más desenfrenado. Mosconi termina con eso de un golpe: crea una cooperativa de empleados y obreros, y los precios de los artículos son ahora más bajos que en el resto del país. Todavía se especula con el pan, que llega a precios inverosímiles. Mosconi hace construir una panadería y desaparecen los aprovechadores. Un gran hospital, barrios de viviendas, una iglesia, la escuela más grande del sur patagónico, club y campos de deportes, todo eso va surgiendo en el remoto Comodoro durante la administración del coronel Mosconi.

LA DESTILERÍA, UN SUEÑO

Articulado el mecanismo administrativo y tonificado el espíritu  del personal (ya vuelven los primeros técnicos que mandó a perfeccionarse a los Estados Unidos), es necesario  ir  más  lejos.  Para  eso  hay  que recurrir a  la  técnica.  En  1922  todas  las  instalaciones  de  Comodoro están accionadas a vapor. Mosconi sabe que es necesario electrificar el yacimiento, porque con ello se ahorrará personal, se  disminuirán  los costos y se  economizará  el  agua,  que  tanto  escasea  en  la  región. Dispone construir  una  gran  usina  que  estará  funcionando  en  1926  y que dará economías anuales por valor de tres  millones  de  pesos  de aquella época.

Pero todavía queda un gran problema, tan grande que nadie pensó que pudiera resolverlo el  militar-ingeniero. El país producía petróleo pero no lo elaboraba. Lo vendía crudo a las compañías extranjeras o a los buques de la Armada. De ese modo se perdían muchos millones. Ya en febrero de 1923, el director de YPF informa al ministro de Agricultura: “lo que resulta urgente es la adquisición y montaje de una planta de “topping” para tratar toda la producción fiscal, pues en la venta de nafta y kerosene obtendremos el cuantioso y verdadero beneficio de la explotación”.

Había que levantar una destilería. ¿Un sueño? Los sueños de Mosconi tuvieron la virtud de convertirse en inmediata realidad. En mayo del mismo año 1923, se llama a concurso público a las empresas interesadas en construir en La Plata una destilería con capacidad para

elaborar 2.000 toneladas diarias de petróleo crudo de Comodoro Rivadavia, y que incluyera el “topping” o destilación primaria del petróleo crudo; el “cracking” o destilación secundaria del gas-oil o kerosene pesado, y la elaboración de lubricantes. En agosto se abren las propuestas de diez firmas. Se acepta la de Bethlehem Steel Co., norteamericana. En noviembre de 1923 se firma el convenio preliminar, en diciembre lo aprueba el P. E. Un año después se firma el convenio definitivo. “Con esto -diría Mosconi- el proyecto de construcción de la destilería de La Plata se ponía en marcha, para construir el más sólido pilar de la nueva organización. Este fue un toque de alarma para los trusts que hasta entonces dominaban nuestro mercado, y ese toque de alarma indicó la movilización de todas las resistencias y obstáculos que la proyectada destilería había de encontrar en su camino, obstáculos que fueron fuertes y tenaces…, pero la Dirección de YPF los abatió y destruyó a medida que se presentaban.”

El gobierno emite letras de Tesorería para financiar las obras: 24 millones. Pero nadie las compra. No hay conciencia petrolera en el país. El proyecto está a punto de naufragar. Es entonces cuando el vocal de la Comisión Administradora de YPF, doctor Carlos Madariaga, tiene un gesto espléndido: garantiza con su fortuna particular todas las inversiones. La destilería se hace.

El 14 de enero de 1925 comienzan los trabajos. La Bethlehem cumple religiosamente los plazos, y Mosconi, que combate a los monopolios extranjeros, pero que no es un xenófobo ni mucho menos, se complace en destacarlo. El 23 de diciembre de 1925 se elaboran en La Plata los primeros litros de nafta fiscal. Es un  gran  día  para  el  país.  La monumental obra está casi terminada a once meses de su iniciación.

Ya hay nafta argentina para los automóviles y los aviones del país.

LA GRAN BATALLA

Durante su gestión al frente de YPF, Mosconi debe luchar  en  tres frentes. El primero es interno -poner de pie al organismo fiscal-, y en él triunfa plenamente. El segundo es político. Se trata de dar al país una legislación del petróleo, y esto no lo consigue porque el  Senado, opositor, rechaza sistemáticamente cuanta tentativa se hace al respecto. “No hay nada más fácil que dictar leyes de petróleo… cuando no hay petróleo”, diría Mosconi con sarcasmo. El tercer frente es internacional: la competencia con los grandes trusts del petróleo, la Standard Oil y la Royal Dutch, que han obtenido concesiones en el país, dominan el mercado y regulan los precios.

La estrategia de Mosconi, en este campo particular, es una verdadera lección.  Sabe  dominar  sus  impulsos,  contemporizar  y  negociar  hasta que llegue el momento. Por eso empieza aumentando la producción de petróleo crudo. Luego va a la elaboración del producto pero deja la comercialización a  cargo  de  una  empresa  particular,  la  Auger,  porque no puede afrontar todavía una lucha de tarifas con los dos grandes monopolios que poseyendo los recursos ilimitados, son capaces de implantar en cualquier momento  el  “dumping”  de  la  nafta  y  borrar  a YPF de la competencia.

Entretanto, se propone aumentar la producción fiscal de nafta mediante el “cracking” del fuel-oil. Es otra vez la Bethlehem la encargada de construir en la misma destilería de La Plata una planta con capacidad para “craquear” 1.800 metros cúbicos diarios de fuel-oil y 360 metros cúbicos de gas-oil. En junio de 1928 se firma contrato y en febrero de 1929 la planta está funcionando.

Ahora la producción fiscal de nafta y kerosene  aumenta  al  doble  y Mosconi puede por fin cumplir su juramento: romper  los  trusts, apoderarse del mercado y regular las tarifas. En mayo de 1929, YPF se hace cargo de la comercialización de sus propios productos.

En ese momento los precios de la nafta eran dictados directamente por las firmas extranjeras. Eran precios regionales, distintos en las diversas zonas del país, sujetos al capricho y la arbitrariedad. Pero además eran precios excesivos. El país estaba pagando por la nafta más de lo que valía.

Es casi teatral la forma en que Mosconi concluye los preparativos de la gran batalla. Un día de julio de 1929 llama a un jefe de la repartición y le pide los últimos datos sobre costos, importaciones, producción, transportes, consumos y precios de la nafta en el país. El jefe se los trae y pregunta:

-¿Se puede saber para qué son, señor?

-Por el momento -responde el director de YPF- sólo lo podemos saber el presidente de la República y yo.

Pasan varios días. Mosconi llama a un alto empleado y le ordena preparar telegramas en blanco dirigidos a todas las agencias de YPF en el país. El alto empleado vuelve al día siguiente con la orden cumplida.

-Esta tarde -dice Mosconi- le daré el texto de la comunicación.

Es un sábado. A pesar del feriado vespertino, todo el personal recibe orden de trabajar esa tarde. Hay febril actividad en el edificio. Por fin se conoce el texto del telegrama que va a llenar todos los formularios en blanco y ser despachado a los cuatro rincones del país: A PARTIR DÍA PRIMERO  DE  AGOSTO  SE  REBAJA  EN  DOS  CENTAVOS  EL  PRECIO DE LA NAFTA EN TODO EL PAÍS.

El texto parece inofensivo. Es una bomba.

¿Qué había pasado? Muy sencillo. La nafta se estaba vendiendo a veintiséis centavos y medio el litro. Pero ese precio era dictado por las compañías extranjeras. Y he aquí que de pronto YPF baja el precio de su nafta, como si se sintiera dueña del mercado. ¿Se habrá vuelto loco “el gringo” Mosconi?

En todo caso había método en su locura. La guerra de tarifas estaba declarada. El problema era que harían ahora la Standard y la Shell. Si no aceptaban la rebaja y mantenían sus propios precios perderían el mercado porque una diferencia de dos centavos era importante en aquella época. Si retiraban sus productos para provocar escasez, Mosconi tenía proyectado instalar nuevas destilerías y desalojarlas definitivamente. No les quedó más remedio que plegarse, aunque a regañadientes, a la nueva situación.

El hecho es de importancia decisiva. No en vano el general Mosconi, al publicar su libro “El petróleo argentino” lo subtituló “y la ruptura de los trusts petroleros el 1° de agosto de 1929”.

En noviembre del mismo año, se descarga un nuevo golpe: otra rebaja de dos centavos. Y en febrero de 1930, una tercera rebaja de dos centavos y medio. El precio de la nafta en todo el país fijado en 20 centavos el litro.

Ahora es YPF quien regula el mercado.

LA OBRA

Es escaso el espacio para reseñar lo que en materia de petróleo se hace entre 1922 y 1930. Unas pocas cifras darán idea más  adecuada.  En 1922 se producen en el país 350.000 metros cúbicos de petróleo fiscal. En 1929 esa cifra asciende a 870.000 metros cúbicos. En 1922 hay una sola planta de almacenaje y distribución, la de Dársena Sur, en Buenos Aires. En 1930 se han agregado a ella la de Plazoleta Brasil, La Plata, Concepción del Uruguay, Santa Fe, Mar del Plata, Rosario, Ingeniero White. En 1922 la flora petrolera tiene 21.500 toneladas. En 1930,

50.000 toneladas.

Todo se ha multiplicado por dos o por tres. Y a ello debe sumarse el edificio propio de YPF en Paseo Colón. Y la destilería que  en  1928 estaba elaborando 785.000 toneladas de petróleo crudo. Y el yacimiento de Plaza Huincul, incorporado a la repartición. Y el de Salta, explorado a partir de 1928. Y los centenares de surtidores de YPF que han brotado como hongos a lo largo de todos los caminos del país.

Es entonces cuando se produce la revolución de 1930. Es habitual decir que derrocó al presidente Yrigoyen. Pero cada vez crece más la convicción de que el gran derrocado aquel 6 de septiembre fue el general ingeniero Enrique Mosconi.

LOS ÚLTIMOS AÑOS

Mosconi es arrestado, calumniado, desterrado. De esa dura prueba su imagen ha de salir más limpia que nunca. Viaja a Europa. En Italia retorna a uno de los grandes amores de su juventud, la aviación, la quinta arma. Estudia cómo está organizada allí, y cuando vuelve presenta un minucioso informe. No puede olvidar, en las peores circunstancias, el servicio de su país.

Regresa a fines de 1932. El presidente Justo lo nombre -¡oh, ironía!- director de tiro y gimnasia… Él acepta ese menudo cargo con su austeridad habitual. No ha terminado de responder a las tarjetas de saludo cuando un ataque de apoplejía lo derriba.

En un sillón de inválido pasa la mayor parte de los días que le quedan. Contempla con amargura cómo se empieza a minar todo lo que él construyó con tanto cariño. Este anciano que parece abarcar toda la Patria con sus ojos fijos es el Convidado de Piedra de aquella década marcada por el fraude y los negociados. Tal vez recuerda las palabras del general Capdevila cuando le puso el galón de  subteniente,  un remoto día, en el viejo Colegio Militar: “Un día llegaréis a la cumbre de una montaña siempre bañada por las claridades del sol: es el término del viaje, al que se llega con los cabellos blancos a recibir la verdadera compensación a todos los sinsabores de la vida, la gran recompensa con que la patria premia a sus hijos; el consuelo varonil de haberla amado sobre todas las cosas y de haberla servido con todas vuestras energías”.

Sus  antiguos  empleados  acuden  a  veces  a  verlo.  Le  recuerdan anécdotas suyas. Aquella vez que un geólogo, en Comodoro, hablaba de sinclinales y estratos y perfiles y fracturas  para  terminar  el emplazamiento de un pozo. Y él  agarró  una  piedra  y  dijo,  tirándola  al aire

-Dónde caiga la piedra haremos el pozo.

Y el pozo dio petróleo a chorros. El anciano se ríe. O aquella otra vez en que había que terminar el montaje de la planta deshidratadora y él le preguntó al técnico encargado:

-¿Cuánto tiempo piensan tardar?

-Treinta días, señor.

-¿Tres días, dijo? Perfecto. Lo felicito.

Y en tres días estuvo montada la planta, porque todos sabían quién era Mosconi.

Pero las mañanas y las tardes son largas en esta invalidez y hay que hacer algo. Las hermanas lo atienden y lo cuidan  -él  nunca se casó-, pero no puede estar sin hacer algo. Entonces dicta las páginas de un libro magistral: “El petróleo argentino”. Allí está relatada toda la epopeya de YPF. Y luego publica otro libro, y está preparando dos o tres más, pero la muerte no le da tiempo. Se lo lleva el 4 de junio de 1940.

Hubo discursos y homenajes ante su tumba. Las palabras doloridas de Baldrich, su hermano de pasión: “Algún derecho confieren 50 años de compañerismo y amistad para alzar la voz en este acto… El  olvidado general Mosconi, tan cruel y adversamente tratado por el destino y los hombres y cuya muerte deploramos como patriotas y lloramos como amigos… nunca tuvo una queja por los injustos olvidos y menguados silencios de su nombre…”

Hay amigos en su cortejo y otros que lo combatieron. Hay largas necrologías en los diarios. Pero el mejor tributo que yo he visto está en una hojita amarillenta por los años, un diarito del Sur patagónico, de Comodoro Rivadavia: “Ha muerto el general Enrique Mosconi. Nosotros lo vimos llegar hace ya muchos años a esta desolada zona de uno de los puntos del horizonte… y luego aquello se fue transformando. Torres, un bosque de torres. Ríos de petróleo. Caminos. Casas. Barrios. Y método, disciplina, orden. Ha muerto el general Enrique Mosconi. Cada torre de YPF debería hoy estar enlutada”.

Hablaron de teatro. (Reportaje de Pirí Lugones en cuatro escenas. Hablaron de teatro. Cossa, Rozenmacher y Walsh). Tiempos Modernos (3). Julio 1965.

A los tres reporteados (Roberto Cossa, Germán Rozenmacher, Rodolfo Walsh) se los reconoce como parte de la “irrupción  tumultuosa  y vertical de una generación de autores signada por la autenticidad y el talento dramático” para luego agregar “primeras experiencias las de todos ellos, pero que hablan ya de una incuestionable responsabilidad intelectual y humana y, más aun, de una capacidad creadora que sabe aunar, irreprochablemente, la preocupación por su país y el mundo con la otra, la expresiva, la estética”.

Hablaron de teatro

Cossa, Rozenmacher y Walsh

Escena I

La escena se desarrolla en la casa de la periodista. Un living que no puede ocultar un dormitorio. Sillas, mesas, un afiche en la pared, cierto desorden, en el suelo, un grabador enchufado.

Están sentados en círculo. PERIODISTA

ROBERTO M. COSSA, 30 años, autor de “Nuestro fin de semana”. RODOLFO J. WALSH, 38 años, autor de “La granada”.

GERMÁN   ROZENMACHER,   29   años,   autor   de       “Réquiem para un viernes a la noche”

CHANA, mujer de Rozenmacher, joven y bonita.

Antes de comenzar la escena se oyen confusas voces en  donde  se mezcla al ruido de hielo y vasos, palabras sueltas y superpuestas: Santo Domingo, Caamaño, turros, yanquis, etc.

PER. – El reportaje que les voy a hacer es para “Tiempos Modernos”, la que era “El Grillo de Papel”. La primera pregunta -aunque tengo  pocas ganas de trabajar, y voy a dejar que ustedes conversen- es “¿Para qué y por qué hacen teatro?”… (Mirando el artefacto:)

A ver, esperá a ver si graba…

COSSA. – Sí, está grabando. Si se mueve ahí, es que está grabando…

PER. – Bueno, Cossa, aparte de tu experiencia, breve, como actor y crítico literario, ¿cómo te pusiste a escribir “Nuestro fin de semana”?

COSSA. – Empecé a armar diálogos, quería escribir una  obra  en  un acto. Lo hacía un poco espontáneamente porque me gustaba dialogar…

WALSH. – Esa debe ser una experiencia común…  Además  es  una pregunta que siempre te hacen. (Fastidiado.) ¿Y qué sé yo por qué?

PER. (agarrándose a la única pregunta que se le ocurrió) – Pero Yo pregunto por qué eligieron la forma teatral, y no el cuento, el poema…

COSSA. – Poema es difícil que uno no haya escrito, cuento yo había intentado. Uno se pone a narrar una carilla y después la rompe. Vos llegás al teatro porque el diálogo te carbura, te resulta fácil es una expresión directa en uno. Además yo vengo de una familia de actores…

PER. – Y antes del teatro, ¿qué hacías? COSSA. – Nací.

PER. – ¿Y así de chiquito empezaste?

COSSA. – No, tuve una “infancia muy dura”. (Lo dice en chiste y todos ríen).

PER. – Vamos a dejarlo, lo de la infancia dura, vamos a dejarlo entre comillas, para eso hay un grabador acá…

COSSA. – Antes hacía lo de siempre, un primer año en alguna facultad como todos nosotros…

WALSH. – ¿En cuál, che? COSSA. – Medicina.

WALSH. – Yo hice Filosofía en La Plata. PER. – ¿Vos, Germán?

COSSA. – No, Germán es el único que rompe aquí con el…

ROZENMACHER. – Yo estoy terminando, gracias a Chana, Letras. Me faltan 5 materias…

CHANA. – Le damos al latín hasta las cuatro de la mañana.

ROZENMACHER. – Dejé Derecho, con gran drama  de  mis  viejos. Empecé a hacer lo que quería, estudiar y ponerme a escribir.

WALSH. – ¿Tu vieja quería que fueras abogado? ROZENMACHER. – Sí… bueno, quería… WALSH. – Que fueras alguien.

CHANA. – ¡Un doctor!

ROZENMACHER. – Sí, claro, como todos los padres… COSSA. – “Alguien”. Pero que aparte ganara plata.

PER. – ¿Ya lo logró tu padre, no?

ROZENMACHER. – ¡Nooo!

WALSH. – ¿No está satisfecho?

ROZENMACHER. – No, él creía que esto era una especie de escalafón. Uno escribía una obra… Me decía: “Ahora vas a hacer otra, y después otra, y te vas a comprar un coche…”

COSSA. – Bueno, es la opinión de Mottura, en alguna medida, ¿no?

ROZENMACHER.  –  Cuando  le  expliqué  que  la  cosa  era  más  ambigua, que no había ninguna garantía de que a uno le fuera bien o mal, independientemente de la calidad de  la  obra,  se  quedó  pensando: “¿Dónde está la manija de la pelota ésta, para qué sirve todo esto?”

PER. – Este es el punto de vista de tu papá, pero por qué ustedes tres… ROZENMACHER. – No sólo de mi papá… sino de…

PER. – Bueno, de tu papá, de Mottura, en fin… (Risas generales.) WALSH (Conderosamente). – ¿Quién es Mottura?

ROZENMACHER. – ¿Contamos la anécdota, Cossa? COSSA. – Bueno, Mottura tiene dos anécdotas, una sobre…

ROZENMACHER. – (interrumpe, se levanta). – ¡No, no, no! ¡No la contés que va a salir!

COSSA. -Yo se la cuento igual…

ROZENMACHER. – ¡Ay! ¡Qué huevón! ¡Vos no la conocés! (A periodista.)

¿Si la ponés te saco en la revista ASÍ, en la tapa, con los cadáveres! (Risas.)

COSSA. – Bueno, no creo que Mottura dirija una obra nuestra nunca, y segundo espero que la publiquen pero que lo haga  en  un  diálogo salpicado, entonces nos comprometemos los tres.

PER. – Yo te pongo los cómplices, no te preocupes.

WALSH. – A mí me contaron que fue a ver una obra, ¿no era la tuya? , y dijo: “Muy bien, muy lindo, muy intelikente, pero no entendí un karako!

COSSA. – No, conmigo no fue. A mí fue  a  verlo  a  Gené  y  le  dijo:  “Muy linda la obra, muy lindo tu trabajo. Gené. La obra stá muy bien, é muy verdadera, tan verdadera, ¿eh?, ma tan verdadera que me rompió  la pelota!” (Risas de todos.)

Y a Rozenmacher le dijo…

PER. – No, que lo diga Rozenmacher.

ROZENMACHER. – Bueno, va a ser una contribución a la mitología del teatro argentino, no a Mottura director. Me presentó Gutiérrez. “Ah, é muy buena su obra”, me dijo, “sí, muy buena é  muy  fluida,  questa pluma fáchile que usted tiene. E dígame ¿per ché se quedó en la casa del muchacho? Per qué no va a la casa de la chica, e toda la familia de la chica, questa casa. Claro, questo é un tema que Carolina Invernizzio ha tratado ya, pero tratarlo ahora con mucha altura, con questa prosa fáchile, siga, siga”.

PER. – Eso es la fama ¿no?

Escena II

Se han servido algunos Whiskies, algunos cafés, se han fumado muchos cigarrillos. La periodista se dejó llevar por la gracia de la anécdota y ha olvidado su función o la ha relegado al  grabador. Entonces Walsh se acuerda de su oficio de periodista y empieza a conducir el reportaje.

WALSH. – Yo insisto en preguntarle a Germán en qué medida es autobiográfico el Réquiem.

ROZENMACHER. – Bueno, es más autobiográfico que lo de Cossa, y no hablo de tu obra. Pero lo es en la medida en que todas las buenas obras que hacemos son autobiográficas… Es la única seguridad que tenemos del mundo que nos rodea, es el testimonio de lo verificable, cuando no queremos macanear, hacer “literatura”. Se impone como método de trabajo, como forma de ir hacia la realidad, sin influencias, que es lo más tramposo. La autobiografía es la única manera de comenzar a abrir nuestra realidad, de ir probando hasta ver adónde se llega.

PER. – En vos,  Cossa,  el  sentido  de  lo  autobiográfico  es  el  de  lo conocido, ¿no?

COSSA. -Sí… ROZENMACHER. – En él…

PER. – Tus parlamentos son muy largos, Germán, dejalo…

ROZENMACHER (en broma). – Los parlamentos de  Walsh  también  son muy largos y Potenze se lo hizo notar. (Ríen todos.)

PER. – ¡Mattura y Potenze en un mismo reportaje, me niego!

COSSA. – Yo creo  que hay cosas  de  las que  no escapamos  ninguno, no lo digo como defensa ni calificación de la obra. Creo que hay una constante que nos pertenece a todos; el aburrimiento, la incomunicación. El clima de “Nuestro fin de semana” no es autobiográfico pero sí observado.

WALSH. – ¿Y qué es lo que te lleva a escuchar  a  esa  gente?  ¿Cómo podés acercarte a la monotonía con tanta paciencia?

COSSA. – Es una pregunta que no me han hecho  antes  ni  me  la  he hecho yo mismo.

WALSH. – Es decís, ¿vos amás a esa gente?

COSSA. – Sí. A mí no me deprimen. Cuando  sufren,  me  duele.  Yo prefiero escucharlos, y no darles cosas mías.

WALSH. -¿Hay una tesis, aunque sea implícita,  de  que  esa gente  está así por situación social?

COSSA. – Yo no me lo planteo, pero creo que sí. Son tipos generalmente clase media, gente pequeño-burguesa, cuyas salidas en esta construcción social son imposibles

WALSH. – ¿El factor opresivo esencial sería una sociedad de masas?

COSSA. – No, una sociedad netamente capitalista donde el hombre vive junto a otros seis millones, pero no se comunica nunca con el hombre de al lado.

Escena III

PER. – Se ha hablado mucho de la “renovación” del teatro argentino que los incluye a ustedes y a De Cecco. ¿Ustedes qué opinan?

COSSA. – Creo, y lo dije ya en un reportaje, que no se puede hablar de renovación con sólo tres obras de autores nuevos, tres primeras obras. Para eso haría falta toda una corriente dramática. Hasta tanto creo que son coincidencias, nada más.

ROZENMACHER. – Fijate que los críticos, que se supone deben estar informados, no mencionan a Halac, en esa renovación. Y “Soledad para cuatro”, es del 60 o el 61. Pero esto es una de las características de nuestra sociedad subdesarrollada clase A: la necesidad desesperada

que sentimos por tener un Cine o una Dramaturgia. Debemos tener mucho cuidado en no inventar. Lo menos que podemos tener es mucha lucidez y mucha modestia para calificar, para tipificar. (Hace un gesto buscando un cigarrillo).

PER. – Acá hay, ¿querés? (Rozenmacher enciende)

Escena IV

WALSH. – … En la temática forzosamente se deben abarcar los meridianos de interés…

COSSA. – …pero ¿cómo?

WALSH. – …el dinero, la política, el poder, el amor, no sé si hay otros… la vida cotidiana…

COSSA. – En realidad, esa es la temática universal. Importa cómo la tenemos que dar nosotros.

WALSH. – Teniendo en cuenta el tipo de país que somos; semidependiente, en donde el escritor tiene, además de la función de creación artística o de placer estético, que no puede renunciar, otra función, que es la del hombre de lucha. A esta altura de las cosas ya no se puede ser un mero esteta. Creo que el último escritor de derecha de Latinoamérica ha muerto, o tiene 70 años…

COSSA. _ O es Borges… WALSH. – que tiene 66.

ROZENMACHER. – La necesidad de comunicación que decís vos es cierta, pero el peligro existe en hacer populismo.

WALSH. – … el peligro consiste en renunciar a la que de todas maneras sigue siendo…

ROZENMACHER. – … no ser artista ¿no?

WALSH. – ¡Claaaro! De ninguna manera una actitud de lucha implica descender a una mera actitud de propagandista callejero y renunciar a lo que es arte.

ROZENMACHER, – Ese es un peligro, el otro es que uno empieza solo. Arlt, Payró, Sánchez, empiezan solos. En  cuanto  a  lograr la  creación del mundo artístico de uno y hablar de cosas que a uno le permitan

actuar como escritor militante, sin hacer panfleto, es un laburo de la gran…

PER. – Ustedes dirían que están influidos respectivamente por…

COSSA (murmura). – ¡Por tanta gente! (fuerte.) A uno le es difícil observar las influencias. A veces son gustos. A mí un autor que me tocó mucho, es Miller.

WALSH. – A mí también me interesa fundamentalmente Miller. Me parece el más grande autor de teatro. …

ROZENMACHER. – … contemporáneo.

WALSH. – … contemporáneo y hay que remontarse muy atrás para encontrar.

COSSA. – Ahora ¿por qué tal o cuál debe ser la temática nuestra? (A Walsh). Vos has agarrado un tema en “La granada” que es inexplicable que los autores argentinos no hayan tocado antes, y lo hiciste por el único camino que se me ocurre que se podía hacer, que es por el lado de la farsa.

WALSH. – Bueno, la necesidad de tocar el tema me parece ineludible en la medida en que el Ejército viene influyendo permanentemente en la política de nuestros países desde hace 150 años. Tratarlo en farsa es la manera más “presentable” de tratarlo. La conciencia de que es un tema fundamental se está despertando en todas partes al mismo tiempo. Hay cuentos de Viñas anteriores  a  mi  obra,  o  “La  Ciudad  y  los  Perros”, donde se realiza una embestida contra la institución militar, que para decirlo de una vez y por todas es una institución que sobra en países miserables, donde la gente se muere de hambre y estamos manteniendo aparatos guerreros absurdos.

ROZENMACHER. – No es tan inexplicable que no se haya  tratado  el tema. Eso refleja la situación del intelectual de un país colonial, en la medida que no crea vitalmente cultura sino que la refleja y se limita a ser un acompañamiento orquestal y sólo cuando toma conciencia de su mal empieza a denunciarlo.

WALSH (a Cossa). – A mí, la descripción de esas vidas grises de empleados, en tu obra, me parece totalmente subversiva.

COSSA. – Sí, yo creo que no hay complicidad en eso. Pero le preguntaba por “La granada” porque creo que el tratamiento de la farsa es muy importante. El teatro argentino está un poco enfermo de trascendentalismo. Creo que el camino es un tratamiento mucho más

realista, más cotidiano. No porque yo defienda mi teatro.  Se  puede hacer así, como Germán, como vos. En alguna  medida  como  Halac, como De Cecco, pese a que él busca un trascendentalismo a través de la arquitectura de la tragedia griega.

WALSH. – Esto sería más el tratamiento que la temática.

COSSA. – Creo que la temática hace mucho a esto. Ionesco no es sólo un tratamiento, un estilo. Detrás hay un criterio, una temática, una ideología. Bueno, pienso que los argentinos tienen que ser anti-Ionesco.

WALSH. – Sí, totalmente de acuerdo. Yo me he manifestado aparentemente en contra del tratamiento realista porque en primera instancia a mí no me sale.

COSSA. – Pero tu obra es realista, ¿no?

WALSH. – Sí, en parte sí, pero introduzco por ahí sectores de irrealidad. El técnico en explosivos era irreal…

COSSA. – Claro, pero nadie sale pensando que no son los militares argentinos y en ese sentido vos reflejás una realidad nuestra.

ROZENMACHER. – Eso de Mao de las Cien Flores viene perfectamente bien. La única condición es que el espectador se vea reflejado.  La manera en que el autor logra crear la comunidad entre espectador y escenario, es cosa suya.

COSSA. -Sí, pero como constante el escritor tiene que  trabajar  de  una forma directa, reflejando una realidad nuestra permanente y vigente.

WALSH. – Sí, yo trato de evadirme a veces pero no puedo. La realidad argentina y la realidad latinoamericana pesan en mí de una forma abrumadora, ¿no? Mi primer tentación es buscar símbolos,  eso  te agarra los…

ROZENMACHER. – Yo creo que la vanguardia para nosotros es el realismo, dándole una amplitud total a la palabra realismo.

PER. – ¿Tienen algo más, muy importante que decir?… COSSA. – ¡Nunca!

PER. (señalando la cinta del grabador). Queda poca.

WALSH. – Podríamos aprovechar para decir algo sobre los hijos de… norteamericanos en la República Dominicana…

COSSA. – repudio…

ROZENMACHER. – voto de censura. PER. – No, ahí empezaron la grabación.

COSSA (con ironía). – Bueno, bueno, política no ¿eh?

TELÓN

Ongaro    hace    y    dice.    (Prólogo  de    Rodolfo   Walsh    al    libro compilación Ongaro hace y dice, de noviembre de 1969).

Raimundo Ongaro no solo fue un dirigente del gremio gráfico sino que fue bandera sindical durante la dictadura del militar de caballería golpista Juan Carlos Onganía. Ante una CGT que buscaba negociar, participar del gobierno y construir un peronismo sin Perón, Ongaro respondió a sus bases y se reunió con otros sindicatos que se rebelaban frente a la dictadura y creó así la CGT de los Argentinos. Su actitud combativa, sus discursos provocadores, su accionar comprometido, sus colaboraciones en distintos medios para dejar en claro la postura de los trabajadores explotados lo llevaron pronto a la cárcel. Desde allí siguió escribiendo y en 1969 la CGTA publicó una compilación de esas intervenciones, siendo Walsh el autor del Prólogo. Medio siglo después, esas palabras de elogio son tan grandes que ninguno de los dirigentes actuales, que deben salir a enfrentarse al  neoliberalismo  anárquico, está a la altura del inmenso Raimundo.

Ongaro hace y dice

De Rodolfo Walsh

“Todos los poderosos se van a unir contra nosotros. Es posible que intenten la formación de otro cuerpo. Es posible que vayan a los ministerios para decir que este Congreso es nulo. Tal vez no tengamos edificio, tal vez no tengamos personería, tal vez no tengamos esta poca libertad con que lo estamos desafiando todo… Pero este Secretariado y este Consejo Directivo, a la luz o en la clandestinidad, son las únicas y legítimas autoridades de la CGT, hasta que podamos reconquistar la libertad y la justicia social, y le sea devuelto al pueblo el ejercicio del poder”

La emoción que hace un año y medio dominó a todos los que asistimos al cierre del Congreso Normalizador de la CGT y que aplaudimos esas palabras de Raimundo Ongaro, es difícil de analizar. Sin duda  el delegado de Gráficos que acababa de ser elegido secretario general expresaba el sentimiento de muchos trabajadores, sin duda una elocuencia singular daba a esas palabras un relieve mayor del que se desprende de la letra impresa. Pero quizá lo que más nos impresionaba, sin saberlo, era la visión anticipada de los hechos que iban a sacudir, desgarrar y exaltar al movimiento obrero en la Argentina.

No habían transcurrido veinticuatro horas cuando los que se habían alejado del Congreso acudieron a los ministerios a impugnarlo. No habían transcurrido dos meses cuando formalizaban en Azopardo una CGT paralela. Pasaron quince meses, y la CGT intervenida,  ya  sin edificio ni personería, ingresaba a la clandestinidad. Junto a docentes de dirigentes, Raimundo Ongaro estaba preso.

Esos quince meses que presenciaron el total cumplimiento del vaticinio formulado el 29 de marzo de 1968, constituyen una de las etapas más extraordinarias en el desarrollo del movimiento obrero argentino. La consigna que la nueva CGT puso en práctica se reducía en su expresión más sencilla a cuatro palabras: Rebelión de las Bases. El desbordamiento de las conducciones claudicantes no se proponía simplemente el reemplazo de hombres envejecidos en la táctica y la entrega, sino la transformación radical del sindicalismo en instrumento de liberación nacional, aunque ello exigiera la destrucción formal de los sindicatos que la encaraban, frente a una dictadura brutal con los trabajadores argentinos en la medida en que estaba sometida a los monopolios extranjeros.

Como esa rebelión se producía en los estratos más profundos  del pueblo, pudo pasar inadvertida, no sólo para el gobierno -ciego de nacimiento- sino para un periodismo acostumbrado a  percibir  nada más que formalidades y transcribir comunicados. Sin embargo, había signos evidentes. La toma del barrio Clínicas, el 28 de junio de 1968 era la versión anticipada del Cordobazo. La huelga petrolera iniciada en septiembre se prolongaba más de dos meses, y la huelga de Fabril no llegaría a levantarse.

Raimundo Ongaro tenía la certeza de que el movimiento obrero estaba saliendo de una profunda crisis de confianza. Si un grupo de dirigentes, por pequeño que fuese, aguantaba todas las amenazas y seducciones, las amarguras y las derrotas, esa confianza  debía  renacer. La  CGT de los Argentinos cumplió ese papel hasta el sacrificio. Su  estructura formal fue despedazada por las intervenciones, las intrigas, los abandonos. La llama que había encendido pareció a punto de extinguirse: en el verano que sucedió a las dos grandes huelgas, una calma siniestra de derrota pareció extenderse por todo el país. Nunca como en esos días de pasillos semidesiertos brilló tanto la fe de Ongaro, su aptitud para agrandarse en la adversidad y contagiar  esa  fe  a quienes lo rodeaban.

Igual que en los días eufóricos del Congreso Normalizador, en estos días amargos veía más lejos que sus enemigos. Había recorrido el país palmo a palmo, movilizando las masas y siendo movilizado por ellas.  La versión que traía de esas giras era siempre la misma: la gente estaba harta de humillación y sufrimientos, quería pelear, pedía  armas y aún sin armas estaba dispuesta a salir a la calle. La calma era engañosa, y la derrota aparente.

En abril se puso en movimiento el norte santafecino y Ongaro volvió a alzar una bandera argentina junto a los trabajadores y los  curas rebeldes de Villa Ocampo, esta vez ante el fuego de los fusiles. Tucumán se agitaba nuevamente, y el incendio se propagaba a Resistencia, Corrientes, Rosario, Córdoba. La sangre derramada por estudiantes y trabajadores selló una alianza que transformaba radicalmente el equilibrio de fuerzas, abriendo a todo el pueblo una perspectiva revolucionaria.

Esa perspectiva es la que hoy tenemos ante nosotros. En un  año  y medio el movimiento obrero ha pasado de la postración a la plena conciencia de su fuerza, ha aprendido a devolver una mínima parte de la violencia que se ejerce contra él y se dispone a llevar la lucha hasta la conquista del poder político, camino difícil pero único para destruir la

sociedad explotadora y “socializar con signo nacional las riquezas y los bienes fundamentales que producimos los trabajadores”.

En esa transformación, la CGT de los Argentinos desempeñó un papel protagónico. Ese papel es el que hoy purgan las cárceles de la dictadura Raimundo Ongaro, Agustín Tosco, Jorge Di Pascuale, y muchos  más, pero hoy todos sabemos que la llama que encendieron no se apagará, que otros como ellos han surgido en las luchas de todo el país.

La difusión del Programa  del  1°  de  Mayo,  que  Ongaro  contribuyó  a forjar y poner en práctico, y de los escritos que desarrollaron y profundizaron ese programa,  es  tarea  importante  del  movimiento obrero.

Tal como él presumía, el camino que separaba a un dirigente sindical de un dirigente revolucionario, estaba sembrado de espinas. Habiendo recorrido ese camino, bien puede Raimundo Ongaro afirmar que no le importan las rejas que padece. Preso, sigue libre en el afecto de sus compañeros. Amordazado, sigue hablando en los hechos que produce el pueblo.

Septiembre de 1969.

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